viernes, 16 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 24

—Ven conmigo.

—Tengo cosas que hacer.

—Tómate un descanso.

Pedro la llevó al estacionamiento por la puerta trasera del bar.

  —¿A qué estás jugando?

Paula apartó la mano y se cruzó de brazos.

—No sé de qué estás hablando.

—¿No recuerdas haberme besado?

—No —negó ella y levantó la barbilla, aunque no lo miró a los ojos.

 —No te creo.

—¿De verdad? ¿Y qué te importa que no me acuerde? Eres un mujeriego y siempre lo serás.

Ignorando su burla, Pedro la señaló con el dedo.

—Creo que recuerdas el beso, pero no quieres reconocerlo.

 Ella hizo un sonido de burla.

—Tu ego es cada vez más grande.

—Igual que tu naríz. Estás mintiendo, Paula. Más a tí misma que a mí. No quieres admitir que hay una atracción especial entre nosotros.

—Estás soñando —negó ella.

Pedro le dió un suave toque en la naríz.

—Cada vez te está creciendo más.

—Estoy diciendo la verdad.

—Para ser alguien que valora tanto la sinceridad, me parece que tienes una doble moral.

—Oh, por favor. Tengo trabajo que hacer —protestó ella, se giró y entró en el bar.

Pedro la observó mientras se marchaba y sonrió. Su intensa reacción no hacía más que confirmar sus sospechas. Si Paula no sintiera nada por él, habría respondido en tono de broma. Pero ella lo había negado todo y había huido. Sin duda, se sentía atraída por él, pensó.  Eso hizo que  tuviera ganas de besarla otra vez, con tanta pasión que todos pensaran que debían quedarse a solas. ¿Qué haría la señorita perfecta si la besara?, se preguntó.  Quería conocer la respuesta a esa pregunta, cada día más.


Al día siguiente, Paula no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con pedro la noche anterior. Apiló los platos sucios en una bandeja y los llevó a la cocina, donde Julio y Lorena , dos jóvenes contratados durante el verano, estaban esperando para meterlos en el lavaplatos de tamaño industrial. Eso mantenía ocupadas sus manos, pero no su cabeza, que no hacía más que recordar que Pedro la había llamado mentirosa. Tal vez, trabajando en Raíces ella podría expiar su pecado.  Por cada adolescente que encontraba trabajo, había muchos más con demasiado tiempo libre y preocupados por el dinero. Al menos, durante las pocassemanas que quedaban para que empezaran las clases y los jóvenes estuvieran ocupados con sus estudios, Raíces podría abrirles sus puertas.  Y Pedro Alfonso lo había hecho posible. ¿Pero cómo podía seguir sintiéndose atraída por él?, se preguntó. No quería creerlo, aunque todo demostraba que era así. Y lo peor era que él se había dado cuenta.  Al salir de la cocina hacia el comedor, vió una cara conocida. Gabriela Benedict, de los servicios sociales de Thunder Canyon, estaba sentada sola en una mesa, con el teléfono en la mano. A ella le gustaba pensar que una comunidad tan unida como la suya era inmune a los problemas de las grandes ciudades, pero no era cierto. También allí había niños y mujeres maltratados y abandonados. Gabriela estaba siempre muy ocupada, por eso ella apreciaba mucho el tiempo que le había dedicado para aconsejarla sobre Raíces. Se detuvo ante su mesa.  —Hola.  La otra mujer levantó la vista y sonrió.

—Paula, esperaba verte. ¿Estás ocupada?

 Paula negó con la cabeza.

—Acabo de terminar mi turno. ¿Quieres que te traiga algo?

—Una camarera acaba de tomarme el pedido. Creo que es la primera vez que la veo.

—Es nueva. Se llama Ailén Castro.

—Muy guapa —comentó Gabriela.

Sin embargo, la nueva no era la única mujer guapa. Gabriela Benedict, rubia de ojos verdes, era dulce, inteligente y muy hermosa, pensó Paula con un poco de envidia.

—¿Quieres sentarte conmigo? Odio comer sola.

Paula estaba ansiosa por llegar a Raíces, pero sabía que Pedro estaría allí para supervisar a los chicos.

—Claro. Tengo tiempo para mi mentora favorita. Sería una desagradecida si te dejara aquí sola.

Paula se sentó con ella justo cuando Ailén llegó con una ensalada con queso fundido.

 —¿Quieres algo más? —preguntó Ailén con una sonrisa automática.

—No, gracias —respondió Gabriela.

—De acuerdo —dijo Ailén y miró a Paula—. Mi turno ha terminado. ¿Nos vemos mañana?

—Aquí estaré —afirmó Paula y observó como la otra mujer se iba.

¿Qué estaría tramando esa Ailén? Por el momento, no había hecho más que preguntas, sin contar nada de su vida personal.  Gabriela hundió el tenedor en la ensalada y pinchó un poco de lechuga y huevo.

—Acabo de estar en Raíces. Está tomando forma.

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