viernes, 23 de junio de 2017

Enamorando Al magnate: Capítulo 49

Había un bonito restaurante al lado del hotel, con mesas con manteles blancos, iluminadas por velas. Los sentaron en un rincón tranquilo del comedor, que no estaba muy lleno. Era imposible no fijarse en la romántica decoración.  Paula estaba preciosa bajo la luz del sol, pero a la luz de las velas dejaba sin respiración, observó Pedro. Tenía el pelo moreno suelto y él deseó poder acariciar su suavidad. Era probable que hubiera sido un error elegir ese sitio. Hubiera sido mejor un lugar ruidoso y vulgar, que no inspirara sentimientos románticos. Aunque no estaba seguro de que, incluso así, su creciente deseo de tocarla hubiera desaparecido.  Una camarera con pantalones negros y una blusa blanca inmaculada se acercó.

—Me llamo Clara y esta noche seré su camarera. ¿Quieren un coctel o un vaso de vino?

Pedro  miró a Paula y, por cómo estaba frunciendo el ceño, supo que beber no entraba en sus planes. Una cosa era divertirse, pero era prioritario mantener la cabeza despejada.

  —Para mí, té helado.

 —Que sean dos —dijo Paula.  —Ahora mismo —repuso la camarera, les entregó las cartas y se fue a por las bebidas.

—¿No quieres cerveza? —preguntó Paula con una media sonrisa.

—No quiero que se me nuble la mente. Por si acaso.

 Pedro se sintió orgulloso al ver que ella lo miraba con aprobación. Sin embargo, debía tener cuidado. No podía hacer promesas que no estaba seguro de poder cumplir. No quería arriesgarse a hacer nada que le diera esperanzas a Paula. Jamás volvería a desilusionarla.  Abrió la carta y se obligó a leer las opciones. Estaba acercándose el momento de regresar a Los Ángeles demasiado deprisa, pero lo único que le apetecía hacer era mirarla.

—¿Qué vas a comer? —preguntó él, sin haber conseguido leer la carta. Se dió cuenta de que ella se estaba mordiendo el labio, nerviosa—. ¿Qué te pasa?

—Los precios… —dijo ella y levantó la vista.

—Puedo permitírmelo.

—No es necesario que lo hagas.

Pedro se preguntó si ella habría ido alguna vez a un restaurante de más lujo que The Hitching Post. Lo dudaba. Nadie parecía conocerle ninguna pareja. Y lo más probable era que el tipejo de la universidad con quien había salido no la hubiera llevado a ningún sitio elegante. Aquélla podía ser su única oportunidad de ofrecerle algo a la mujer que siempre estaba cuidando de los demás.

—Si no pides lo que te apetezca, sin fijarte en el precio, te pediré yo el plato más caro que tengan.

  Ella abrió los ojos como platos.

—Hay cosas que no dice cuánto cuestan. Dice que depende del precio de mercado.

  —Arriésgate.

—¿De verdad?

Eso mismo estaba haciendo él, se dijo Pedro. Sólo por estar allí.

—Sí.

Clara regresó con las bebidas.

—¿Están listos para pedir o necesitan unos minutos más?

—Yo estoy lista —repuso Paula—. Quiero filete mignon, medio hecho, con patatas asadas y la ensalada de la casa.

—Buena elección —comentó Pedro—. Lo mismo para mí.

—Ahora mismo.

 Quince minutos después, estaban probando sus platos. La expresión de placer de Paula era una bendición para Pedro. Le encantaba verla disfrutar con algo que para él era común. Lo malo era que, al no poder evitar imaginar otras maneras de darle placer, se le estaba agolpando la sangre más abajo del cinturón. ¿Cómo podía pensar en esas cosas?, se reprendió a sí mismo, diciéndose que merecería ir al infierno mil veces por ello.  Cuando Paula declaró que estaba demasiado llena, todavía le quedaba la mitad del filete en el plato. Pedro se lo terminó.

—Tuve la sensación de que te dejarías algo —comentó él.  —¿Por eso te pediste un filete pequeño? ¿Porque las mujeres que sueles llevar a cenar siempre se dejan la mitad?

 Al hacer la pregunta, los ojos de Paula volvieron a llenarse de su habitual tristeza. Antes de que Pedro pudiera preguntarle qué le pasaba, Clara regresó para ofrecerles los postres y él aprovechó para pedirle la cuenta.

—¿Qué sucede, Pau? —preguntó él al fin.

—Me preguntaba si Augusto habrá cenado esta noche.

 A Pedro no se le había pasado por alto el comentario sobre las mujeres a las que solía invitar a cenar. Sin embargo, prefirió dejarlo pasar.

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