domingo, 28 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 42

Paula supo que no podía permitirse volver a estar a solas con él. Cruzó la habitación a toda prisa.

—Voy ahora mismo, señora Davis —y salió.

Alejandra estaba el fondo del pasillo y Paula se dirigió hacia ella con rapidez para evitar a Pedro. Temía que éste la siguiera y no creía poder enfrentarse a él de nuevo. Necesitaba tiempo para recuperar la compostura antes de volver a verlo, tiempo para su postura y para ha— ¿??????? —¿Estás bien, Pau? —Alejandra miró a su hija con preocupación.

—Creo que sí —suspiró Paula.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué pasa? —Alejandra frunció el ceño—. ¿Has discutido con Pepe?

—¿Qué? —contuvo el aliento—. No —contestó tan sólo y se preguntó por qué no sentía rabia con su madre—. No, no hemos... discutido.

—Ah bueno —la señora Chaves giró su silla.

—Dime... —preguntó de pronto su hija—, ¿Por qué no ha venido Candela al funeral? Creí que vendría.

—¿Candela? —apretó la boca—. ¿No te ha contado Pedro nada sobre su esposa?

—¿Contarme qué? —la miró con detenimiento—. ¿Qué pasa con ella?

—Ahora, no, cariño —negó con la cabeza—, Y si Pepe no te lo ha dicho en persona, entonces yo no tengo por qué...

—¿Qué pasa con Candela? —repitió Paula y su madre suspiró exasperada.

 —No podemos hablar de eso ahora. No tenemos tiempo. Pregúntamelo después, cuando todos se hayan ido.

—Ellos... siguen casados, ¿Verdad? —se mordió el labio inferior.

Sin embargo, se dio cuenta de que Pedro y la señora Davis se acercaban por el pasillo. Y Alejandra también.

—Después, Pau—apretó la mano de su hija—. Llévame a la sala, querida. Tu padre nos está esperando.


Paula  se apoyó en sus talones para sentarse e inspeccionó el trozo de huerta que acababa de limpiar. Tenía mejor aspecto, aunque sin lluvia estaba muy seco. Aunque hiciera mucho calor, las hierbas se las ingeniaban para crecer y robar la humedad que necesitaban las hortalizas. Se miró las manos. Sus uñas ya no estaban pintadas y las tenías llenas de tierra, pero se sentía muy satisfecha con su trabajo pues, por vez primera desde que llegó al pueblo, se sentía útil. También le sirvió para purgar su frustración y aliviar un poco el dolor de su interior. Habrán pasado tres días desde el funeral. Tres días en los que Pedro se fue sin despedirse y no había vuelto. No podía culparlo por mantenerse alejado. No había hecho nada por mejorar su imagen ante él. El encuentro en el estudio, el día del sepelio, no sirvió de nada. Pensaba que había terminado de probarle  que ella era tan egoísta como él.

Podía decir que él no tenía por qué acercársele, que seguía casado con Candela y que no tenía por qué criticar su moralidad. Pero de todos modos, le dejó creer que él le importaba. Hizo una mueca. Todavía lo amaba y no tenía ninguna justificación para lo que había hecho. Pero no entendía por qué debía asumir toda la culpa cuando, cada vez que Pedro se acercaba, le resultaba imposible pensar con coherencia. Sentía que su alma era la que estaba perdida sin remedio. Y, en lo que se refería a la relación de él y Candela,  sólo tenía la palabra de su madre de que las cosas no marchaban del todo bien. La señora Chaves le explicó a su hija  que Candela no sólo trabajaba en las cuadras de los Berrenger todos los días, sino que allí vivía desde hacía mucho tiempo.

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