domingo, 4 de junio de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 55

—Tu primer nieto. Debes estar muy contenta —comentó.

—Claro —la señora Chaves había encontrado lo que parecía ser un pequeño cajón y le pidió a Paula que lo sacara del cajón—. Y la pobre de Delfi que ha tenido que cargar con el bebé hasta el final. Yo no tuve ese problema con ninguno de ustedes.

—¿Cómo es eso? —inquirió, jadeante, y puso la caja en el regazo de Alejandra.

—No. Por algún motivo, todos nacieron a los siete u ocho meses. Recuerdo que tú fuiste la más rápida. Naciste apenas siete meses después de me casara con tu padre.

 —¿De veras? —se ruborizó y tragó saliva mientras volvía a sentarse en la cama—. Qué...raro.

—Así es —la señora abría la caja y no notó el rubor de su hija—. Pero algunas mujeres son así. El doctor dijo que era algo normal.

Paula digirió eso con dificultad. De acuerdo con sus cálculos de la abuela, Alejandra ya estaba embarazada de dos meses cuando se casó con Miguel Chaves. Por muy prematuros que fueran los otros bebés, ella no lo fue. El cofre ya estaba abierto y vió que contenía el testamento de la abuela, algunas fotografías antiguas y varios registros de gastos. También había varias cartas atadas con una liga y  vió como su madre las revisaba.

—¡Dios mío! —susurró, pasmada.

Paula se asustó por su madre, pero ésta tan sólo estaba muy disgustada. Era obvio que no sabía que Gloria había encontrado las cartas que le escribió el padre de Pedro y que estaba muy molesta por descubrirlas allí.

—¿Qué pasa? —Paula se sentó sobre sus manos para no arrebatarle esa cartas a su madre.

—Éstas son las cartas que Horacio Alfonso  me escribió hace muchos años — las blandió con amargura—. Tu abuela debe haberlas tomado y guardado por alguna razón.

—¿Tú... no las guardaste? —trató de aparentar naturalidad.

—No. Hace muchos años, justo antes de que tu padre y yo nos casáramos, las tiré. No sé por qué las conservé tanto tiempo. Supongo que tenían para mí un valor sentimental. Me recordaban mi juventud.

—¿Tu juventud? —frunció el ceño—. Pero eras muy joven cuando te casaste.

—Tenía veinticuatro años —aclaró—. En esos tiempos, ya era vieja. Sobre todo en un pueblo como Lower Mychett. Después de todo, tu padre y yo nos conocíamos desde que íbamos a la escuela.

—Entonces, ¿Por qué esperaste tanto tiempo para casarte? —aventuró Paula y se preguntó si su madre le diría la verdad.

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