domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 31

Paula suspiró junto a la barra de The Hitching Post. Había sido un día agotador, con lleno total a la hora de la comida. Encima, ella no había dormido nada la noche anterior porque no había podido dejar de revivir secuencias de la desastrosa cena con Pedro.  Desde aquel beso, que la había dejado sin aliento, hasta la hora de pagar la cena, había quedado como una tonta de todas las maneras posibles.  Ailén Castro se sentó en el taburete que había a su lado y soltó un suspiro de cansancio.

—¿Siempre está tan lleno este sitio?

 —No —contestó Paula y se sentó también en otro taburete.

—Menos mal.

— Han venido muchas madres con niños —comentó Paula—. Adivino que están haciendo las compras para la vuelta al cole y se han quedado a comer fuera de casa.

—Bien —dijo Ailén y apoyó un codo en la barra—. Me siento demasiado vieja para esto.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Paula, riendo—. ¿Veintiuno?

 —Veinticinco —afirmó Ailén sonriendo—. Pero gracias. No tienes que ser amable conmigo después de la generosa propina que me dejaste anoche.

—Las camareras son quienes mejores propinas dejan —comentó Paula.

—Como ya te habías ido, no lo viste, pero la propina de Pedro fue todavía mejor.

—Puede permitírselo —repuso Paula, sin poder contener un tono demasiado tenso.

—Se rumorea que es un poderoso hombre de negocios. Y siempre deja buenas propinas —comentó Ailén.

—Entonces, sacaste bastante dinero anoche —señaló Paula, cambiando de tema. No quería hablar de Pedro—. Lo estás haciendo muy bien, a pesar de que llevas poco tiempo aquí.

—Gracias. Viniendo de tí, es un verdadero cumplido. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en The Hitching Post?

—Seis años —respondió Paula.

 —Vaya, eso es mucho tiempo —observó Ailén con una mirada de interés—. Seguro que conoces a mucha gente de Thunder Canyon, al trabajar en un sitio como éste.

—Todo el pueblo viene aquí. A cenar o a tomar algo —comentó Paula—. Se oyen muchas cosas.

Paula se enteraba de muchas cosas, pero cotillear no era algo que le interesara. Cuando se sacaban de contexto o se pasaban de una persona a otra, los detalles perdían objetividad y, al final, la historia original siempre quedaba distorsionada. ¿Sería Ailén una cotilla? ¿O sólo querría tener algo de qué hablar con ella?

—Yo soy nueva —dijo Ailén y rió con un poco de timidez—. Pero eso ya lo sabes. Me gustaría conocer a todos por aquí.

 —Es un pueblo pequeño. Conocer a la gente no es difícil —afirmó.

—No, si no has crecido aquí —señaló Ailén con interés—. Estoy intentando ponerle nombre a todas las caras. Por ejemplo, mira a Pedro. Hay otro tipo que viene por aquí. Es igualito a él…

—Marcos Alfonso, el gemelo de Pedro.

—Por eso se parecen. ¿No tienen otro hermano?

—En realidad, dos más —respondió Paula—. Nicolás y Federico son mayores. Los gemelos son los más jóvenes de los hermanos Alfonso.

—¿Y no tienen muchos primos? —preguntó Erin, tratando de fingir indiferencia.

—Igual te refieres a los Torres, Santiago y Lucas. Son hermanos y amigos de los Alfonso desde siempre, aunque no están emparentados.

—¿Y Ignacip Clifton, el tipo que se presenta a alcalde? —preguntó Ailén, frunciendo el ceño—. ¿Él no tiene primos?

—Tomás Clifton, el director del resort Thunder Canyon —contestó Paula.

—Creo que he oído que tiene una hermana, ¿No?

—Sí. Verónica. Es mi mejor amiga —repuso Paula. Y pensó, en esos momentos, que la echaba mucho de menos—. Pero ahora vive en Billings.

Ailén asintió pensativa.

—¿Desde cuándo sales con Pedro?

—No salgo con él.

—¿De verdad? —preguntó Ailén y se colocó el pelo detrás de la oreja—. Pensé que eran novios. Después de la otra noche…

Paula se encogió.

—¿Qué te hace creer que somos novios? ¿Es algo que observaste?

—Parecía que estaban teniendo una pelea de amantes.

 Nada más alejado de la realidad, pensó Paula. Ella se había comportado como si él tuviera la lepra porque no había tenido ni idea de cómo besarlo. Y porque se había dado cuenta de cómo un beso, sobre todo de Pedro, podía cambiarle la vida. Desde la noche anterior, sus hormonas no la habían dejado tranquila. Además, tenía un nudo de frustración en el estómago.  Y no sabía cómo quitárselo.  Lo que tenía claro era que, como Pedro no pensaba quedarse en Thunder Canyon, repetir la experiencia no la ayudaría en nada.

—No somos amantes —aseguró Paula al fin—. De hecho, ni siquiera estoy segura de que seamos amigos.

—¿Ah, sí? Los dos parecían muy disgustados. Si no hubiera nada entre ustedes, no tendrían por qué estarlo.

¿Estaría Pedro disgustado cuando ella se había ido?, se preguntó Paula. Aquella información le produjo cierta satisfacción. Pero no podía permitirse albergar esperanzas respecto a él.

—Confía en mí, no hay nada entre Pedro y yo.

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