lunes, 22 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 32

—Claro. Vivimos en la misma pensión para estudiantes. Soy Hernán Paz, pero me llaman Nan. No creo que te haya hablado de mí.

 —¿Nan? —sintió un alivio profundo—. Ah, sí, te ha mencionado —tragó saliva cuando algo se le ocurrió—. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Pedro? ¿Pasa algo malo? —se había asustado mucho.

—Más o menos. Pero no es nada serio —agregó al verla angustiada—. Pepe se ha roto un tobillo y tendrá que llevar escayola durante seis semanas.

Paula se entristeció. No sólo por el accidente, sino porque él ya no podría verla si se quedaba en la universidad. Tampoco podría ir a Rycroft durante los fines de semana pues no podría conducir.

—Qué pena. Pobre Pepe. ¿Cómo fue?

 —Estábamos jugando al fútbol. Trató de anotar un tanto y le dieron una patada en el tobillo. El entrenador insistió en que se hiciera una radiografía y supimos que tenía una fractura. Le dolió mucho.

—¿Cómo está ahora?

—Bueno, está tomando analgésicos y está bien. ¿Nos vamos?

—¿Nos vamos? —lo miró sin entender.

—Claro, has venido a verlo, ¿No? Y yo te voy a llevar a la pensión.

De camino, le explicó que en la pensión todos tenían su propia habitación, aunque compartían los baños. Y que también había una cafetería. Sin embargo, al entrar a la pensión, Paula se dió cuenta de que allí también se alojaban mujeres. Y sintió celos cuando varias chicas preguntaron a Nan cómo estaba Pedro. El cuarto de él estaba en el cuarto piso y Nan entró sin llamar.

—Ya hemos llegado —hizo un gesto teatral—. Sanos y salvos —y se fue con mucha discreción, para dejarlos solos.

Paula entró con menos confianza pero al verlo con el tobillo enyesado, en la cama, corrió hacia él y lo abrazó. Pedro la hizo sentarse en su regazo.

—Lo siento —susurró con voz suave cuando al fin dejó de besarla—. Debí ser más prudente, sobre todo en estas circunstancias.

—¿Qué circunstancias? —le acarició la frente y el pelo.

—Pues que yo vaya y vuelva de Roycroft —suspiró—. No podré conducir durante seis semanas.

—Ya —bajó la vista—. ¿Te peso mucho?

—No —le acarició la nuca y volvió a besarla—. Supongo que tendré que tomar el tren, pero no habrá ningún lugar en donde vernos que no sea en restaurantes y cafeterías, ¿Verdad?

—¿No quieres ir a la granja? —vaciló Paula.

—¿Y soportar la mirada de lince de tu padre? —hizo una mueca—. Tú podrías ir a Rycroft, pero allí tampoco estaríamos solos.

—Tendré que venir a Londres los fines de semana —le acarició la mejilla—. Si encuentras un sitio en donde yo pueda quedarme.

—Podrías quedarte aquí —sonrió de inmediato—. No en este cuarto, aunque no me importaría que así fuera —rió al verla sonrojarse—. Hay cuartos para invitados en todos los pisos y hasta tienen su propio baño — sonrió—. Podría conseguirte uno con facilidad.

—Está bien —Paula se alegró mucho.

—¿Qué le vas a decir a tus padres? —frunció el ceño.

—La verdad, ¿Por qué no? No estamos haciendo nada malo.

El señor Chaves no estuvo de acuerdo. Sin embargo, como Gloria no estaba en la casa, la madre de Paula logró convencerlo.

—No puedes esperar que Paula no vea a Pedro durante seis semanas —protestó Alejandra—. Vamos, Miguel, ya casi tiene dieciocho años. Sabe lo que hace y yo prefiero saber que está con él y no con alguien a quien yo no conozca.

Pronto estuvieron de acuerdo. Cuando Gloria volvió, ya no pudo oponerse a lo que era un hecho. Para Paula fue una experiencia nueva y emocionante. No conocía muy bien Londres, pero lo exploró con tranquilidad. Y como allí no existían las restricciones exageradas de Lower Mychett, pronto perdió gran parte de su timidez. Claro que dormir en el mismo edificio que Pedro no fue tan sencillo como había imaginado. Cada vez les era más difícil separarse por las noches. Pronto, él se negó a que ella fuera a su cuarto después de las nueve de la noche, porque Olivia nunca quería marcharse. Él iba a verla y se iba cuando la situación se volvía insoportable. Y fue inevitable que una noche no se fuera a dormir solo...

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