domingo, 28 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 41

—No puedes hablar en serio —hizo un gesto de dolor.

—Claro que sí —logró apartarlo—. Olvidas que... estás casado y que yo... me voy a casar con David... Con un demonio, volvió a abrazarla , con tanta fuerza que la hizo perder el aliento—. No permitiré que te cases con ese tipo. No permitiré que te cases con nadie que no sea yo —y le alzó la barbilla para besarla en la boca.

Paula tenía los ojos abiertos, igual que él, de modo que pudo ver la pasión que lo embargaba. Y cuando las caricias sensuales de su lengua le hicieran olvidar todo pensamiento coherente, tuvo que cerrar los ojos. Todo dejó de existir para ella, salvo las manos de Pedro, sus labios y la fuerza de su cuerpo contra el suyo. Se aferró contra él y se asió de su camisa para no caer cuando sintió que las rodillas se le doblaban. Sólo se dio cuenta de que le estaba haciendo daño, cuando lo oyó respirar con dificultad.

—No importa —susurró cuando ella abrió los ojos y dejó de besarlo—. Sólo me has tirado un poco del pelo, eso es todo —explicó y le dio apoyo rodeándole la cintura con un brazo—. Aunque me encantaría que me desnudaras del todo, preferiría que no me desollaras primero. —¡Oh, Pepe!

Su sentido del humor le era muy familiar. Aunque el comentario pudo devolver la sangre fría a lo que estaba pasando, tuvo el efecto contrario. En vez de apartarse de él, Paula enmarcó su rostro con las manos y lo contempló como si quisiera grabar su imagen en la memoria. Pero ya conocía todos sus hermosos rasgos, desde las arrugas alrededor de sus ojos, hasta el pulso que palpitaba justo debajo de su mandíbula. Una vez le había cubierto la cara de besos y, mientras seguía mirándolo, supo que él también lo recordaba.

—Dilo —susurró acariciándola las nalgas. La acercó con fuerza y Paula sintió su firmeza contra su estómago—. Dime que me amas —tomó el dobladillo de la falda y lo subió para poder acariciarle la pierna—. Sabes que me amas —subió más la mano y la chica se relajó, facilitándole las cosas—. Dios, Pau, cómo te deseo... No finjas que no estás lista para mí...

 —¡Pau! ¿Dónde estás?

Alguien la estaba llamando y aunque le pareció que la voz llegaba de muy lejos, la molestó. Por fin, se volvió demasiado irritante como para ser ignorada. «¡Menos mal!», pensó  después, al darse cuenta de que Pedro y ella habían estado a punto de olvidar dónde estaban. Tal vez si su madre no los hubiera interrumpido, ella se habría entregado a él, allí, en el estudio de su padre, con la posibilidad de que todos los que pasaran por el jardín los vieran. Pero sabía que el hecho de que los vieran no era lo peor. Su propia conducta que no tenía derecho, ni legal ni moralmente. No fue Alejandra quien los descubrió, sino la señora Davis que había ido a buscarla.  Aunque Pedro se abrochó la camisa con rapidez y ella sabía que no tenía nada de maquillaje en la cara, estaban en los extremos opuestos del estudio cuando la señora Davis entró. Sin embargo, el ama de llaves los miró con suspicacia. Y  se sintió aliviada cuando Pedro tomó la iniciativa.

—¿Sí? —comentó con toda la frialdad de que era capaz—. ¿Quería usted algo?

A pesar de su curiosidad, la señora Davis sabía muy bien quién era Pedro y sonrió falsamente.

—Yo... la señora Chaves está buscando a su hija, señor Pedro— explicó y miró a Paula—. La gente ya se va, señorita Chaves. Creo que a su familia le gustaría que usted los despidiera con el resto de la familia.

—¿Ah, sí? —se humedeció los labios y miró con nerviosismo a Pedro—. Bueno... muy bien.

 —Paula se reunirá con su madre dentro de un momento —anunció Pedro y se levantó de la mesa para sacar al ama de llaves de la habitación.

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