lunes, 29 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 48

Su padre la miraba con ojos de lince y su madre estaba muy contenta por verla salir de casa. Pensó que tal vez lady Ana le había pedido a Pedro que fuera a buscarla. Paula no podía creer que él hubiera querido ir por ella, no después de la forma en que se había portado con él el día del entierro.

Afuera estaba el mercedes con el que Pedro fue a buscarla al aeropuerto. Él abrió la puerta con fría cortesía y se despidió de Miguel, que los había acompañado hasta el coche. Después de cruzar el patio principal de la granja, un sendero llevaba al pueblo. Siempre estaba en malas condiciones y había muchos desniveles en el terreno. Pero la suspensión magnífica del mercedes hizo que casi no se sintieran. Paula consideró que debía hacer un comentario que rompiera el tenso silencio.

—No creo que sea muy bueno para el coche que lo lleves con frecuencia por aquí.

—Hace cuatro días que vine, Paula—replicó Pedro sin expresión y ella se dió cuenta de que no sería cordial con ella en ausencia de sus padres.

—De todos modos —insistió, pero Pedro la miró con cierta agresividad que la hizo guardar silencio.

El trayecto a Rycroft fue muy rápido. Sin embargo, cuando estacionaron frente a la mansión, Paula deseó que Pedro fuera su aliado en esa situación, aunque no podía justificar de ninguna manera su conducta para con él.

—Pepe... —lo tomó del brazo antes que él saliera del coche.

—¿Qué quieres? —no fue alentador y Paula intuyó que no le habría hecho caso a no ser porque era consciente de que los podían ver desde la casa.

—¿Sabes... —se atragantó—, por qué me ha invitado tu madre a cenar?

—¿Qué te pasa? —la miró con fría indiferencia—. ¿Te estás acobardando?

—Sí —apretó los labios—. Sí, ¿Te sorprende?

—Nada de tí me sorprende ya —replicó y abrió la puerta—. Vamos, que yo sepa, no vas a encontrarte con un pelotón de fusilamiento.

—¿Y se supone que dices eso para darme ánimos? —exclamó con cierta amargura y Pedro se quedó sentado.

—Nadie va a avergonzarte —comentó—. Y yo menos que nadie —Paula sintió una punzada de dolor al ver la expresión de tristeza de sus ojos.

—Pepe—susurró, imprudente—, acerca del otro día...

Pero él salió y le abrió la puerta.

—Olvídalo. Yo ya lo hice. ¿Entramos?

Paula salió del coche, reacia. De no ser por su padre, le habría pedido a Pedro que la llevara de vuelta a la granja. No se sentía bien y la idea de comer le daba náuseas. Pero tenía que hacer frente a la situación. Miró la vieja mansión que tenía más encanto que elegancia. Era bella y tenía carácter y  siempre le agradó ir allí. «Tal vez porque estos son mis orígenes», pensó, pero la idea no le pareció adecuada ni convincente. Ella era el producto de su medio, no de su herencia. La señora Platt, el ama de llaves; los esperaba en la puerta y se sonrojó de placer cuando Paula la saludó por su nombre, recordándola.

—Me alegro de verla, señorita Chaves —respondió y cerró la puerta.

Paula se preguntó por qué ya no llamaba por su nombre de pila.

 —¿Mis padres están en la biblioteca? —inquirió Pedro.

Paula se hizo a un lado para dejarlo pasar. Recordaba dónde estaba la biblioteca. Una vez Pedro le hizo el amor allí, cuando sus padres se fueron de vacaciones al sur de Francia...

—Sí, los están esperando, señor Pedro—contestó la señora Platt, interrumpiendo los pensamientos de Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario