viernes, 19 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 16

—Hola, Ale —le dio un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás? Tienes buen aspecto —la miró.

—Estoy segura de que mis cincuenta y pico de años se reflejan en mi cara —la señora se sonrojó ante el cumplido y le palmeó la mano con afecto—. Claro que no voy a decir cuántos años son ese «pico», Prefiero no recordar que me estoy haciendo vieja.

—Pues no pareces tener más de cuarenta —le aseguró Pedro—. ¿Cómo estás Delfi? —sonrió con calidez—. ¿Cuándo llegará tu hijo?

—A finales de septiembre — Delfina sonrió y Paula sintió que el corazón se le encogía. Si ella hubiera sido la hija menor de los Chaves, ella y Pedro...

—¿Ya le has preparado a Pepe algo de café, Pau? —inquirió la madre— . ¿No? —se impacientó la señora Chaves—. Oh, Pau, ¿Por qué no? ¿Quieres que piense que no somos hospitalarios?

—No, yo...

—No creo que a Paula le importe lo que yo piense —comentó Pedro con amabilidad. Pero miró a Paula con un perturbador brillo en los ojos y ella temió haberlo disgustado.

—Vamos, Pepe, estoy segura de que eso no es cierto —miró a su hija mayor con cierta ansiedad—. Pau, no han estado discutiendo, ¿Verdad? Yo esperaba que, después de tantos años, pudieran ser amigos.

—Mamá... —Paula sintió que se desgarraba por dentro.

—Somos amigos —Pedro decidió ayudar a Paula y le sonrió, aunque con cierta frialdad. Sus ojos la retaban todavía.

—¿De verás? —la señora no estaba convencida, pero no insistió más.

Paula preparó el café. Supuso que debía estar molesta con su madre, pero nunca había podido hacerlo. No podía guardar rencor a quien ya había sufrido tanto en la vida. Si Alejandra  pensaba que el viaje de Paula a Estados Unidos no tenía nada que ver con ella, no se lo diría. Ella pagaba de otro modo lo que había sido una indiscreción de su parte.

—¿Qué haces por aquí, Pepe? —inquirió la señora Chaves.

Paula prestó atención a la respuesta, pues ya no sabía dónde vivía Pedro, ni lo que hacía.

—He venido a ver si Pau quería ir a Abbot's Norton conmigo —hizo que Paula derramara algo de café en la mesa—. Tengo que ver a Peabody en el banco y comprar un par de bujías para Aldridge. Uno de los tractores empezó a fallar ayer y le prometí que iría a Fennings.

 —Entiendo —Alejandra miró la espalda tensa de Paula—. ¡Qué amable de tu parte! Estoy segura de que a Pau le gustará recorrer de nuevo la ciudad. Claro que ha habido muchos cambios. Hicieron un nuevo centro comercial donde estaba la estación de autobuses y...

—Es muy amable de tu parte, Pedro, pero no puedo ir —Paula decidió defenderse. Se volvió con la cafetera en la mano y mostró una tristeza cortés—. Yo... acabo de llegar, como sabes, y no he tenido tiempo de estar con la familia. Había tantas personas aquí cuando llegué y mañana es el funeral, así que...

—Pero no te vas a ir después del servicio, ¿Verdad, cariño? —protestó la madre de inmediato. Paula oyó cómo suspiraba Pedro—. Ya sé que la muerte de la abuela ha sido muy dura para todos y sé que consideras que deberías estar en casa, pero no es necesario. No sabes cuántas cosas puedo hacer. Y aquí están Delfi y la señora Davis —miró a su hija con afecto—. Creo que sería bueno que fueras con Pepe. Toma algo de aire fresco y trata de ver qué cambios ha habido aquí. Nosotros nos las arreglaremos. Y después del funeral, tendremos mucho tiempo para... hablar.

 Paula se preguntó si no había imaginado la vacilación de su madre. Respiró profundamente y contempló el enigmático rostro de Pedro.

—¿Y si no quiero ir? —puso el café en la mesa. Ella misma oyó la ansiedad de su voz—. Tal vez... Candela quiera acompañar a su... marido —lo miró—. ¿Dónde has dicho que estaba, Pedro? Ya no me acuerdo.

Si creyó desconcertarlo, se equivocó, aunque a Pedro no lo complació el comentario. Cuando se sentó, Delfina fue quien comentó con cierta agresividad.

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