viernes, 23 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 45

Paula pasó por delante de él y entró. Estaban solos, pero ésa no era la manera en que Pedro había imaginado tenerla en su dormitorio.

—Cuando llegué a casa anoche, Augusto y Gonzalo estaban discutiendo. Me parece que Gonza entró y sorprendió a Augusto encima de Delfi y pensó lo peor.

—¿Estaba encima de tu hermana? —adivinó Pedro.

Ella asintió.

—Delfi y Augusto insistieron en que sólo eran amigos y que Gonzalo estaba exagerando. Yo intenté que todo el mundo hiciera las paces y se disculpara, pero lo único que conseguí fue que todos me mandaran al diablo. Esta mañana, Gonza y Delfi apenas se hablaban entre sí, ni a mí. Y Augusto se había ido.

—¿Le has preguntado a Javier.? ¿O a Romina? ¿Y a los otros chicos?

 —Todavía no —contestó ella, llena de preocupación—. Esperaba encontrarlo aquí contigo. Pero empezaré a hacer llamadas. Gracias, Pedro. Perdona que te haya molestado.

—Deja de decir eso. No me molestas. Quiero ayudarte —aseguró él y se pasó la mano por el pelo—. ¿Y si nadie tiene noticias suyas?

—Seguiré buscando.

—¿Por qué?

—Porque ha huido de su casa y, ahora, de la mía. Me siento responsable.

—Pau, no has hecho nada más que preocuparte por ayudarlo. No es culpa tuya.

 —Quizá no, pero podría estar solo en la calle. Sólo porque sea un chico no quiere decir que no corra peligro… —comenzó a decir ella y se interrumpió, apretando los labios.

—¿Tienes un plan? —preguntó él, queriendo ayudarla.

Quería ser un caballero andante y eliminar todos sus miedos. Sabía que era una idiotez, pero no podía evitarlo.

 —Sí. Si no está en Thunder Canyon, iré a Billings. Cuando estaba con los otros chicos en Raíces, le oí decir que tenía un amigo allí.

—¿Mencionó su nombre?

—No, pero…

—Pau, es como buscar una aguja en un pajar.

—No me importa —aseguró ella y levantó los brazos llena de frustración—. ¡No puedo cruzarme de brazos!

 La determinación era una buena cualidad, pero le gustaría que ella tuviera un poco menos, pensó Pedro. No soportaba la idea de que buscara sola.

 —¿Hay alguna manera de convencerte para que desistas?

 —A menos que me hayas mentido y tengas a Augusto escondido debajo de la cama… no. No puedes hacerme cambiar de idea.

—Eso pensé —contestó Pedro y agarró la cartera y la llave de la habitación— . En ese caso, voy contigo.

—No es necesario. Debes abrir el centro…

—Los chicos sobrevivirán aunque Raíces no abra un día. Te ayudaré a buscarlo por Thunder Canyon. Será más rápido —señaló Pedro—. Dos pares de ojos ven más que uno y tú vas a conducir. Si nuestra búsqueda no da resultados, iremos a Billings juntos. No voy a dejar que lo busques sola.

—No voy a hacerlo sola —repuso ella—. Mi amiga Verónica Clifton vive allí. Ella conoce el pueblo y puede echarme una mano.

Pedro negó con la cabeza, decidido a hacerla entrar en razón.

—Eso no soluciona el problema. ¿Y si se te pincha una rueda? ¿O si tienes algún problema con el coche?

—Estoy acostumbrada a solucionar mis problemas sola.

Pedro no podía refutárselo. La vida había sido dura con ella, pero ella no se había rendido. Que fuera sola a Billings no era problema para ella. Pero para él sí.  Quedarse en Thunder Canyon mientras ella se iba sola a buscar a un adolescente impulsivo, no era una opción.

 —Éste es el trato, Pau. Podemos quedarnos aquí discutiendo, perdiendo el tiempo. O puedes rendirte con elegancia y dejar que te ayude, porque no pienso aceptar un no por respuesta —afirmó, y se puso las manos en las caderas, mirándola—. ¿Qué decides?

Ella se tomó unos segundos para pensarlo antes de responder.

—De acuerdo. Puedes ayudarme.

—Buena elección. Vayamos a encontrar a ese cabeza hueca.

Paula sonrió por primera vez desde que él había abierto la puerta y Pedro se sintió en el paraíso al verla.

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