domingo, 21 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 26

Pero Sergio se guardó su opinión. Dijo que tardaría un par de días en enderezar la rueda y que no garantizaba que fuera un éxito.

—Haz lo que puedas, Sergio —comentó Pedro.

 Paula se deprimió. Esperaba un milagro y que la bicicleta quedara bien. Tendría que ir a casa y explicar lo sucedido.

—¿Pasa algo malo? —inquirió Pedro, cuando volvieron al Mini—. No te preocupes, Sergio hará un buen trabajo. Si no puede arreglarla, le pondré una rueda nueva.

 —¡Una rueda nueva! —se horrorizó Pedro—. Pero...

 —Yo te la pagaré, por supuesto —añadió Pedro—. Ha sido culpa mía que chocaras. Es lo menos que puedo hacer por tí.

—No creo que...

—Insisto —abrió la puerta y se metió—. Vamos, entra. Te llevaré a casa —la urgió cuando la vio quedarse de pie.

—¿De veras? —tragó saliva.

—Está oscureciendo —señaló—. ¿Acaso crees que voy a dejar que vuelvas sola a la granja?

—¿Sabes dónde vivo? —estaba confundida.

—Claro —abrió la otra puerta desde dentro—. Entra. Hace mucho afuera.

Paula lo miró con ansiedad al sentarse en el Mini.

—¿Qué esperabas? ¿Que no supiera dónde vives?  Paula... Pau, ¿Te puedo llamar así? Lo sé todo de tí desde ese verano en que rescataste a mi perro.

El padre de Paula no se había alegrado al ver llegar a su hija en el coche de Pedro, pero respetaba mucho a los Alfonso, así que no protestó. Pedro insistió en acompañar a la chica a su casa y explicar lo sucedido. Y hasta la abuela tuvo que reconocer que Paula no tenía la culpa de nada, Y aunque la chica creyó que aquel sería el fin de la historia, no fue así.

Dos días después, le entregaron su bicicleta, como nueva. Y el fin de semana siguiente, Pedro fue a la casa, para asegurarse de que todo estuviera en orden. Llegó justo cuando los Chaves se disponían a comer y la madre de Olivia lo invitó.

—Ya casi no recibimos amigos en casa —exclamó.

Paula se dió cuenta de que su madre sabía que Pedro estaba allí por motivos que tenían poco que ver con la reparación de la bicicleta. La abuela no lo había aprobado, pero Alejandra Chaves era quien impartía las órdenes en su propia casa. Y Pedro no necesitó que le repitieran la invitación. Comió de todo con gusto y después ayudó a Paula a lavar los platos, como si fuera algo que hiciera. Y mientras estaban solos en la cocina, la invitó a Rycroft el siguiente fin de semana.

 —Voy a dar una fiesta. Sólo irán unos compañeros de la universidad y un par de amigos del pueblo que tal vez conozcas.

Paula no supo qué decir. Quería ir a la fiesta, pero sospechó que sus padres no la dejarían. No a menos de que los convenciera de que los padres de Pedro eran quienes la invitaban.

 —¿No te apetece? —preguntó Pedro.

—No es eso.

—Entonces, ¿De qué se trata?

—Bueno... —dijo, encogiéndose de hombros—. No creo que mi padre me dé permiso. Tal vez, si tu madre...

—Mis padres están de viaje —declaró—. Están en el Caribe, disfrutando del sol. Por eso doy la fiesta este fin de semana. Ellos vuelven el martes que viene.

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