domingo, 28 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 43

Lo cual significaba que el matrimonio era un desastre, pero eso no alteraba su propia posición, pensó Paula con amargura. No podía negar que no le desagradaba que Pedro no fuera feliz con Candela, pero no le deseaba la desdicha. Ella lo amaba y quería que fuera muy feliz. El problema era que intuía que ninguno de los dos podría ser felíz sin el otro. Pensó que lo que debía hacer, lo que debería haber hecho diez años antes, era hablar con su madre, preguntarle por qué había dejado que su relación con Pedro continuara sabiendo lo que sabía. Sólo Alejandra podía explicar por qué no había hablado durante tantos años. Tal vez así Paula tendría algo de paz mental. Sin embargo, Paula sabía que no podía hacerlo. Eso no la ayudaría y tal vez provocaría un daño irreparable a la familia. Tal vez provocaría la muerte a su madre. Decidió que lo que debía haber era volver a Nueva York con David. Aceptar de una vez por todas que Pedro y ella no tenían futuro y dejar de jugar con fuego.

Oyó pasos a sus espaldas. Se volvió, sorprendida. Su madre estaba descansando, su padre y Gonzalo  trabajaban en el campo y hasta la señora Davis andaba de compras. Se creía sola en la huerta y abrió los ojos con horror al reconocer a la que se acercaba. Hacía diez años que no veía a Candela Berrenger, Candela Alfonso. Y nada había cambiado. Candela siempre fue alta, delgada y un poco masculina en apariencia. Llevaba el pelo largo y lacio como siempre atado con una cinta de piel. A Paula siempre le había parecido una chica atractiva. Deseó estar más preparada para la visita. Pero vestía una camiseta vieja y unos vaqueros sucios de tierra de Gonzalo. Sabía que no parecía que hubiera vivido en Nueva York durante diez años, una de las ciudades más elegantes de todo el mundo. Se limpió las manos en las caderas y se dispuso a enfrentarla. No pensaba que Candela tuviera un motivo agradable para ir a verla. De jóvenes,nunca fueron amigas y estando ella casada con Pedro, pensaba que no podían tener nada en común. Sabía que no era algo sensato, pero sintió horror al imaginar que él le había hecho el amor a Candela.

—Hola —Candela se detuvo a poca distancia y sonrió, algo rígida—. Espero no molestar.

—No —se sorprendió al ver la cordialidad de Candela.

Pensó que saber que Paula y Pedro ya se habían visto. Aunque las cuadras Berrenger estaban a algunos kilómetros de Lower Mychett, las noticias de ese tipo viajaban pronto. Paula creyó que iba a advertirle que se alejara de él y por lo tanto la confundió la falta de agresividad de la otra mujer. No obstante, sabía que era posible que Candela ocultara sus verdaderos sentimientos.

—¿Puedo... ayudarte en algo? —inquirió Paula.

No se le ocurría otra razón por la que Candela estuviera allí que no tuviera que ver con Pedro.

—Eso espero. Parece que has estado ocupada —comentó mirando el jardín, como si también ella estuviera incómoda con la situación.

 —Así es —miró la tierra, pero deseó que Candela no se anduviera por las ramas y que se fuera de una vez.

—No creo que hayas tenido mucho tiempo para la jardinería ahora que has estado en Estados Unidos —prosiguió Candela, haciendo tiempo—. Fuiste a Nueva York, ¿Verdad? Supongo que fue un cambio muy brusco en comparación con Lower Mychett.

—Así es —asintió—. Esto... ¿No te importa que vayamos a la casa? Me gustaría lavarme las manos.

—Sí, claro —Candela volvió por el sendero y las dos entraron a la cocina de la granja.

—Bueno —comentó Paula después de lavarse las manos—¿Qué puedo hacer por tí?

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