viernes, 19 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 20

—¿Te has vuelto loca? —exclamó Pedro y Paula lo soltó inmediatamente.

—No sabía que tu invitación a comer tenía que ser un secreto —trató de parecer indignada, pero no lo logró.

—Claro que no lo era —la tomó del brazo y cruzaron la calle—. Pero, en caso de que lo hayas olvidado, no habías aceptado —hizo una mueca—. Y antes de que llegara Victoria, me ha dado la impresión de que no querías estar conmigo.

—Pedro...

—Escucha, no sé a qué juegas, pero te advierto que es peligroso jugar con fuego. Si me hubieras querido, nunca te habrías ido del pueblo. Y no quiero que sugieras nada más, porque no te sienta nada bien.

 —No sabía qué es lo que yo quería —declaró y se soltó furiosa—. Te veré luego, ¿De acuerdo? —añadió y se frotó las marcas rojas que él le había dejado en la piel—. Nos vemos a la una menos cuarto para recuperar el tiempo que hemos perdido...

—No —de nuevo, le bloqueó la salida—. Como le has dicho a Victoria que íbamos a comer en el Crown, vamos a hacerlo. ¿O prefieres retractarte como una cobarde ahora?

—Ella no lo sabrá... —no lo miró a los ojos.

—Victoria conoce a mucha gente aquí. Puede que se entere.

—Pero, después de lo que acabas de decir —se sintió acorralada—, pensé que ya no querías que nos vieran juntos.

—No digas tonterías. Te he traído a la ciudad, ¿Verdad? Lo menos que podemos hacer es comer en el Crown. Si tú y yo tuviéramos una aventura, jamás te llevaría allí.

—¡Una aventura! —exclamó Paula—. Pero querías ir al banco.

—Iré más tarde. Después de tanto... acaloramiento, necesito tomar algo fresco.

 El hotel Crown estaba al final de Broad Street. Con frecuencia, Paula y Pedro iban al bar, hacía años. Era un lugar elegante y privado. Se encontraban allí para pasar las tardes de invierno, antes de que Paula decidiera ir a Londres y que Pedro la iniciara en las delicias de compartir una cama con él... «No debo pensar en eso», se dijo con ansiedad, cuando entraron al suntuoso vestíbulo. Ya había cometido suficientes errores aquella mañana. El hotel era demasiado conocido para ella, estaba lleno de recuerdos. Y si Pedro y ella volvían a sentarse en el bar, ¿Se preguntó  si podría recordar que su intimidad estaba prohibida? Sin embargo, como toda la ciudad, el hotel también había sido remodelado. El bar era menos íntimo y más elegante, y estaba lleno de personas que comían sándwiches o tartas con cerveza.

—¿Qué te pasa? —inquirió Pedro con sarcasmo, al verla tan aliviada—. ¿Tenías miedo de que fuera a acariciarte por debajo de la mesa?

Paula se ruborizó, no pudo evitarlo.

—No —lo siguió al bar y pidió una copa de vino blanco—. No esperaría que fueras tan burdo. Ahora ya no somos adolescentes, lo sabes.

—Lo sé —Pedro pidió una cerveza. Se mostró seco—. Creo que entonces yo era más sensato —llevó las bebidas a una mesa vacía—. Cuando te fuiste, perdí esa sensatez.

Paula no pudo decir nada. Tomó un sorbo de vino refrescante. Se humedeció los labios con la lengua y se dió cuenta de que él la contemplaba. Se percató de que era un gesto provocativo y decidió no volverlo a hacer. Se dedicó a mirar a la gente.

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