miércoles, 21 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 43

 Delfina miró a su hermana.

 —Es como un hermano pequeño para mí. Somos amigos.

—¿Entonces por qué estaba encima de tí cuando entré en la habitación? — exigió saber Gonzalo.

—Estábamos peleándonos por las galletas —aseguró Augusto con la mirada encendida.

Paula vió el recipiente de las galletas vacío sobre la alfombra, junto al sofá. Las galletas estaban rotas y esparcidas por el suelo. La camiseta de Augusto estaba rasgada y Gonzalo tenía la camisa de deporte toda desarreglada, sacada por fuera de los vaqueros. Les miró los rostros y no vió marcas de puñetazos. Por el momento, al parecer, sólo había habido empujones y algún agarrón.  Gonzalo apretó la mandíbula, tenso.

—Estás aprovechándote de la amabilidad de Paula. Como pago, pretendes abusar de mi otra hermana. No vas a salirte con la tuya. No pienso quedarme de brazos cruzados mientras que un tipejo del que no sé nada hace daño a mi familia.

 —No estoy haciendo eso… —repitió Augusto y se acercó.

Gonzalo lo empujó de nuevo.  Cuando iban a empezar a pegarse, Paula salió de su conmoción y se interpuso entre ellos con ayuda de Delfina.

—Paren ahora mismo —gritó Paula para hacerse oír.

—Él ha empezado —dijo Augusto.

—Lo que hice fue detenerte antes de que pudieras hacer nada —replicó Gonzalo.

—Haz algo, Pau—suplicó Delfina—. Gonza se ha puesto como un troglodita.

—Alguien tiene que protegerte —dijo Gonzalo con los ojos llenos de furia. Jadeando, miró a Paula—. ¿Qué sabes de este niñato?

—Sé que necesita ayuda —repuso Paula.

—No dice de dónde viene ni por qué no quiere irse a su casa. Podría estar aprovechándose de tu buen corazón. Alguien tiene que cuidar de tí.

—No tengo ninguna razón para no confiar o no creer a Augusto —dijo Paula—. Respiremos hondo y calmémonos.

—¿Es que te vas a poner de su lado en contra de tu propio hermano? — preguntó Gonzalo, todavía más furioso—. ¿Cuándo vas a abrir los ojos? Oblígale a decirte de dónde es o dale una patada en el trasero.

—¿Y si hago eso y Augusto sufre las consecuencias? —replicó Paula—. ¿Dónde estarías tú si la gente de Thunder Canyon te hubiera tratado así cuando eras un adolescente con problemas?

—¿Nunca vas a dejar que lo olvide? —protestó Gonzalo—. Para que te quede claro, no eres mi madre. He crecido y estoy haciendo algo con mi vida. Eso es lo que hacen los hombres —añadió, miró a Augusto y volvió a dirigirse a su hermana—. Delfi y tú son demasiado confiadas.

 —No necesito que nadie me diga qué debo hacer —repuso Delfina y miró a Paula y a Gonzalo—. Sobre todo, tú. Que te hayas licenciado no significa que tengas cerebro.

Con esfuerzo, Paula reunió toda su paciencia.

—Hablarle así a tu hermano no va a calmar las cosas, Delfi.

—Pues dile que se comporte —replicó Delfi señalando a su hermano.

—¿Es que no valoras su buen corazón? Sólo intenta ser un buen hermano mayor.  Delfina negó con la cabeza.

—Está interfiriendo en mi vida.

—¿Ah, sí? —gritó Gonzalo—. Pues todavía no te he dicho todo lo que tengo que decirte…

—Mira, tío, no te metas con Delfina —interrumpió Augusto.

—Que todo el mundo se siente —ordenó Paula—. Nos tomaremos cinco minutos y hablaremos de todo esto sin empujones ni gritos.

 —No soy una niña. No me digas cómo tengo que comportarme —le espetó Delfina—. Déjame que lo aclare una última vez. Sólo somos amigos. Gonza está portándose como un bruto. Yo soy mayor y no necesito que me cuides. Déjame en paz —gritó y salió del salón.

Poco después se oyó un portazo en la puerta de su dormitorio.  Paula se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—De acuerdo, Delfi necesita estar sola. Gonza, Augusto…

—Delfi tiene razón. Hablar no sirve de nada — dijo Gonzalo y le lanzó una mirada asesina a Augusto—. Sólo hice lo que me pareció correcto. Debes mantenerte al margen, Pau—añadió y se fue.

La casa tembló cuando dio un portazo en la puerta de su dormitorio.

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