domingo, 25 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 50

—¿Qué?

—No te permites disfrutar. Castigándote a tí misma sólo conseguirás ponerte triste. No es posible cambiar el hecho de que, a veces, pasan cosas malas que escapan a tu control.

Paula dejó la servilleta sobre la mesa y se quedó mirándolo.

—¿Acaso crees que no lo sé?

—Sé que lo sabes —replicó él—. Más que nadie, deberías saber lo importante que es disfrutar el momento. No puedes vivir siempre con miedo.

—Es fácil decirlo. Cuando fuiste a la universidad y te fuiste de casa por primera vez, nadie te llamó semanas después para decirte que tu madre estaba muerta. No tuviste que volver a toda prisa a casa, conmocionado, para cuidar de unos hermanos que estaban todavía más traumatizados que tú —señaló ella—. Un día eres la hija mayor y, al día siguiente, tienes que hacer de madre de la única familia que te queda —añadió y respiró hondo, estremeciéndose—. ¿Tienes idea de lo que se siente cuando te cargas con una responsabilidad que no has elegido y que de ningún modo mereces?

—Hiciste un trabajo increíble —comentó él con sinceridad.

—No podría haberlo hecho sin Francisco Walters. Fue como el padre que nunca tuve.

—Más de lo que crees.

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Paula—. ¿Por qué no te cae bien?

—Creo que te equivocas en eso.

Pedro no había tenido la intención de contarle nada, pero tampoco se arrepentía de haberlo mencionado. Era importante que, antes de que él se fuera, Paula supiera que cuando le había prometido llamarla hacía seis años había pretendido hacerlo de verdad. Quería que ella supiera que no era un mujeriego sin corazón y que se había equivocado cuando había puesto en duda su capacidad de compromiso. Quería aclarar las cosas.

—Hace seis años te besé en la fiesta de carnaval y te dije que te llamaría. De alguna manera, Francisco Walters se enteró —explicó él y se encogió de hombros—. No hay secretos en un pueblo pequeño.

—No entiendo.

—Francisco me advirtió que me mantuviera alejado de tí, me dijo que tú no eras mi tipo y que, si te lastimaba, me las haría pagar.

—¿Francisco te amenazó?
—¿Por qué lo haces? —quiso saber él.

—Fue una conversación entre hombres. Y él tenía derecho a hacerlo —afirmó Pedro, viendo cómo ella se quedaba con la boca abierta—. Pero también quiero que sepas que hace poco me reconoció que se había equivocado.

—No tenía ni idea —señaló ella, sorprendida—. Durante todo este tiempo, había pensado lo peor de tí.

 —Y lo que dijiste sobre mi incapacidad para comprometerme…

—Lo siento.

Pedro no estaba buscando una disculpa, sólo quería aclarar las cosas. Y,sobre todo, no quería hacer que ella se sintiera mal.

 —Por favor, no te pongas así. Sólo creí que deberías saber por qué no te llamé hace años. No quería lastimarte.

Igual que tampoco quería lastimarla en ese momento. Ni nunca.

—Te creo —dijo ella—. Pero es agua pasada. De todas maneras, me cuesta vivir el presente, bajar la guardia y divertirme. No soy la clase de persona capaz de aprovechar las oportunidades y dejar el pasado atrás…

Paula se interrumpió con labios temblorosos. Se llevó la mano a la boca, como si se avergonzara de haber perdido la compostura. Sin decir nada más, se puso en pie y salió corriendo del restaurante.  Pedro firmó el recibo de la tarjeta de crédito que, discretamente, Clara había dejado sobre la mesa y salió corriendo detrás de Paula. No podía soportar verla así.  Y no se quedaría de brazos cruzados. Ella no estaba sola. Al menos, podía abrazarla mientras lloraba.

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