domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 32

 —Pues lo siento. Es muy guapo. Y tiene mucho dinero, ¿No?

Ailén parecía estar más interesada de lo normal, a pesar de que intentaba ocultarlo, pensó Paula.  Estaba a punto de poner punto final a la conversación y sugerir que volvieran al trabajo, cuando una pareja de ancianos se sentó en una de las mesas de Ailén.

 —Tengo que irme —dijo Ailén—. Algún día, deberíamos quedar a tomar algo.

—No sé —repuso Paula, que no estaba dispuesta a aceptar. Estaba casi segura de que Ailén tramaba algo y no quería implicarse en una amistad donde había intereses ocultos—. Ahora mismo, estoy muy ocupada con Raíces.

 —El programa para adolescentes —observó Ailén y, antes de irse, añadió—: Si necesitas ayuda, dímelo.

Paula vió cómo Ailén sonreía a los clientes y se preguntó a qué se debería su excesivo interés en Pedro. Los celos volvieron a apoderarse de ella. Era una faceta suya que no le gustaba y reconocerlo era el primer paso para suprimirla. Al menos, eso esperaba.  Desde que él había regresado a Thunder Canyon,  estaba descubriendo e intentando suprimir muchas cosas de sí misma relacionadas con él…  Suspiró y meneó la cabeza mientras se levantaba del taburete.

—Voy a tener que esforzarme de verdad —murmuró ella hablando sola.

Pedro estaba sentado con Augusto en las sillas plegables delante de la televisión, en el local de Raíces. Estaban jugando a un videojuego y el adolescente estaba dándole una paliza, porque él no podía dejar de pensar en lo que había pasado la noche anterior con Paula.  Cuando la puerta tras ellos se abrió, supo de inmediato que no era ningún grupo de chicos. Solían ser tan ruidosos que era imposible no reconocerlos. Incluso podía escucharlos hablar, bromear y reír en la calle, antes de que entraran.  De pronto, sintió como si la temperatura del local bajara a menos cero. Además, el olor de su perfume hizo que se le calentara la sangre, que le quemara la piel.  Paula.  Al mismo tiempo,  deseaba y temía verla. Era algo muy poco inusual para un tipo decidido como él. De alguna manera, él la había molestado cuando la había besado la noche anterior, pero no comprendía qué había hecho mal. No era la primera vez que besaba a una chica. Tenía mucha experiencia. Toneladas de experiencia. Sabía lo que había estado haciendo y todo había indicado que a Paula le había gustado. Ella había contenido la respiración igual que él y había hecho ese pequeño gemido de excitación que tanto lo provocaba.  Entonces, de repente, ella lo había empujado y lo había tratado como si fuera un asesino psicópata. ¿Qué había pasado?

 Paula entró en el almacén, envolviéndolo con su aroma a su paso. Él notó que le subía aun más la temperatura.

—Hola, Augusto —saludó ella.

—Hola —repuso el chico y la miró, olvidando el juego—. Eso ha sido raro.

—¿Qué? —preguntó Pedro, dejando el mando a distancia en el suelo.

—No te ha dicho hola a tí.

—Me he dado cuenta —repuso Pedro.

Había muchas cosas que ella no le decía. Demasiadas. En ese momento, lo que más le gustaría sería poder leer la mente, pensó.

—¿Qué le has hecho?

Contarle lo del beso no sería apropiado, se dijo Pedro.

—Nada.  —Has tenido que hacer algo, tío. Parece la mujer de hielo.

—Sí, bueno, si el calentamiento global puede derretir el hielo de los polos, igual también funciona con ella —comentó Pedro y se puso en pie—. Ahora tienes quién te supervise. He terminado mi turno. Nos vemos.

Sin decir más, Pedro salió a la calle y comenzó a caminar. Estaba a punto de llegar a The Hitching Post, cuando escuchó un claxon detrás de él. Se dió la vuelta y vio que el camión de Construcciones Alfonso paraba y aparcaba a su lado. Su gemelo, Marcos, estaba detrás del volante.

 —Hola, hermano.

Pedro apoyó los antebrazos en la ventanilla del asiento del pasajero.

—¿Qué te cuentas?

—Voy de camino al trabajo. Estamos poniendo los cimientos de la casa de Leonardo McFarlane.

—¿Necesitas ayuda? —ofreció Pedro, pensando que un poco de ejercicio físico no le vendría mal para librarse de tanta frustración y energía bloqueada.

 —De acuerdo. Sube —repuso su hermano tras pensarlo un momento.

Pedro recordó que Paula le había preguntado si mirar a su hermano gemelo era como mirarse al espejo. Sus caras eran casi idénticas, igual que su pelo oscuro y sus ojos. Pero eran distintos en muchas otras cosas. Marcos era más musculoso, un efecto secundario del trabajo físico y de trabajar con las manos. También era más serio, según algunos, incluso sombrío. De acuerdo con su madre, sólo era más maduro. Y era un hombre muy leal. Paula nunca le habría dicho a Marcos que la capacidad de compromiso no era una de sus cualidades.

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