miércoles, 21 de junio de 2017

Enamorando Al magnate: Capítulo 40

—No es una decisión fácil —explicó ella y empezó a guardar los lápices en su caja.

—¿Por qué? —quiso saber Karen.

—Estás asustada —adivinó Belén, asintiendo.

 —Sí. Lo estoy —admitió Paula al fin—. ¿Y si son horribles?

—Significaría que nosotras no tenemos sentido de la moda —repuso Karen—. Y eso no es posible.

 —No lo entienden —protestó Paula.

—Claro que sí —afirmó Romina y la miró a los ojos—. Es como cuando me presenté al coro de la escuela. No sabía si era lo bastante buena. Y tenía muchas ganas de ser del coro, porque mis mejores amigos estaban en él. Lo quería tanto como para arriesgarme a que alguien me dijera que cantaba fatal. Y ya sabes que en el instituto todo el mundo se entera de esas cosas, ¿No?

—Te han pillado —le dijo Pedro  a Paula con buen humor—. Vas a necesitar un nombre para la línea de bolsos. Una marca.

 —Usa tus iniciales —sugirió Belén. Tomó un lápiz verde y escribió PC en el cuaderno—. ¡PC!

—Me gusta —dijo Pedro, asintiendo con aprobación—. Sólo tienes que darme luz verde.  Un claxon sonó fuera y, por la ventana, vieron un coche parado en la acera.

—Es mi madre —dijo Karen y se puso de pie—. Ha venido a recogernos.

 —Bien —respondió Paula, aliviada porque las tres tuvieran cómo irse a casa, pues se había hecho de noche.

Karen salió por la puerta, seguida de Romina y Belén.

—Nos vemos, Augusto. Hasta luego, Gonzalo. Pedro.

—Inténtalo, Paula —insistió Belén, asomando la cabeza dentro—. No tienes nada que perder.

Paula pensó en lo que las chicas le habían dicho y se preguntó quién estaba supervisando a quién. Eran muy sabias para su edad.  Augusto se acercó y se dejó caer en una silla.

—¿Podemos dejar de hablar de cosas de chicas?

—Por mí, bien —respondió Paula.

 Gonzalo se unió a ellos y le estrechó la mano a Pedro.

—Siento decirlo, pero estoy de acuerdo con Augusto. Los bolsos de mujeres son un rollo. Y el que tú no pienses lo mismo me da un poco de miedo —comentó Gonzalo, lanzándole a Pedro una escéptica mirada.

—Son un rollo —admitió Pedro—. Pero, a veces, dan mucho dinero. Y no tenemos por qué hablar de ellos. Para eso está mi asistente.

—¿Dan dinero? ¿Mucho? —preguntó Gonzalo con interés.

—Algunos diseñadores piden más de mil dólares por un bolso.

—Lo dices en broma —replicó Gonzalo, boquiabierto.

—El dinero es algo con lo que nunca bromeo — les aseguró Pedro con gesto serio.

—Yo tampoco —repuso Gonzalo—. Sobre todo cuando no lo tienes.

 Paula sabía a qué se refería Gonzalo y sintió la necesidad de explicárselo a Pedro.

—Gonzalo quiere hacer un doctorado en ingeniería.

—¿De verdad? —preguntó Pedro, impresionado.

 —Sí —respondió Gonzalo y se frotó el cuello—. Las energías renovables son el futuro. Tenemos que buscar alternativas al petróleo y me gustaría dedicarme a encontrar la forma más sostenible de hacerlo.

—Qué aburrido —dijo Augusto.

Pedro alargó la mano y le revolvió el pelo al muchacho.

—No le hagas caso, Gonzalo. Debes perseguir tu sueño.

—Me gustaría, pero… —comenzó a decir Gonzalo y titubeó.

—El presupuesto de la familia Chaves no tiene un apartado para los gastos de un doctorado —señaló Paula, intentando darle un toque de humor.

Sin embargo, era difícil porque sabía lo importante que era para su hermano seguir estudiando.

—Yo podría ayudarte —se ofreció Pedro—. Tal vez con un préstamo.

—Gracias —se adelantó a decir Paula—. Pero ya encontraremos una solución.

—¿Un bolso puede valer mil dólares? —volvió a preguntar Gonzalo  y comenzó a ojear los dibujos—. No me importa lo que diga Paula, llévate sus diseños a Los Ángeles. Si alguien dice que son feos, le daré una paliza.

Pedro se rió.

—Es tu hermana quien debe decidir. Y puede que no salga bien. No hay garantías —observó Pedro y la miró—. ¿Qué dices tú?

 —¿Qué puedo perder? —replicó Paula y suspiró.

—Se los enviaré a mi asistente mañana —señaló Pedro—. Haces bien. No tiene nada de malo probar.

Sin embargo, si se rendía a la atracción que sentía por él, sí tenía mucho que perder, pensó Paula. Sabía lo que se sentía al perder a un ser querido, la tristeza nunca se desvanecía por completo. Con sólo ver entrar a Pedro en la habitación, todo su cuerpo reaccionaba sin poder evitarlo.  ¿Cómo iba a sobrellevar que él se fuera del pueblo?, se preguntó ella. ¿Cómo iba a poder soportar no volver a verlo entrar en Raíces?

—Me sorprende que Augusto se haya ido con Gonzalo—comentó Pedro.

—Supongo que necesita hablar con un hombre después de tanta charla de chicas.

—¿Te ha dado Augusto alguna pista de dónde viene o por qué se escapó?

—Nada —respondió ella volviéndose hacia él—. He intentado torturarle obligándole a ayudarme a hacer galletas de chocolate en casa.

—¿Has hecho galletas? —preguntó Pedro, mirando a su alrededor.

—Lo siento. Los chicos se las han comido todas antes de que llegaras — contestó ella y se quedó pensativa—. Lo único que Augusto me ha dicho ha sido algo sobre aprender a vivir con la frustración.

—¿No te ha dado más detalles?

—No. Y, para un adolescente, la frustración puede venir de cualquier sitio, desde no conseguir un video juego que le gusta hasta ser rechazado por la jefa de las animadoras.

—Sí, a mí me pasó.

—¿Cuál de las dos cosas?

—Las dos —repuso él—. Puede que no lo creas, pero me dejé engañar por una cara bonita.

—No. ¿De verdad? —preguntó ella, sorprendida.  No había creído que a Pedro le pasaran nunca cosas malas.

—Pensé que había sido amor a primera vista, pero ella sólo quería dinero — explicó él y se encogió de hombros—. Me dejé engañar.

—Vaya, Pedro, no sé qué decir —repuso Paula.

 No le hacía gracia que lo hubieran lastimado pero, por otra parte, le ayudaba a verlo más humano. Menos intocable e invulnerable.

—Fue hace mucho tiempo.

—Supongo que no se dejó engatusar por tu encanto —comentó ella, intentando hacerle sonreír.

Funcionó y él esbozó un gesto de broma.

 —Ni siquiera un poco. Un hombre nunca olvida algo así.

 —¿Incluso un viejo como tú? —bromeó ella sin poder contener las palabras.

Pedro la miró a los ojos, sonriendo.

—Sí. Incluso un viejo como yo puede recordar que los tiempos del instituto son un salvaje oeste de hormonas.

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