miércoles, 31 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 50

Después, fueron a la sala para tomar el café. Aceptó un brandy, pero se dijo que ya había tomado bastante alcohol pues sirvieron vino con la cena. Y le sorprendió mucho que lady Ana fuera a sentarse a su lado en el mullido sofá.

—Así que has decidido volver —la atravesó con la mirada.

—Sólo... para el funeral —murmuró Paula, consciente de que Pedro tocaba algo en el piano. Él alzó la vista y sus miradas se encontraron—. Vuelvo a Nueva York dentro de unos días.

—¿No me digas? Debe de gustarte vivir en Estados Unidos.

—Bueno, ése es mi hogar ahora —Paula deseó imprimir más convicción a sus palabras. Miró al padre de Pedro que estaba de pie junto a la chimenea—. Ha sido muy amable por su parte haberme invitado.

—¿Después de todo lo que pasó? Sí, tienes razón —comentó lady Ana y se ganó un suspiro exasperado de su marido—. Pero, como te dije por teléfono, prefiero no despertar los chismes. Ya han hablado bastante de la familia durante años...

—¡Madre! —Pedro miró a su madre con una súplica en los ojos.

—Es cierto —insistió ésta—. Como Paula se fue así, hizo que todos pensaran que estaba embarazada y que no quisiste casarte con ella. Y cuando Candela mostró ser tan sólo una mujer...

—No creo que Paula quiera oír esto, Ana —intervino el señor Alfonso con dureza. Pero su esposa no se quedó callada.

—¿Por qué no? —se dirigió a Paula—. ¿Estabas embarazada? ¿Fue por eso por lo que te fuiste? Me gustaría saber si tengo un nieto en alguna parte al que nunca he tenido el honor de conocer.

—No... lo estaba —Paula se sintió muy mal y no pudo mirar a Pedro a los ojos—. Siento que eso hayan creído en el pueblo, pero no es cierto. Yo... no le hubiera hecho eso... a nadie.

—Entonces, fue como dijo Pedro, ¿No querías casarte aún? —se irritó la señora.

—Así es —exhaló con fuerza. —Me cuesta trabajo creer eso, Paula —negó con la cabeza.

—¿Por qué? —Pedro fue quien habló y Paula vió que se acercaba a su padre—. ¿Por qué te cuesta trabajo creerlo, madre? Nunca estuviste de acuerdo con nuestra relación, ¿Verdad?

Tal vez Paula consideró que no podía tenerte como adversaria.

 —Ah, no —su madre lo miró angustiada—. No permitiré que me vuelvas a acusar de eso, Pedro. Tal vez nunca aprobé tu amistad con Paula, pero nunca impedí que la vieras. Ni una sola vez. No puedes seguirme culpando por lo que Paula hizo Dios mío, ¿Que no he sufrido ya...?

—Creo que ya hemos hablado demasiado del pasado —intervino el señor Alfonso  con seriedad—. Ana, estoy seguro de que Paula no ha venido a que la sermonees por lo que hizo hace ya más de diez años. Está bien, todos nos sentimos muy mal entonces, pero apuesto a que ella también sufrió mucho. Sus razones ya no son válidas. ¡Deja el asunto por la paz, por favor!

 Se hizo el silencio y Paula tomó su brandy para tener algo que hacer. Pensó que hubiera debido imaginar que ocurriría algo parecido. Después de todo, los Alfonso eran humanos y su conducta debía parecerles inexcusable. El señor Alfonso trató de aligerar la tensión comentando algo sobre el clima a Pedro y éste le aseguró que las lluvias ya se avecinaban. Paula se puso de pie, decidida.

—Creo que debo irme —trató de no reflejar su desesperación en el tono de voz—. Nos... acostamos temprano en la granja. Mi padre tiene que ir a ordeñar a las cinco y media.

 —Claro —contestó el padre de Matthew, comprensivo—. Yo... te llevaré a la granja, si quieres.

—No será necesario —intervino Pedro—. Yo llevaré a Paula a su casa —anunció y la madre suspiró aliviada.

—Gracias —dijo Paula, cuando los señores Alfonso los acompañaron a la puerta.

—Me he alegrado mucho de verte, Paula —le aseguró Horacio, mientras éste buscaba una chaqueta.

Y lady Ana repitió lo mismo.

—Tal vez vuelvas un día a vernos —comentó la señora y Paula no supo si hablaba en serio o no.

—Tal vez —asintió Paula, cuando Pedro volvió.

—Vámonos —anunció él y ella lo siguió al coche.

Aunque no era una noche fría, el aire estaba mucho más fresco y Paula sintió de inmediato los efectos de la cantidad de alcohol que había ingerido. No estaba acostumbrada a mezclar licor con vino e hizo un esfuerzo por llegar al coche sin tambalearse. No se sentía ebria, sólo un poco mareada y deseó no haber aceptado el brandy del final. Sin embargo, al entrar en el coche, se relajó un poco. La velada terminaba y había hecho frente a la situación. Después de todo, no todos los días cenaba con un hombre que no sabía que ella era su hija. Ni con el hombre al que amaba más que a la vida misma, pero le estaba prohibido para siempre...

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