lunes, 29 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 47

—Te llama lady Ana. Quiere hablar contigo, Pau.

—¿Conmigo? —preguntó asombrada y algo asustada.

—Cuidado con lo que dices, niña —señaló su padre con dureza—. No quiero que vuelvas a hacer pasar un mal rato a los Alfonso.

Paula lo miró con indignación y cogió el teléfono. Después de los saludos acostumbrados, lady Ana la invitó a cenar aquella misma noche.

—Espero que puedas venir, Paula.

Ésta sabía que más bien era una orden, pues nadie rechazaba una invitación a Rycroft.

—Bueno... —trató de encontrar un pretexto, pero lady Ana no la dejó seguir.

—Creo que debes venir, Paula—señaló, anticipándose a su negativa—. Después de todo, no quiero que nadie piense que te guardamos rencor.

—Está bien.

—Me alegro de que lo entiendas. Te esperamos a las siete y media. Es una cena formal, por supuesto.

Paula se pasó el resto del día tratando de pensar por qué lady Ana la había invitado. Ella no pensaba que debiera volver a ver a los Alfonso y no le agradaba la idea de ver al padre de Pedro, sabiendo lo que sabía. Se preguntó qué haría si él tocaba el tema. Al arreglarse, reprimió ese pensamiento. No podía creer que un hombre como Horacio no hubiera hecho nada de estar enterado de su paternidad accidental. Como no había llevado mucha ropa, sólo podía ponerse unos pantalones de seda o el traje que había llevado el día del funeral. Como no podía cenar en casa de lady Ana con pantalones, se puso el traje sastre con una blusa blanca en vez de la negra del día del entierro. Se bañó y el pelo le quedó suave y sedoso. Como vió que estaba muy pálida, se puso un poco de colorete en las mejillas. No quería que los Alfonso pensaran que temía verlos... aunque fuera cierto. Su padre la llevaría a Rycroft, pero cuando  bajó a las siete y cuarto, vió a Pedro en la sala, charlando con sus padres. Era la última persona a quien esperaba encontrar y se ruborizó de inmediato. De alguna manera, creyó que él no tenía nada que ver con la invitación de su madre y, a pesar de que  sabía que todavía vivía en Rycroft, imaginaba que él no estaría presente.

—Pepe ha venido para llevarte a Rycroft —anunció el padre y miró a su hija—. ¿No es muy amable de su parte?

—Mucho —se humedeció los labios, consciente de la advertencia silenciosa de su padre—. Espero que le hayas dicho que no era necesario.

—Pensé que así evitaría que volvieras sola a casa —contestó Pedro—. No sabía que tu padre te llevaría.

—¿De veras? —se tensó sin poder evitarlo.

—Pepe pensó que tú misma conducirías. Pero le he dicho que sacaste el permiso en Estados Unidos —explicó Miguel.

—Entiendo.

—Está bien —Pedro se puso de pie. Llevaba pantalones negros y una camisa gris oscuro abierta al cuello y mostraba su bronceada garganta. Hace diez años su madre habría insistido en que se pusiera una corbata para cenar. Las cosas habían cambiado.

—¿Nos vamos?

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