viernes, 9 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 6

Paula esperaba que Pedro captara la indirecta y se fuera. Sin embargo, se sentía también un poco culpable. Era cierto que él le había ahorrado mucho tiempo y acababa de serle de gran ayuda.

—Mira, Paula… —comenzó a decir él sin perder sus modales tranquilos. Sin embargo, algo parecido a determinación pintó sus ojos castaños—. Con mi ayuda, puedes completar el doble de trabajo en la mitad de tiempo.

No había manera de refutar aquello. Paula estaba librando una carrera contrarreloj, aunque fuera por culpa de un horario auto impuesto. Pero el Pedro que ella recordaba no era la clase de hombre a quien le entusiasmara ayudar a los demás.  El Pedro que tenía dentro de su almacén en ese momento casi llenaba el pequeño espacio con su musculoso cuerpo. Podía percibir su agradable y masculino aroma y su calor. Por separado, ambos eran suficientes para hacerle entrar en cortocircuito, combinados le hacían sentir embriagada e inquieta.  Así que salió del almacén, hacia la sala principal donde estaba el mural inacabado.

—Dos cabezas piensan mejor que una —insistió él, siguiéndola.

—¿Y para qué necesito eso… ahora?

Pedro se puso en jarras y miró a su alrededor.

—Supongo que vas a poner algo en esta habitación.

—Muebles —confirmó ella.

—Podría ayudarte.

—Ya —replicó ella, escéptica.

Dudaba que Pedro se quedara en el pueblo el tiempo suficiente para eso.

—Y puedo darte un punto de vista masculino.

—¿Para qué?

—Cuando los chicos vengan. Si tienen algún problema, yo puedo darte una visión masculina sobre el asunto —afirmó él con expresión seria.  Sin embargo, el brillo de sus ojos lo delataba, observó ella.

—Puede que te sorprenda mucho, pero los hombres y las mujeres no pensamos igual —comentó él.

—La verdad es que ya lo sabía —replicó ella, conteniendo una sonrisa.

Al menos, Paula había leído algo sobre ello en una revista o lo había visto en una película. En la vida real, no tenía tanta experiencia. No había salido con nadie en el instituto y el poco tiempo que había estado en la universidad no le había bastado para conocer al chico con el que había empezado a salir. Luego, su madre había muerto y ella había dejado los estudios. Su vida personal estaba al final de su lista de prioridades, por eso no había vuelto a salir con nadie.

—De acuerdo, entonces eres consciente de que te sería de mucha ayuda.

  —Es el contenido de esa ayuda lo que me preocupa —indicó ella.

—¿Y eso por qué?

 —Los chicos necesitan modelos a seguir —repuso ella, sin explicar más.

Esperaba que él fuera capaz de entender a qué se refería.  Pedro se quedó mirándola durante unos segundos.

—¿Con eso quieres decir que no crees que yo fuera una buena influencia?

Bingo, pensó ella.

—Todo el mundo por aquí sabe que te gusta romper las reglas.

—También podría decirse que sé pensar por mí mismo. Eso no tiene por qué ser malo.

—Lo malo de romper las reglas es que tienes que conocerlas antes de saltártelas —señaló ella—. Los adolescentes son demasiado vulnerables y todavía están intentando comprender cómo funciona el mundo.

—Puedo ayudarles con eso.

 ¿Como la había ayudado a ella hacía seis años? No era la clase de lección que Paula quería que sus chicos se llevaran de Raíces.

—¿Cómo? —preguntó ella con escepticismo.

—Tú siempre has hecho lo correcto y no puedes comprender el proceso de pensamiento que te lleva a caminar por el lado salvaje de la vida. Yo puedo ofrecer un punto de vista diferente.

—¿Es eso una admisión de culpabilidad? —preguntó ella, sorprendida.

—Es una confesión, sí. Mis experiencias me han dado determinadas habilidades. Juntos, podríamos enfrentarnos a los problemas de los chicos desde dos perspectivas diferentes.

—Agradezco tu oferta, Pedro…

 —No lo digas —le advirtió él.

—¿Qué?

—Ibas a decir que agradeces la oferta, pero que espere sentado.

—Me has leído la mente.

Por lo menos, así él sentiría en su propia piel lo que era el rechazo, pensó Paula. Durante días después de que hubiera prometido llamarla, ella había estado esperando. Cuando, al fin, se había dado cuenta de que no iba a hacerlo, le había dolido mucho. Y había imaginado que un hombre como Pedro no sabía lo que era sentirse rechazado.

Él afiló la mirada.

—¿Sabes, Paula? Me parece que tienes contra mí algo personal.

—¿Cómo dices? —replicó ella y su corazón se aceleró—. A mí me parece que se trata de una cuestión práctica, más que nada.

—No estoy de acuerdo —negó él y se pasó los dedos por el pelo—. Sería práctico aceptar mi ayuda porque la necesitas. Como me rechazas, debe de ser por algo personal.

—¿Cómo sabes que no tengo una lista de ofertas de ayuda? —preguntó ella, echándose un farol.

—Para empezar, si ése fuera el caso, habrías llamado a alguien para que te ayudara a meter el frigorífico.

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