lunes, 26 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 61

Paula quiso retirar la pregunta. Si Pedro decía que la quería como amiga, la humillación sería mucho mayor que el no haber sabido cómo besar. Entonces, ella se dió cuenta de que él  había estado hablando con Augusto. Un hondo alivio la inundó.

—Estás bien —dijo Paula mirando al muchacho.

—Estaba con mi primo —repuso Augusto y se puso de pie entre el sofá y la mesita—. No quería preocuparte. Ni causar problemas en tu familia. Pedro dice que fuiste a buscarme a Billings.

 —Dijiste que tenías un amigo allí —explicó Paula.

Si no hubiera metido las narices en la conversación del chico con sus amigos, nada de lo que había pasado en Billings habría sucedido, pensó.  Le había dolido mucho la forma en que Pedro  había dejado claro que no eran pareja. Confirmaba que quería seguir soltero. Pero nunca se arrepentiría de haber hecho el amor con él. Sería un recuerdo que la acompañaría siempre.

 —Dí algo, Paula—rogó Augusto.

Ella sonrió.

—La próxima vez deja una nota.

—Pensé que sería mejor irme, que sería mejor para tí.

—Aprecio tu preocupación, de veras —señaló ella—. Pero no tenías por qué desaparecer —aseguró y se acercó a ellos—. De todas maneras, tenemos que hablar de algo. Sabes que me importas, pero antes o después tendrás que volver a casa.

—Eso está hecho.

 Ella parpadeó.

—¿Sí?

—He llamado a mi madre. Está de camino y no se ha enfadado por teléfono. Me dijo que teníamos que hablar, pero que podíamos esperar a llegar a casa.

Paula se alegró por él.

—¿No te ha amenazado con castigarte hasta el fin de los días?

—Todavía no. Pero estoy seguro de que habrá consecuencias —señaló el muchacho con tono tristón.

—Eso espero. Significaría que se preocupan por tí.

 —Entonces, el estado de Montana se preocupa mucho por Pedro—bromeó Augusto, mirandolo—. Por las consecuencias de su exceso de velocidad.

Paula no se atrevió a mirar a Pedro. Ya le costaba bastante mantener la compostura y comportarse como si él no estuviera allí. Pero, si miraba a aquel hombre tan masculino, encantador y carismático, se le rompería el corazón todavía un poco más.

—Al estado de Montana yo le importo un pimiento —repuso Pedro—. Eso es por las reglas que deben existir en el mundo civilizado —añadió con un toque de humor crítico.

Paula sintió su mirada en la piel y le subió la temperatura. El corazón se leaceleró.

—Me alegro de que vayas a arreglar las cosas con tu familia.

—Fue por una chica —confesó Augusto.

—¿Qué? —preguntó ella, confundida por el súbito cambio de tema.

—Me escapé por una chica. Me dejó y no me dijo por qué. Yo no quería ver a nadie. Mis padres me regañaron. Me dijeron que todo el mundo tiene que pasar por esas cosas y aprender a vivir con la frustración. No lo comprendían —explicó Augusto y se cruzó de brazos—. Pero escapar fue inmaduro. Voy a hablar con Estefanía sobre esto cuando regrese a casa.

—Una decisión muy adulta.

—Pedro me dijo que sería buena idea.

Lo era. Maldición. Paula prefería que Pedro fuera un idiota para que le resultara más fácil estar enfadada con él. Pero no se lo estaba poniendo fácil.

—¿Cuándo va a venir tu madre?

—Dentro de poco —respondió Augusto—. Quería decírtelo a tí primero. También quiero despedirme de Javier y los demás antes de irme.

Paula asintió con aprobación.

 —Buen plan.

 El muchacho titubeó un momento.

—¿Puedo darte un abrazo? ¿Crees que Gonzalo tirará la puerta abajo y me pegará si lo hago?

—Está en el trabajo. No hay moros en la costa — respondió Paula con una sonrisa y abrió los brazos hacia él.

—Gracias, Paula. Por todo. En serio.

—De nada —repuso ella con un nudo en la garganta por tantas emociones mezcladas. Se alegraba mucho de haberlo podido ayudar en Raíces, pero también iba a echarlo de menos—. Eres parte de la familia, muchacho. Ven a vernos de vez en cuando.

 —Claro que sí —afirmó Augusto, le estrechó la mano a Pedro y salió por la puerta.

 A través de la gran ventana, ella lo vió mirar atrás y sonreír. El chico la saludó con la mano y se alejó.  Se había quedado sola con Pedro y con la pregunta que le había hecho hacía unos minutos. Con suerte, él no la habría oído o no se acordaría.  Pedro la miró.

—Me importas, Paula.

 La había oído y se acordaba, pensó ella.

—Muy amable por decir eso.

—No tiene nada que ver con la amabilidad. Es la verdad.

Él no parecía muy contento de admitirlo, observó Paula. Lo mismo le pasaba a ella. Sus propios sentimientos tampoco le gustaban.

2 comentarios:

  1. Ay! Que le diga que la ama! Que se anime! Muy buenos capítulos!

    ResponderEliminar
  2. Siempre me quedo con ganas de leer más! Buenísima esta historia!

    ResponderEliminar