viernes, 5 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 47

—Después de tanta mentira y tanto drama, creí que te sentirías liberado.

—Así tendría que haber sido —Pedro agarró las llaves del coche de la mesita.

—Lamento mucho lo que te sucedió, Pedro.

—Lo que de verdad quieres decir es que fui un idiota.

—No, fuiste muy noble —Paula sacudió la cabeza—. Pero entiendo perfectamente cómo te sentiste cuando…

—¿Cuando descubrí que tenía una hija?

—Sí —reconoció ella sintiéndose muy culpable.

—Creí que sería imposible volver a ser tan estúpido, pero me equivoqué. La primera vez empecé a querer a un niño que no existía —Pedro se colocó delante de ella y se la quedó mirando hasta que Paula  se apartó de la puerta—. La segunda vez no sabía que había una niña a la que necesitaba amar.

Ella contuvo el aliento.

 —Lo siento, Pedro.

 —Yo también lo siento. Perdí muchos años viviendo una mentira y me prometí a mí mismo que eso no volvería a sucederme. Quiero la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad —abrió la puerta y luego miró hacia atrás y distinguió las lágrimas en los ojos de Paula.

Cerró tras de sí y se preguntó por qué se sentía como el peor malnacido del mundo. Ya era hora de que ella supiera lo que le había sucedido. Tal vez debería habérselo contado cuando estaban saliendo, pero no lo hizo. Una parte de él se alegraba de haber esperado hasta ahora, porque así conseguía poner distancia entre ellos. Era una forma de que Paula entendiera que había trazado una línea en la arena y por qué no pensaba cruzarla. Ahora ya no había secretos. Exceptuando lo que él sentía por ella. No podía dejar de desearla, y no estaba muy seguro de por qué. Lo único que tenía claro era que no tenía nada que hacer en una relación con una mujer que lo había engañado. Si no se puede ganar, ¿Qué sentido tenía jugar? O tal vez fuera sólo una excusa porque no estaba dispuesto a arriesgarse.


Paula  detuvo el coche en la parte superior del aparcamiento del Green Valley Ranch Hotel Casino porque sabía que así no tendría que tomar el ascensor para llegar al lugar al que iba. Ya llegaba tarde a su cita para cenar con Rocío en el Grand Café.

—Hola —dijo cuando tomó asiento frente a su amiga—. Siento llegar tarde.

—No pasa nada —Rocío sonrió y luego le dió un sorbo a su vino tinto.  Paula vió el vaso de lima con soda que la estaba esperando y sonrió a su amiga, que tan bien la conocía—. Gracias.

Llegó la camarera y tomó su orden de ensaladas antes de dejarlas a solas.


—¿Qué tal van las cosas en el trabajo? —le preguntó Paula.

—Me encanta mi trabajo. Los niños son adorables —sus ojos grises se oscurecieron durante un instante—. Pero hay algo que necesito preguntarte.

—Dispara.

—¿Qué pasa con Laura?

—Lo normal. Tiene un niño pequeño, trabaja, va al colegio y trata de mantener una relación con el padre de su hijo—. ¿Por qué lo preguntas?

 —¿Julián y ella tienen problemas?

—No que yo sepa. Pero hace tiempo que no hablo con ella en profundidad. Las dos hemos estado muy ocupadas.

Si alguien merecía ganar el premio del año a los problemas con los hombres, ésa era Paula. Se había vuelto a acostar con el padre de su hija. Otra vez. Pero no quería pensarlo, y mucho menos hablar de ello. Le hacía demasiado daño. Prefería concentrarse en otra cosa.

—¿Qué te hace pensar que Laura y Julián  tienen problemas, Rocío?

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