miércoles, 21 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 41

 Paula había dejado el instituto hacía años, pero cada vez que él estaba cerca,sus hormonas bailaban y se estremecían, daban vueltas y hacían el pino como si estuvieran en una fiesta.  Ella suspiró.

—Si Augusto no nos dice algo pronto, voy a tener que llamar a los servicios sociales. Tiene menos de dieciocho años —señaló.

—Los adolescentes pueden ser muy tozudos — comentó él.

Entonces, Paula recordó algo más.

 —Augusto me hizo otro comentario.

—¿Sobre sí mismo?

—No —negó ella—. Se dió cuenta de la tensión entre nosotros.

—Sí, bueno… —dijo Pedro y se pasó la mano por la cabeza—. No fuiste muy sutil cuando ni me saludaste.

 El beso la había avergonzado y ella se había agarrado al sentimiento más fácil: la rabia. Pero no había sido justo que la volcara sobre él, reconoció Paula para sus adentros.

—Siento cómo te traté.

—No sé qué decir —repuso él, atónito.

 —No tengo excusa, la verdad. Tenía muchas cosas en la cabeza y tú eras un objetivo fácil para desahogarme.

 —No pasa nada —repuso él con calidez—. Lo de ayudar a Gonzalo con sus gastos del doctorado lo decía en serio.

Paula sonrió ante su oferta tan generosa y amable.

 —Eres muy amable, pero primero Gonza  va a buscar becas y préstamos para estudiantes.

—Si no consigue reunir lo suficiente, ¿Me lo dirás?

 —Lo prometo.

—De acuerdo.

Ambos sonrieron y a Paula se le aceleró el pulso. Sintió que la sangre se le agolpaba en la cabeza. Era mejor irse antes de que quedara en ridículo, se dijo.

—Se está haciendo tarde —comentó ella—. Tengo que cerciorarme de dejar todo bien cerrado y apagado.

—Te echo una mano.

Juntos apagaron las luces, la televisión y el video juego. Él echó el cerrojo de la puerta principal.

—¿Lista?

—Sí.

—Te acompañaré.

Hacía un viento frío cuando salieron. Pedro esperó a que ella cerrara la puerta trasera del local. Luego la acompañó al coche. Ella abrió la puerta.

—Gracias por ayudarme con mis diseños. Aprecio que lo intentes, aunque no saliera nada de ello.

 —No pienses en eso. Lo creas o no, tienes mucho talento.

 La voz profunda y ronca de Pedro le recorrió la piel, provocándole escalofríos. Ella estaba de espaldas a su coche, con él delante, protegiéndola del viento. Era alto y de anchas espaldas y las mangas de su camiseta dejaban al descubierto sus musculosos brazos. De pronto, ella recordó lo agradable que había sido que la abrazara y no pudo contener un suave gemido.

—¿Paula? —dijo él, mirándola con intensidad.

—Yo… tengo… que irme.

 Pedro alargó el brazo y le tocó la mejilla con la palma de la mano. Ella apoyó el rostro, cerrando los párpados.

—Pau, tengo muchas ganas de besarte…

 Paula abrió los ojos y lo miró. Se dió cuenta de que él comprendía que el último beso había sido lo que había provocado tensión entre ellos. Tal vez por eso, en ese momento, él se lo estaba pidiendo… Y ella no habría podido negarse ni aunque le hubiera ido la vida en ello.

—De acuerdo —susurró ella.

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