lunes, 12 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 21

—Pero no hay salario. Así que no hay nada que me impida seguir viniendo — replicó él con una seductora sonrisa—. La verdad es que no creo que sea posible echar a un voluntario.

—¿Quieres comprobarlo?

—¿Vas a obligarme a que me vaya? —la retó Pedro, bajando la cabeza para mirarla y dejando claro que él era mucho más grande.

—En persona, no —contestó Paula—. Pero tengo amigos en el pueblo que pueden hacerlo.

—¿Vas a pedir refuerzos?

—Si tengo que hacerlo, sí.

—De todas maneras, creo que tengo la ley de mi parte.

—No le des la vuelta a las cosas —repuso ella—. Técnicamente, no está de tu parte. La ley te obliga a cumplir con tu servicio a la comunidad, pero no me obliga a mí a aceptarte.

—Mira, Paula, no quiero discutir contigo.

—¿Desde cuándo?

Había algo en él que la hacía comportarse como si fuera una adolescente insegura, reconoció Haley para sus adentros. Tenía el estómago encogido, las piernas apenas la sujetaban y le sudaban las palmas de las manos. Le pasaba siempre que estaba cerca de él y no sabía cómo evitarlo. La única solución que se le ocurría era librarse de él y no pensaba ceder.

—Has estado discutiendo conmigo desde que regresaste al pueblo. Y bajo falsas pretensiones —añadió ella.

—Intenté hablarte de la sentencia.

 —Sólo porque sabías que lo descubriría antes o después —le acusó ella.

—Tienes razón.

—Y porque… —comenzó a decir Paula y parpadeó al comprender lo que él acababa de decir—. ¿Tengo razón?

 Pedro asintió.

 —He visto lo que estás haciendo aquí y es algo bueno. Eres una buena persona. No quería que pensaras mal de mí —admitió él y la señaló con un dedo con gesto de advertencia—. Y no me digas que eso es imposible.  Paula apretó los labios para no sonreír.

 —De acuerdo.

—Ahora ya sabes la verdad. Estaré aquí hasta que termine mi servicio a la comunidad y me devuelvan el permiso de conducir. Eso será hacia finales de agosto. Mientras, estoy dirigiendo mi compañía a distancia, a través del ordenador y el fax. Tú no tienes tanto tiempo libre y yo, sí. Y es necesario que alguien supervise el centro para que pueda estar abierto.

—Hace falta supervisión adulta —puntualizó ella.

—Supongo que el haberme ganado una multa por exceso de velocidad te hace dudar, pero ya soy mayorcito —comentó él con gesto socarrón—. Augusto piensa que soy viejo.

 —Y le has convencido para que viniera aquí —rezongó ella—. Supongo que eso es mejor que estar en la calle y meterse en líos.

 —¿Lo ves? Soy muy útil —señaló él. Le pasó un brazo por encima de los hombros a ella y la atrajo a su lado—. Vamos, Paula. Podemos ayudarnos el uno al otro.

—Bueno —dijo ella, pensando en voz alta—. Eso significaría que podríamos tener abierto Raíces durante más horas en los últimos días del verano, antes de que empiecen las clases en septiembre.

—¿Lo ves? —dijo él y la abrazó—. Me necesitas.

 Pedro tenía razón. Pero ella no lo admitiría ni en un millón de años.

—Soy yo quien te está haciendo un favor, Pedro, para que cumplas con tu servicio a la comunidad.

—¿Eso es un sí?

—Sí.

Paula no estaba segura de si había sido su raciocinio o la sensación de tener su cuerpo cálido y fuerte tan cerca lo que le había hecho decidirse a su favor. Le costaba demasiado pensar con claridad cuando estaba a su lado. Pero había aceptado y no podía desdecirse.  Eso no significaba que le gustara.  Sin embargo, le gustara o no,  no podía negar la atracción que sentía. A juzgar por su acelerado corazón, Pedro la atraía más que nunca. Y acababa de darle permiso para formar parte de Raíces.  Todo iría bien mientras él no la besara, se dijo.

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