domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 29

Paula no había pretendido sonar grosera, pero la verdad era que él no había demostrado saber guardar su palabra. Ella sólo lo había experimentado una vez, pero había sido suficiente. Había pasado mucho tiempo y energía esperando esa llamada que nunca había llegado. Había sufrido mucho y se había sentido una estúpida por haber creído en él. Y no quería volver a sentir lo mismo.

—A pesar de lo que crees, puedo mantener mi palabra —aseguró él en voz baja.

—Lo que quería decir es que no me debes nada —señaló ella—. Vivamos el momento y dejemos que el mañana siga su curso.

—De acuerdo —repuso él tras unos instantes.

Sus pasos sonaban sobre los adoquines mientras Paula intentaba mantener una distancia prudencial con él. Sin embargo, de alguna manera, sus cuerpos no dejaban de rozarse. Sus brazos desnudos se tocaban sin querer. Y ella percibía el aroma de su piel. Era una combinación explosiva que le revolucionaba los sentidos y le hacía difícil pensar con claridad. Sin poder forjar ninguna idea coherente, no era fácil mantener una conversación. Pero haría todo lo posible.

—Háblame más de cómo funciona tu empresa. ¿Qué pasa con los diseños como los míos?

—Mi equipo creativo estudia los conceptos con potencial. Cuando encuentran algo que les gusta de veras, nos reunimos con el equipo de marketing y definimos nuestro objetivo demográfico. Evaluamos las posibilidades de éxito antes de invertir millones de dólares en un proyecto.

—Disculpa, juraría que has dicho millones —dijo ella, parándose en seco.

—Así es. Primero, tienes que dar con algo que la gente quiera tener, luego, crear el producto. La mano de obra, material y costes de marketing tienen que pagarse antes de vender el producto.

—Entonces, es verdad lo que dicen. Hace falta dinero para hacer dinero.

—Así es. Yo fui afortunado con la marca PA/TC. Tuve donde exponer mi producto y tuve suerte de que alguien con dinero lo viera y le gustara. Él buscaba dónde invertir y se decidió. El resto ya lo sabes.

—Debe de ser una gran responsabilidad eso de poner capital en algo sin garantía de que tendrá éxito.

—Aprendes a confiar en tu instinto —señaló él—. A escuchar tu intuición. Cuando ves algo importante, sabes reconocerlo.

—¿Y tú has visto algo en mis dibujos? —preguntó ella, sin poder creer que sus esbozos pudieran convertirse en algo que diera dinero.

—Son originales e imaginativos, Paula—observó él y se detuvo de forma abrupta. Entonces, ella se tropezó y él la agarró del brazo para impedir que cayera—. Sabía que tenías algo la primera vez que te ví…

Los dos se miraron durante lo que pareció una eternidad y Paula se quedó sin respiración. Las luces de las farolas iluminaban los intensos ojos oscuros de Pedro. ¿Qué estaría él pensando? ¿Qué podía ella hacer?  Seguir andando, eso debía hacer, se dijo ella, incapaz de mover los músculos. Pero, cuando consiguió tensar las piernas para dar otro paso, Pedro la apretó un poco más el brazo, impidiéndola avanzar. Su corazón empezó a palpitar a toda velocidad.

—Paula—susurró él—. He querido hacer esto durante mucho tiempo.

Entonces, Pedro la besó y ella se quedó en blanco. El mundo desapareció a su alrededor y se sintió en medio de un espectáculo de fuegos artificiales.  Los labios de él se movieron despacio, mordisqueándola mientras le rodeaba la cintura con el brazo, apretándola contra su cuerpo. Paula se quedó petrificada y deseó estar más cerca, todo lo cerca posible de su musculoso cuerpo.  Él  tomó el control, ladeó la cabeza para que sus labios encajaran mejor. Las chispas que recorrían a Paula estaban produciendo un cortocircuito en sus terminaciones nerviosas, mientras oleadas de excitación latían en todo su cuerpo.  Entonces,  le recorrió los labios con la lengua y Paula sintió una mezcla de pánico e incertidumbre. ¿Qué se suponía que debía hacer ella a continuación? No tenía experiencia con los hombres y, si no le ponía fin a aquello, él lo descubriría. No soportaría que se riera de ella. O, peor aún, que le tuviera lástima.  Posó la mano en el pecho de él y los dedos le temblaron, deseando explorar su ancho torso. Pero no podía arriesgarse. Él descubriría su secreto y la humillaría. Haciendo presión, lo empujó, salió de entre sus brazos y comenzó a caminar.

—¿Paula? —llamó él, alcanzándola ante la entrada del The Hitching Post—. ¿Pasa algo?

—No.

—¿No debí besarte? —preguntó él, pasándose los dedos por el pelo.

—Da igual.

—Estás enfadada —adivinó él.

 —¿Debería estarlo? —replicó ella, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

 —Dímelo tú.

¿Decirle qué? Él era el primer hombre que la había besado en muchos años. ¿Debería explicarle que el último había sido cuando estaba en la universidad?  Cualquier hombre tendría la expectativa razonable de que una mujer de veinticuatro años tuviera cierta experiencia. Pero ella era la excepción a la regla. Y era demasiado humillante admitir que era un bicho raro, sobre todo ante Pedro Alfonso.

—¿Paula? Háblame —pidió él.

Se detuvo delante de la puerta del bar restaurante y le bloqueó la entrada.  Sin responder, ella se abrió paso y entró en el bar. Al menos, allí se sentía en territorio conocido.

—Busquemos una mesa.  Como era una noche entre semana, no estaba muy lleno.

Paula agarró dos cartas de la entrada antes de elegir una mesa no demasiado alejada de la puerta.

—El menú especial de hoy es asado de pollo — señaló ella. Por suerte, se sabía el menú de memoria.

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