viernes, 23 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 46

 —Entra. Cuéntame qué pasó.

Paula se alegraba de que Pedro la hubiera acompañado a Billings, pero nunca lo reconocería en voz alta. Hacía unas semanas, ella había creído que él no era la clase de hombre que se molestaba por nadie. Pero había aprendido que se había equivocado.  Debía tener cuidado, se dijo, pues el nuevo Pedro que había descubierto podía romperle el corazón. Se subieron al coche después de hablar con la policía de Billings.

—¿Ahora qué? —dijo Pedro.

—Estoy pensando.

Y no sólo estaba pensando en cómo encontrar al chico, pero Paula prefería mantener eso en secreto.

—La policía no ha sido de mucha ayuda.

—Harán lo que puedan. Han dicho que estarán atentos por si ven a alguien que coincida con la descripción de Augusto. Y el dibujo que has hecho del chico es bastante bueno. Puede que consigan algo si reparten las copias que han hecho entre los coches patrulla.

—No me parece bastante —murmuró ella mirándolo—. También podemos telefonear a los albergues. Puede que tengan pistas sobre dónde suelen reunirse los chicos sin hogar.

—Busquemos una guía telefónica local —propuso él, asintiendo.

—Sé dónde encontrar una.

Paula arrancó el coche y se puso en marcha. Poco tiempo después se detuvo delante de una librería. Estaba en una calle muy pintoresca, con muchas tiendas y fachadas decoradas al estilo vaquero.

—Verónica trabaja aquí —explicó Paula—. La he llamado. Nos está esperando. Ella conoce bien el pueblo. Puede que nos dé ideas sobre dónde buscar a un adolescente que no quiere que lo encuentren.

Cuando entraron en la tienda,  se sintió emocionada e impaciente por volver a ver a su amiga Verónica. Miró ansiosa entre las estanterías que llenaban el espacio. Y, antes de que pudiera decidir hacia dónde dirigirse, una rubia de ojos azules salió de una de las filas de estanterías. Al instante, una sonrisa iluminó su bonito rostro.

—¡Pau!

Las dos se abrazaron, rieron y hablaron al mismo tiempo.

—Me alegro mucho de verte, Pau. Hace mucho tiempo que no venías.

—Demasiado —repuso Paula y miró a su acompañante—. Supongo que recuerdas a Pedro Alfonso.

—No eres fácil de olvidar —le dijo Verónica a Pedro.

—¿Debería sentirme halagado o acobardado? — preguntó Pedro, medio en broma, medio en serio.

—Ambas cosas —contestó Verónica y sonrió—. Yo estaba un curso por detrás de tí en la escuela. Siempre estabas rodeado de gente. Todo el mundo quería ser amigo tuyo.

—No estoy seguro de qué responder a eso.

—No tienes que decir nada —repuso Verónica riendo.

Verónica y ella tenían la misma altura y la misma edad, aunque su amiga siempre había parecido más joven, pensó Paula. Al verla charlar amistosamente con Pedro, esperó  sentirse celosa, como le había pasado con Ailén Castro. Pero no sintió nada. Tal vez porque él estaba tratando a Verónica  como a una hermana pequeña.

—Vero, tienes muy buen aspecto. Te ha crecido mucho el pelo —comentó Paula, feliz de volver a verla.

—Ésa es la señal —dijo Pedro.

—¿De qué? —preguntó Paula, mirándolo.

—De que debo irme. Para que puedan hablar de cosas de chicas.

—¿Han comido? —preguntó Verónica.

Era más de la una y Paula había olvidado la comida pero, en ese momento, le rugió el estómago. Se llevó la mano al abdomen y se rió, un poco avergonzada.

—Creo que eso es un no.

—Hay una pequeña cafetería aquí al lado. Hacen un sándwich club estupendo.

 —Cualquier sitio me parece bien —dijo Paula y miró a Pedro—. Tú también debes comer.

—He visto un sitio de comida rápida calle arriba. Me comeré una hamburguesa —indicó Pedro y miró a Verónica—. Si me prestas tu listín telefónico, haré algunas llamadas —añadió y chasqueó los dedos—. Y, si tienes una fotocopiadora, puedo hacer copias de un retrato que Paula ha hecho, para hacerlo circular.

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