domingo, 21 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 24

—Claro que lo estaba —por un momento, había olvidado con quién hablaba—. No piensas que yo me mojaría por nada, ¿Verdad? Mi abuela se va a poner furiosa conmigo.

—¿De veras estaba atrapado? —dudó—. Se escapó hace un rato mientras yo trataba de enseñarle a pasear a mi lado sin correr. ¡Perro tonto!

—Pues casi se convierte en un perro muerto —replicó Paula.

El perrito recobró las fuerzas y empezó a gemir—. ¿Cómo quieres que te lo devuelva? ¿Voy al pueblo y nos vemos en el puente?

—Preferiría que hiciéramos otra cosa —Pedro se mordió el labio—. Hay una presa un poco más adelante. Si no te importa andar, allí podrías dármelo.

Paula dudó. Ya sabía qué presa se refería Pedro y estaba bastante alejada. La tormenta caería en cualquier momento y le parecía absurdo andar tanto. Pero si llevaba el perro al pueblo, todos sabrían qué había pasado. Y ella no quería eso, igual que él. Aquello era algo entre ella y Pedro. Por vez primera en su vida, había hecho algo importante. No sabía todavía si se lo contaría a Jesica. Pedro malinterpretó su vacilación.

—Supongo que preferirías ir a tu casa a cambiarte de ropa. Perdona, no se me había ocurrido eso al sugerirte que fuéramos a la presa. Y va a llover. Puedo ir a por la camioneta y recoger al perro en tu casa. ¿En dónde vives? ¿En el pueblo?

—No..., no me importa mojarme —gritó Paula.

No quería ni pensar en lo que haría su abuela si llevaba el cachorro a casa. Sabía que se portaría con mucha amabilidad mientras Pedro estuviera allí, pero cuando él se fuera.

—Bueno, si estás segura...

—Lo estoy.

Paula empezó a caminar, abrazando al perrito. Se resignó. Ya estaba mojada. De una u otra forma, su abuela se enfadaría con ella.

—¿Cómo se llama? —preguntó mientras lo veía caminar al otro lado.

—Leandro, ¿Lo puedes creer? —sonrió Pedro—. Pero lo llamamos Sandy, por razones obvias. Pero de todos modos es algo irónico, ¿No crees?

—¿Por qué? —Paula frunció el ceño. —Ah, bueno, Hera y Leandro son personajes de la mitología griega. Hera vivía de un lado de la ribera de un río y Leandro al otro lado. Cada noche, Leandro cruzaba el río a nado para ver a su amada.

—Entiendo.

—No, no entiendes. Ése no es el final de la historia. Una noche, se desató una tormenta y Leandro se ahogó. Supongo que tendré que vigilar más a ese perro. No creo que siempre haya alguien cerca para salvarlo.

 Paula sonrió. Le agradó saber que él la creía. Era un sueño. Estaba charlando con Pedro Alfonso. Pensó que las chicas del pueblo estarían verdes de envidia. Aunque no sabía todavía si se lo contaría o no. Llovió y quedó empapada. Pero eso le dió el pretexto para no contarle a nadie lo sucedido. Y guardó el secreto durante dos años. Luego, cuando tenía dieciséis años, volvió a encontrarse con él. Volvía en bicicleta a casa una tarde nevada de febrero, después de visitar a su amiga Jesica. Al dar una vuelta, se encontró con el coche de Pedro medio enterrado en la cuneta. Como no esperaba encontrarse con nadie por el camino pues nevaba bastante, no estaba preparada para frenar. Y de todos modos, sus frenos estaban mojados, así que no sirvieron de nada. Evitó hacerse daño saltando de la bicicleta antes de que ésta se estrellara contra el parachoques trasero del coche. Pedro revisaba algo al frente, y al oír el golpe se acercó. Vió a Paula tirada en un montón de nieve.

—Oye, ¿No eres?...

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