domingo, 7 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 53

El señor sonrió con tristeza.

—Qué Dios la oiga.

 Paula se dió la vuelta y avanzó por el pasillo lleno de máquinas y carritos de ropa blanca hacia la zona de los ascensores. Sentía el corazón pesado por muchas razones, y una de ellas era por tratar de no llorar por un hombre y una mujer que habían pasado más de medio siglo juntos y que pronto tendrían que despedirse. Al menos ellos habían tenido esos años juntos. Nunca tendría oportunidad de saber cómo hubiera sido la vida con Pedro. Y Laura estaba embarazada, lo que iba a complicar muchísimo la vida que los adolescentes estaban tratando de construir con tanto tesón. La visión se le nubló cuando los ojos se le llenaron de lágrimas cuando se apartó del mostrador de información y del hombre alto que estaba allí.

—¿Paula?

Oh, por el amor de Dios. ¿Por qué no podía tener un momento de intimidad? Parpadeó para librarse de las lágrimas, se pasó el dorso de la mano por la cara y se giró para encontrarse con el padre de Pedro.

—Horacio—dijo con toda la alegría que pudo—. Me alegro de verte.

Él frunció el ceño.

—¿Qué te ocurre?

—Nada, ya sabes —Paula se encogió de hombros.

 —¿Se trata de Oli?

—No —Paula sonrió—. La he dejado con Pedro en su casa. A mí me llamaron para trabajar y él libraba hoy. Siempre tratamos de asegurarnos de que uno de los dos esté con ella si es posible.

—Muy bien pensado.

 —Esos somos nosotros. Los mejores padres…

 Cuando se quedó sin voz, Horacio la agarró del hombro y la llevó hacia una esquina del pasillo.

—No hay nadie alrededor. Puedes contarme qué te pasa.

—¿Cuánto tiempo tienes? —preguntó Paula tratando de hacer una broma.

—Todo el que necesites. He venido a ver a un paciente y luego tengo la tarde libre —Horacio apoyó el hombro en la pared—. Escúpelo, jovencita. ¿Se trata del trabajo? Vienes de urgencias.

El hombre no le iba a dar ninguna oportunidad.

—Acabo de estar con el marido de una paciente que se enfrenta a una enfermedad terminal.

—Lo siento. Eso nunca es fácil —Horacio la miró con empatía, y luego preguntó—. ¿Y qué más te preocupa?

—Una de las adolescentes de mi programa ha descubierto que va a tener otro bebé, un segundo embarazo no deseado.

—Entiendo.

—Lo cierto es que trabajé mucho para hacerles llegar a las chicas el mensaje de que todos cometemos errores pero que podemos aprender de ellos —Paula alzó la vista para mirarlo—. Pero no soy la persona adecuada para decirles lo que deben hacer.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Horacio.

—Soy un fracaso. Siempre lo he sido. No tiene sentido que trate de ser un modelo para esas chicas. Ellas al menos han tenido el valor de quedarse con sus bebés. Yo entregué al mío…

—Eso no es verdad. Estás criando a Oli. Y muy bien, en mi opinión.

 Paula se llevó el gráfico al pecho.

—No estoy hablando de Oli. Cuando tenía quince años me quedé embarazada y tuve un niño. Mi madre me dio a escoger: entrega al niño en adopción o vete. Intenté irme pero las calles no eran un buen lugar para criar a un niño y pensé que estaría mejor con unos padres, un lugar donde vivir y comida. Llámame loca.

—Difícil —Horacio tenía una expresión de simpatía—. ¿Te arrepientes de haber entregado a tu bebé en adopción?

Paula pensó en qué contestar.

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