lunes, 19 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 39

Casi era hora de cerrar Raíces. Paula estaba sentada con tres chicas, que contemplaban sus diseños, dándole su opinión.  En la otra esquina de la habitación, Augusto y Gonzalo estaban ocupados con el ordenador nuevo que había sido donado al proyecto.  Tomó un lápiz rojo y, con unos pocos trazos, añadió un lazo a un bolso de noche.

—Quedaría muy bien en satén negro. Quizá con algunas lentejuelas en el lazo.

—Ooh —dijeron las chicas, admiradas.  Nunca he visto en las tiendas nada tan chulo — comentó Belén  Harmon, una morena de ojos color avellana que era nueva en Raíces.

Entonces, Paula dibujó un pequeño bolso con un asa para colgarse al hombro y un broche en el cierre.

—¿Qué les parece una cremallera decorativa?

—Maravilloso —dijo Karen, apoyada en el respaldo del sofá.

—Tal vez una grande y vistosa con flecos a los lados —opinó Romina.

 —Buena idea —señaló Paula y comenzó a dibujar.

—Aquí está. ¿Qué les parece?

 —Quiero comprarme uno así —dijo Karen con entusiasmo—. Es del tamaño justo.

En ese momento se abrió la puerta principal y entró Pedro. A Paula le dió un saltó el corazón, como si hubiera habido un terremoto en ese mismo instante.

 —Hola —saludó Pedro levantando una mano.  Todo el mundo le respondió.

—Ví  que las luces estaban encendidas. Es obvio que es el local de moda el fin de semana por la noche en Thunder Canyon.

 —Claro que sí. Ven a ver lo que está dibujando Paula—invitó Belén—. Mira qué bonitos bolsos. Incluso ha diseñado diferentes forros. Cuida mucho los detalles.

—A mí me gusta el estampado de cachemira — señaló Karen.

—Mi favorito es el del sol, la luna creciente y las estrellas —indicó Romina.

La charla de las chicas se apagó cuando Paula se acercó a ver lo que Paula estaba dibujando.

—¿Puedo verlo?

—Claro —repuso Paula y le tendió el cuaderno, con el corazón acelerado.

 Mientras Pedro lo ojeaba, Paula se esforzó en controlar sus nervios. Pero el aroma limpio y especiado de su loción para después del afeitado no se lo estaba poniendo nada fácil.

—Son muy buenos —afirmó él.

—Gracias.

—¿Buenos? —dijo Belén, como si estuviera ofendida—. ¿Es el mejor adjetivo que se te ocurre?

—Son impresionantes —indicó Karen—. Nosotras los compraríamos sin pensarlo.

—Paula sabe lo mucho que me gusta… lo que hace —dijo él, mirándola con intensidad.  Su ligero titubeo al final de la frase hizo que a ella se le acelerara más el pulso.

—Sí —afirmó Paula, intentando sonar lo más calmada posible—. Me ha dicho que son muy prometedores.

—También te he dicho que me gustaría enviárselos a mi asistente en Los Ángeles. Quiero pedirle su opinión sobre si pueden tener éxito o no en el mercado.

—Claro que lo tendrían —aseguró Romina, incorporándose en el sofá—. Son originales. Tienen un estilo joven, divertido y marchoso.

—Y son elegantes —añadió Belén.

—Pienso lo mismo.

Pero, por ahora, Paula no me ha dado luz verde para enseñárselos a nadie.  Porque la había besado y ella se había asustado, reconoció para sus adentros. No había sido culpa de Pedro que ella se hubiera acobardado, sintiéndose insegura y temiendo la humillación. Y la verdad era que, si lo pensaba bien, la idea de presentar en público sus diseños le producía unos sentimientos similares.

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