miércoles, 3 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 44

—Has perdido a un paciente, ¿Verdad?

Él asintió con suma tristeza.

—Una niña pequeña. Tres años. Un accidente de coche. Fractura de cráneo y heridas en el abdomen.

—Oh, Pedro, cuánto lo siento…

—Conseguimos estabilizarla en la sala de urgencias y la llevamos al quirófano, pero Lucas la perdió durante la operación —la tristeza le nublaba los ojos—. El caso es que los padres lo hicieron todo bien. Iba sentada en su asiento del coche, bien atada en la parte de atrás. Su coche fue arrollado por una furgoneta que se saltó un semáforo en rojo.

—No es culpa tuya —dijo Paula con firmeza.

—¿No? —Pedro sacudió la cabeza—. No hice lo suficiente. Algo se me debe de haber pasado, o no la hubiéramos perdido.

—No eres Dios.

—¿Acaso crees que no lo sé? —Pedro la agarró de los antebrazos—. Si fuera poderoso, sería capaz de proteger a los niños. Podría impedir las cosas que se hacen unas personas a otras. Las mentiras, la manipulación. Si yo fuera Dios, podría salvar vidas inocentes.

Estaba hablando de generalidades, pero había algo en sus ojos, en su expresión, que le dió a entender a Paula que había algo profundamente personal en lo que estaba sintiendo. Y no tenía que ver necesariamente con la niña que había perdido, sino con algo inocente dentro de él que había muerto.

—Eres un buen hombre y un buen médico —aquellas palabras no borraron el dolor de su expresión.

—Odio perder —reconoció Pedro.

—Pero no puedes ganar siempre.

Paula  deseaba desesperadamente consolarle y no sabía qué hacer excepto apretar su cuerpo contra el suyo y ofrecerle confort a través del tacto. Sintió la tensión de su cuerpo y lo abrazó con más fuerza, apoyando la cabeza sobre su pecho, sintiendo el poderoso latido de su corazón. Sintió la rabia que había dentro de él y cómo se resistía a su consuelo, pero lo mantuvo abrazado hasta que Pedro le puso la mano en la nuca y le acarició el cabello. Luego le levantó suavemente el rostro.

—Paula…

El agonizante susurro de su nombre fue lo último que dijo antes de inclinar su boca hacia la suya. Aquel contacto desató la tormenta en el interior de Paula y ahogó cualquier pensamiento racional, silenciando todas las razones que indicaban que aquello no era una buena idea. La boca de Pedro se hizo con la suya con avaricia, provocándole escalofríos de placer en todas las terminaciones nerviosas. Él le recorrió el labio inferior con la lengua y ella se abrió. Sin vacilar, él se hundió en sus profundidades y tomó lo que le ofrecía. La besó en la mejilla, en la mandíbula, detrás de la oreja y en el cuello. Respirando con dificultad,  la subió en brazos y dijo en un tono de voz que le puso la piel de gallina:

—Te deseo, Paula. Si eso te supone algún problema, dímelo ahora…

 Ella le llevó la yema del dedo a la boca y sacudió la cabeza.

 —No voy a rebatirte.

—Sería la primera vez —aseguró Pedro con expresión de felicidad.

—Eso no es cierto —Paula le echó los brazos al cuello mientras Pedro la llevaba al dormitorio en volandas—. No soy una mujer que busque el enfrentamiento.

—Sí, claro que lo eres —Pedro se detuvo al lado de la cama y sacó el brazo de debajo de las piernas de Paula, permitiendo que se deslizaran hasta tocar el suelo—. Pero yo no necesito las chispas de la confrontación para hacer un fuego —su mirada ardiente se clavó en el alma de ella—. Lo único que necesito es mirarte.

Pedro le agarró la parte inferior de la camiseta y se la subió lentamente mientras ella levantaba los brazos.

—Juegas sucio —dijo él con los ojos brillantes de satisfacción—. No llevas sujetador.

—No sabía que tenía que llevarlo —respondió ella.

La mirada de Pedro se oscureció cuando le acarició la rojez del seno, lo único que quedaba del bulto. Inclinándose suavemente, se lo besó con ternura y ella estuvo a punto de derretirse. Mientras los labios de él se entretenían en sus senos, sus pulgares se engancharon en la banda elástica de los pantalones y tiraron de ellos. Cuando los tuvo a los pies, Paula salió de ellos y se paró delante de él completamente desnuda a excepción del reloj en la muñeca. Pedro le deslizó la palma de la mano por el abdomen y luego hundió un dedo en los rizos que le cubrían la entrepierna, aguantando la respiración mientras sentía su calor. A Paula le temblaron las piernas, y prácticamente suplicó que quería más. Con un único movimiento, él retiró la colcha. Luego se quitó la bata, se sacó la cartera del bolsillo de atrás y la dejó en la mesilla de noche. Ella se tumbó en la cama y esperó a que se reuniera con ella, observando cómo sacaba un preservativo de la cartera. Pedro abrió el envoltorio y se lo puso. En sus ojos brillaban el deseo y la intensidad cuando puso una rodilla en el colchón y se sujetó sobre los brazos, colocados uno a cada lado del otro, atrapándola del modo más sensual posible. Resollando, se colocó encima de ella, empujó y la llenó. Paula sintió que por fin estaba en el lugar al que pertenecía y con quien quería estar. Pedro le hundió el rostro en el cuello y comenzó a moverse lentamente hacia dentro y hacia fuera. Cada embiste la llevaba más lejos, elevando la tensión que crecía dentro de ella. Cada embiste intensificaba la presión hasta que por fin se estremeció y el placer se abrió paso a través de su centro, atravesando todo su cuerpo. Unos instantes más tarde,  se quedó completamente quieto y gimió su propio orgasmo, sujetándola con fuerza como si no quisiera soltarla nunca. Ella lo rodeó con sus brazos y lo estrechó contra sí, porque estaba exactamente donde quería estar. Donde quería quedarse.

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