lunes, 5 de junio de 2017

Has Vuelto A Mí: Capítulo 62

—¿Estás bien? —inquirió Pedro y ella fue muy consciente de que su mano estaba a pocos centímetros de su tobillo.  No podía imaginar a David llevándola en brazos.

—Estoy bien —se quitó un mechón de la frente—. De verás. No sé porqué me he desmayado. Es la primera vez que me pasa —estaba nerviosa.

—Supongo que has recibido una fuerte impresión al verme —sonrió con sarcasmo—. Sobre todo porque los interrumpí. ¿Qué estabas haciendo?

—¿Perdón? —de pronto entendió el significado que tenía la presencia de Pedro en su departamento. Pensó en la consecuencia de que hubiera cruzado todo el Atlántico para ir a verla.

—Te he dicho que... —empezó Pedro.

—Ya lo sé —lo interrumpió nerviosa—. Pero, no tienes por qué hacerme esa pregunta. Y tampoco tenías derecho a hacer que David se fuera. Pepe, no estamos en Lowet Mychett, sino en Nueva York.

—Ya sé dónde estamos —le indicó con brusquedad. La tomó de los tobillos la obligó a recostarse de nuevo—. Pero no me digas qué es lo que puedo o no puedo hacer en lo que a tí se refiere. Ahora no estoy de humor para hacer esa distinción —al levantarse le puso una mano a cada lado de la cabeza.

—Pepe... —protestó la chica, pero él no la escuchaba.

La miraba a los ojos y Paula sintió que se derretía. Y, cuando él inclinó la cabeza, la chica no se resistió, pues sabía que ya no había ningún impedimento para que la besara. Su boca era ardiente y hambrienta y el beso terminó con las ligeras inhibiciones de Paula. Pedro  se apoyaba sobre las manos y su pecho rozó sus senos. Ella quiso acercarse más. Gimió y le pasó los brazos al cuello. Al sentir su peso sobre el cuerpo, estuvo segura de que él no era un sueño. Pedro endureció la boca y el beso se ahondó. Su lengua invadió su boca, posesiva y exigente. Cuando acarició la lengua de Paula, ésta sintió que entraba en el paraíso. Se hundió en un mar oscuro de sensaciones y no tuvo el menor deseo de salvarse.

—Me deseas —susurró con pasión y Paula alzó una pierna para ponérsela sobre la espalda.

Le deslizó las manos por la espalda, alzándola, y Paula se percató de su excitación. El fuego corrió por sus venas mientras Pedro la acariciaba. Siempre sucedía eso, al deslizar las manos bajo su camisa. Le desabrochó los botones que faltaban para besarle el pecho.

—Dios mío, Pau—gruñó él, mientras echaba a un lado las solapas de la chaqueta para besarle el cuello—. Cuando llegué y te ví besando a... bueno, quise matarlo. Quise matarlos a los dos —hundió el rostro en el hueco perfumado de sus pechos—. Supongo que fue muy oportuno que te desmayaras. Eso me hizo recuperar la razón.

—¡Pepe! —Paula no quería hablar, pero quería darle una explicación—. David y yo no nos estábamos besando. Bueno, no era un beso como el que imaginas —le acarició las mejillas—. Yo acababa de decirle que... amaba a otro hombre.

—¿De verdad? —se alejó un poco y sus ojos se ensombrecieron—. Cuéntame eso.

—Ahora no, Pepe... —suspiró Paula.

—Sí, ahora —se separó más—. Dime quién es ese hombre.

—¡Ya lo sabes! —gimió la joven.

—¡Ah, sí! —estaba actuando de modo muy raro para ser un hombre que acababa de recibir la respuesta deseada.

—Claro que lo sabes —lo miró con fijeza—. ¡Eres tú!

—No me digas —se sentó y Paula lo miró, confundida.

—¿Qué te pasa? Yo... pensé que eso querías oír.

—Entonces, ¿Por qué te marchaste de Inglaterra por segunda vez? — apretó los labios—. Vamos, Pau, quiero una explicación.

—Ya sabes por qué —se sentó—. Estás casado.

—¿Ése es el único motivo? —cuestionó y la vió asentir.

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