miércoles, 17 de mayo de 2017

Has Vuelto A mí: Capítulo 14

—Si te hubieras casado con Pedro y tuvieras dos hijos con él, no estarías hablando así. Es... una indecencia.

—¡Vamos! —a Paula le costó trabajo contener la ira.

 Gonzalo y su padre opinaban que una mujer sólo debía tener un papel en la vida.

—Bueno, tengo que irme —Gonzalo puso la silla en su lugar—. Algunos tenemos que trabajar.

—Está bien —no se dió por aludida—. Tal vez después te vaya a ver. ¿Y en dónde están todos? Delfi ya no estaba en cama cuando me desperté. Pensé que estaría aquí.

—Creo que está ayudando a mamá a recoger verduras —replicó Gonzalo—. ¿Por qué no vas con ellas? Tal vez te necesiten más que yo.

—¡Oh, Gonza! —Paula se levantó de la mesa y lo abrazó—. Tenemos que olvidar el pasado —susurró y lo miró a los ojos—. Te he echado mucho de menos... igual que a todos. Y... hubo motivos por los cuales no pude volver antes. Por favor, créeme.

—No creas que vas a hacerme ceder, como lo has logrado con papá — exclamó, pero ella adivinó que ya flaqueaba—. Está bien —masculló—. Yo también te he echado de menos. Pero eso no significa que te vaya a perdonar por habernos abandonado durante tanto tiempo.

 Se fue después de darle un beso brusco en la mejilla. Paula se sentó en la mesa con una sonrisa melancólica. «Lento pero seguro», se dijo con firmeza. Estaba segura de que todos la querían. Y no podía decir lo mismo de Gloria Chaves. La anciana nunca la había querido. Ella fue el principal motivo por el cual Paula se mantuvo lejos de Lower Micer. Mientras Gloria  estuviera viva, siempre la haría sentirse como una intrusa. Pero no podía echarle la culpa sólo a su abuela. La razón más poderosa para irse del pueblo y quedarse lejos, fue pensar en volver a ver a Pedro en volver a sentir el dolor y la angustia que la había embargado el día de su partida.


Una sombra oscureció el umbral. Sumida en sus pensamientos, Paula alzó la cabeza. Era muy activa y estaba sentada sin hacer nada. La agencia que había fundado y que Adriana Reina, una norteamericana, la ayudaba a administrar, le exigía mucho tiempo y esfuerzo. Rara vez tenía tiempo de ponerse a meditar. Se sintió culpable.

—¿Estás sola? —Pedro la miró intensamente y apoyó un brazo en el marco de la puerta—. ¿Qué te pasa? ¿Te ha estado molestando alguien?

—No más que de costumbre —contestó tensa, cuando logró controlar sus nervios.

No quería que él viera cuánto la afectaba. Tarde se dió cuenta de que, al aceptar quedarse más tiempo después del funeral de la abuela, O se comprometía a algo más que una reconciliación familiar.

—¿Qué quieres decir con eso? —Pedro entró en la cocina—. ¿Qué te han estado diciendo? Háblame. Quiero saberlo.

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