miércoles, 3 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 43

Varios días más tarde de su visita a Marcos y a Sabrina, Paula seguía sintiéndose  deprimida y al mismo tiempo inquieta. Eran más de las diez de la noche y Oli parecía profundamente dormida. Decidió canalizar su energía negativa haciendo tareas desagradables. Vestida con unos pantalones de chándal cortados y la camiseta de tirantes, ya había limpiado los baños y luego se dispuso a hacer lo mismo con la cocina. Cuando terminó, consultó el reloj y deseó que las diez y media fuera lo bastante tarde como para irse a dormir. Fue al salón a apagar las luces, y escuchó entonces cómo llamaban a la puerta con los nudillos. Aquel sonido la sobresaltó, porque no lo esperaba a aquellas horas de la noche. Seguramente Laura o Camila necesitaban decirle algo y no habían llamado por teléfono para no despertar a Oli. Quitó el cerrojo y abrió la puerta, pero en lugar de sus vecinas se encontró con Pedro. El corazón comenzó a latirle con fuerza.

—Hola —dijo ella sin saber cómo reaccionar.

—Es tarde, ya lo sé. Pero ví que tenías las luces encendidas y…

Normalmente Pedro la llamaba para decirle que iba a ver a Oli. Paula observó su rostro, las líneas marcadas a ambos lados de la naríz y la boca que indicaban que estaba cansado. O estresado. O ambas cosas.

—¿Ocurre algo?

 —Sólo quería ver a Oli. Siento molestarte, pero…

—No pasa nada —Pedro iba vestido de bata y Paula supuso que había venido directamente desde el Centro Médico Misericordia. Eso significaba que había trabajado hasta más tarde de lo habitual. Abrió la puerta del todo y se echó a un lado.

—Pasa. Oli está dormida, así que…

—No la despertaré. Sólo quiero mirarla, sólo quiero…

Pedro  se detuvo porque se le quebró la voz.

—¿Qué ocurre, Pedro? —volvió a preguntarle ella.

—Sólo será un momento —dijo sin responder a su pregunta.

Paula lo llevó hasta la habitación de Oli, y la lucecita encendida reveló el sufrimiento de sus ojos cuando deslizó suavemente la mano por los rizos de su niña. Suspirando en sueños, Oli se colocó boca abajo. Pedro le acarició el bracito y luego le puso la palma de la mano en la espalda. Finalmente suspiró con fuerza y se apartó de la cuna, deteniéndose un instante en el umbral de la puerta antes de pasar al salón. Se detuvo al lado de la mesa y se pasó los dedos por el cabello.

—Gracias, Paula. Te agradezco que no me hayas puesto problemas.

—No me des las gracias todavía —en su opinión, nunca le había puesto problemas para ver a Oli. Una conciencia culpable consigue que las personas se muestren amables y simpáticas. Pero Pedro nunca había pasado por allí tan tarde ni con una expresión tan preocupada—. Quiero saber qué te pasa.

Él se giró para mirarla.

—¿Qué te hace pensar que me pasa algo? —preguntó Pedro acercándose a la puerta para marcharse.

Pero Paula se le adelantó y se colocó delante.

—No tan deprisa.

Por primera vez, un amago de sonrisa se le asomó a las comisuras de los labios.

—¿Qué estás haciendo?

—No voy a dejarte ir hasta que hables conmigo.

 —¿Y si no quiero hablar?

—Tengo mis trucos —Paula cruzó los brazos sobre el pecho y se dió cuenta de que aquel movimiento fue seguido de una mirada de él —. Y ahora dime por qué era tan importante para tí ver a Oli.

Pedro se tomó su tiempo y finalmente asintió.

—Necesitaba asegurarme de que estaba bien. De que está sana, respira, y es felíz.

Oh, no.

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