viernes, 26 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 34

La besó con intensa pasión, nervioso y Paula sintió por un momento haber desatado algo incontrolable. Pero la presión hambrienta de los labios de Pedro, la húmeda invasión de su lengua, la hizo marearse. Era lo que ella quería. Que él perdiera el control y quedara a merced de sus sentidos. Ella deslizó las manos bajo la chaqueta, se la quitó y la tiró al suelo. Pronto, pasó lo mismo con la camisa. Por vez primera, Paula le puso las manos en el pecho desnudo. Lamió sus pezones y disfrutó del poder que tenía sobre Pedro. Hubo algo infinitamente satisfactorio para la chica en apretar sus senos contra su piel velluda. Le delineó la línea del vello corporal que se hundía bajo el cinturón. Cuando se disponía a desabrocharle la hebilla, él la tomó de la mano.

—Yo lo haré —miró su prótesis con algo de impaciencia—. Esto... lleva su tiempo. Y... bueno, Nan suele ayudarme a desvestirme.

—Yo te ayudaré —susurró Paula con voz ronca. Lo hizo sentarse en la cama—, besándolo mientras le soltaba la hebilla.

Y era muy consciente de la hinchazón que advirtió debajo, de su propia falta de experiencia cuando logró quitarle la ropa. Prefirió no mirar mientras le bajaba los pantalones. Sentía que era algo inmaduro de su parte, nunca había visto a un hombre desnudo. Y aunque la posibilidad la emocionaba, también la asustaba. Sintió la tela suave de sus calzoncillos al deslizar los vaqueros por las caderas. Aunque evitó ver su masculinidad, se estremeció. Los vaqueros se deslizaron con facilidad debido a que estaban abiertos en el tobillo. Ella ya estaba lamentando haber tomado el control de la situación. Pedro adivinó cómo se sentía Paula al ver que tardaba mucho en doblar los pantalones.

—Ven —la hizo acostarse a su lado y rodó con ella—. No sabía que tuvieras tanta experiencia —añadió mientras hundía la cabeza entre sus senos.

Paula se estremeció.

—No la tengo —confesó y lo sintió reír contra su piel.

—Vaya, vaya, si no me lo dices, nunca lo habría adivinado —bromeó, pero se puso serio al volver a besarla.

 Tenía los senos aplastados contra su pecho y Pedro deslizó una pierna entre las de ella. Fue más fácil así para él acariciar su femineidad y Paula se arqueó ante el contacto. Pero la ropa seguía siendo una barrera. Pedro intuyó lo que ella necesitaba y le desabrochó los vaqueros.

—Ayúdame —jadeó sobre sus labios y Paula alzó las caderas para que él le bajara los pantalones.

Sólo su ropa interior de encaje y algodón cubrían su desnudez. Ella tembló. Pedro la miraba con tanta sensualidad, que no sabía cómo reaccionar. Entonces, él agachó la cabeza y le besó un pecho, el vientre plano y el hueco del ombligo. Tenía los dedos en el elástico de las braguitas y cuando se disponía a quitárselas, Paula lo detuvo.

—No, Pepe.

—¿Por qué no? Eres hermosa y quiero verte. Toda. No vas a detenerme, ¿Verdad?

—Yo... —tartamudeó—. Bueno, ¿Podríamos apagar la luz? —señaló la lámpara que estaba encendida en la mesa de noche.

—He dicho que quiero verte —le recordó con suavidad. Le bajó las braguitas hasta que pudo besar los rizos dorados—. Mmm, eres deliciosa — le dijo y Paula empezó a ceder—. Vamos, mi amor. Dejaré que me hagas lo mismo.

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