lunes, 15 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 10

Paula no podía dormir. Durante más de una hora se movió inquieta en la cama desconocida. Incapaz de soportar más el tormento de sus pensamientos, se levantó y se puso una bata. Pensó que tal vez si bajaba a tomar un vaso de leche caliente podría relajarse. Tenía que escapar de la habitación y de los ronquidos de Delfina que dormía en la otra cama. Delfina estaba tranquila. Estaba embarazada de su primer hijo y necesitaba descansar más que los demás. Al igual que Paula, había llegado aquel día de Portsmouth. Allí estaba casada con un oficial naval. Sólo había ido para el funeral de la abuela.

Paula abrió la puerta con cuidado. A pesar de que tenía alfombra, el suelo de madera crujía mucho. Recordó cuando ella y Delfina solían bajar a escondidas a asaltar el refrigerador. Suspiró. Habían pasado muchos años y ya no sabía por dónde no pisar. Logró llegar a la cocina sin despertar a nadie. Encendió la luz. Un gato viejo maulló cuando ella sacó la leche de la nevera. A pesar de que tal vez ya había recibido su ración, llenó su plato y se lamió un dedo. Había olvidado cómo sabía la leche entera. Ella estaba acostumbrada a tomarla desnatada. Se estaba sirviendo una taza de té cuando se abrió la puerta de la cocina. Su padre entró, en bata y zapatillas. Tenía un aspecto menos rígido que cuando recibió a su hija, hacía más de doce horas. De todos modos, la miró con severidad.

—Espero que no te importe —tartamudeó la chica y se sintió como una intrusa—. No podía dormir, así que he bajado a prepararme un té. ¿Quieres algo?

—No, gracias —Miguel Chaves se acercó a la mesa. A Paula le pareció que había envejecido mucho. Tenía el pelo lleno de canas y los hombros algo caídos—. Tu madre te ha oído bajar por la escalera —añadió—. Me ha mandado a investigar qué pasaba.

—Entiendo —se humedeció los labios con la lengua—. Bueno, ¿Crees que querrá...?

—Tu madre no toma té por la noche —declaró con un suspiro—. No puede dormir si lo hace.

—Ah —se mordió el labio—. Siento haberos despertado. Yo... no pensé...

—No.

Paula supuso que su padre no la había perdonado todavía.

—Bueno, dejaré que te tomes tu té en paz.

Miguel se dirigió a la puerta. Paula se puso de pie, arriesgándose a recibir otro rechazo.

—¿No quieres quedarte hasta que termine? Apenas si hemos intercambiado unas cuantas palabras desde que llegué. ¿No crees que deberíamos reconciliarnos? Por lo menos, inténtalo... por el bien de mamá.

—¡Por el bien de mamá! —se volvió enfadado—. ¿Desde cuándo te importa tu madre?

—Siempre me ha importado mi madre... y tú —replicó con la voz ronca—. Por favor, papá, ¿Qué hice que fue tan horrible? Sólo lo que hacen miles de chicas todos los días.

—¿Cómo puedes decir eso cuando sabes lo que eso le provocó a tu madre? —habló con dureza y la oyó suspirar.

—No sabía... lo que le pasó —protestó la chica.

—Y nunca te tomaste la molestia de averiguarlo, ¿Verdad?

—Oh, papá, yo quería que fueran a Nueva York. Como... no lo hicieron.

—¿Te olvidaste de nosotros? —sugirió.

—Te equivocas —se quitó el pelo de la cara—. Pensé... ay, ya no sé qué fue lo que pensé. Supongo que creí que no me habíais perdonado —lo miró con tristeza—. Y todavía no lo habéis hecho.

—¿Y qué esperabas? — habló con amargura—. No ha sido fácil para nosotros, Pau. Nos habría ayudado mucho que estuvieras en casa, sobre todo desde la enfermedad de tu abuela. Pero no te importó,¿Verdad? Estabas muy ocupada haciéndote rica, mezclándote con quién sabe qué hombres. Nos avergonzaste a tu madre y a mí al actuar como si Pedro no fuera suficiente hombre para tí.

—No fue así... —se ruborizó.

—¿Ah, no? —apoyó las manos en la mesa—. Déjame que te diga que así fueron las cosas. ¿Tienes idea de lo que nos hubiera podido pasar cuando rechazaste a Pepe?

—¿Qué quieres decir con eso? —Paula tragó saliva.

—Quiero decir que alquilamos la tierra aquí, Pau. Esta casa, además del terreno en la que está, la tierra que nos da de comer... todo es propiedad de los Alfonso. ¿Qué habría sucedido si  Horacio hubiera decidido echarnos...?

—No lo habría hecho.

 —Pudo hacerlo —apretó las manos—. Hubiera estado en su derecho, Pau. Y cuando rechazaste a Pepe, hubo algunos en el pueblo que creyeron que eso merecíamos.

—No lo hubiera hecho —negó con la cabeza, menos convencida—. Bueno, pues no lo hizo —susurró.

—No, porque tu madre tuvo que ser llevada de emergencia al hospital un día después de que te fueras. Los Alfonso se apiadaron de nuestra situación. Pepe vino incluso a ayudar a Gonza mientras yo estaba en el hospital. Espero que hayas encontrado lo que buscabas, porque dudo que alguna vez conozcas a un hombre mejor que Pedro Alfonso.

—¡Miguel! Tu voz se oye en toda la casa.

La puerta se abrió y Alejandra Chaves entró en la cocina. Desde que tuvo el infarto, ella y su marido dormían en la planta baja. La señora Chaves miró a su esposo y a su hija.

—Ale, ¿Qué haces fuera de la cama? —Miguel cambió si tono de voz de modo increíble al dirigirse a su mujer, pero por una vez ella no respondía a su ternura y calidez.

—No importa, ¿Qué hacen ustedes dos? —se impacientó—. Por el amor e Dios, Miguel, hace cinco minutos que nuestra hija está en casa, y ya estás diciéndole que se vaya.

—No es cierto —se indignó su marido.

—Sí, lo es —fue igual de dura que él—. Por lo menos he oído una parte de lo que decías. Y quiero que sepas que no estoy de acuerdo contigo ¿Qué sentido tenía que Paula se casara con Pedro si no lo amaba? ¿Habrías preferido que fueran desdichados, sólo porque temías ofender a los Alfonso?

 Era un comentario justo y razonable y Paula deseó que se la hubiera ocurrido a ella.

2 comentarios:

  1. Uy se está poniendo re interesante esta historia!!

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  2. Muy buenos capítulos!!! Parece que todos están resentidos con la huída de Paula!

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