viernes, 12 de mayo de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 3

En el fondo, había tenido la seguridad de que alguien iría a recogerla. Escribía con cierta frecuencia a su madre.

—Paula.

Nerviosa y tensa, la chica se volvió al oír su nombre. Y se quedó de una pieza, sin poder creer lo que veía.

—¡Pe... Pedro!

—Hola —inclinó al cabeza—. ¿Cómo estás?

 —Este... bien. Estoy bien —Paula tragó saliva y miró a su alrededor—. Este... —frunció el ceño—. ¿Has venido a recogerme?

—Bueno, no estoy admirando los aviones —contestó él secamente—. ¿Ha tenido un buen viaje?

Paula jadeó. Le parecía que aquella conversación tan cortés debía ser producto de su imaginación. Recordaba muy bien cómo había reaccionado Pedro cuando le anunció que se iba a Estados Unidos. Estaba furioso con ella. Había creído que iba a pegarla y las palabras que habría usado él para describirla entonces, estaban grabadas para siempre en su memoria. Por eso aquella escena le parecía irreal. El Pedro que ella recordaba nunca podría perdonarla. Pero no había podido decirle la verdad. Y, de estar ella en su lugar, habría hecho lo mismo, si Pedro la hubiera abandonado. Después de todo, estaban muy enamorados.

—¿Éste es todo tu equipaje? —inquirió Pedro y Paula tuvo que volver al presente.

—¿Qué? —lo miró atontada y luego asintió, nerviosa—. Ah, sí. Sí. Esto es todo.

—¿Estás bien?

—Sí —Paula el miró a los ojos, haciendo un esfuerzo—. Sí, estoy muy bien, gracias, ¿Y tú?

—Fantástico —declaró tomando el carrito—. Tengo el coche estacionado fuera, pero estoy en una zona restringida. ¿No te importa si nos damos prisa?

Paula volvió a tragar saliva. Sin poder evitarlo, le puso una mano en el brazo. Debajo de la chaqueta, sintió sus músculos duros y cálidos. Y también el rechazo instintivo de Pedro. Apartó la mano con rapidez.

—Perdón —murmuró y se acomodó el bolso en el hombro.

—¿Pasa algo malo? —la miró con dureza.

Por un segundo, Paula creyó oír una emoción más profunda en su voz.

—No, nada —aceleró el paso.

Se preguntó qué diría él si le dijera que tenía que asegurarse de que su presencia era real. Hacía años, Pedro tenía un viejo Mini que entre él y un amigo mecánico arreglaron. Miguel Chaves  siempre había dicho que Pedro conducía demasiado rápido, aunque en aquella época lo preocupaba más que el chico tuviera rectas intenciones para con Paula. Después de todo, era el hijo de lady Ana Alfonso. Aunque el padre de Pedro no fuera noble, era dueño de Rycroft y eso equivalía a tener un título en Lower Mychett.

 El coche que estaba en el estacionamiento estaba muy lejos de ser un Mini. A pesar de que estaba un poco sucio, Paula se dió cuenta de que era un Mercedes muy elegante, no un deportivo.

—Entra —abrió la puerta a Paula—. Yo me encargo del equipaje.

—Gracias —se mordió el labio y se sentó.

Ya segura de que no era una fantasía, la acosaron otras dudas. Se preguntó qué hacía Pedro allí. Y quién le había pedido que fuera a por ella. Pedro cerró el portaequipajes y puso el carrito del aeropuerto en su lugar. Se sentó al volante y se puso el cinturón de seguridad, mientras Paula aprovechaba la ocasión para mirar su perfil. No había cambiado mucho. Era muy consciente del musculoso muslo que estaba cerca del suyo. Estaba un poco más fuerte lo que le parecía lógico. Él tenía treinta y dos años y ella veintiocho. Notó que su rostro había envejecido más que su cuerpo. Tenía arrugas junto a la boca y los ojos. Sus ojos grises estaban más hundidos. Pero tenía el pelo tan oscuro como siempre y un poco largo.

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