domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 28

Se giró y comenzó a hojear el cuaderno, mientras su mente de empresario comenzaba a funcionar. Eran diseños de vaqueros, camisetas, chaquetas, pañuelos y bolsos, no sólo con carboncillo, también con lápices de colores. Los bolsos eran especialmente atractivos.  Tenían hebillas, cremalleras y distintos tipos de broches. Por dentro, los forros tenían lunares, rayas, copos de nieve, caballos, incluso sillas de montar.

 —Son muy buenos, Paula—afirmó él.

—Sólo lo dices para arreglarlo después de haberte portado como un idiota.

—No soy tan educado.

 —¿No me digas? —replicó ella con tono socarrón.

 —En serio —afirmó él, mirando los diseños—. Tienes mucho talento.

—Me estás dando miedo.

—Sea cual sea tu opinión personal de mí, lo más probable es que me la merezca pero, en el campo de los negocios, por algo tengo una buena reputación — señaló él—. No he llevado PA/TC a la cima del éxito siendo un idiota. Ni siendo educado. Te aseguro que reconozco el talento cuando lo veo. Y estas ideas son muy buenas.

 —Gracias —dijo ella y parpadeó—. ¿Te va bien la empresa, entonces?

—Todo lo bien que puede ir algo en esta crisis. Me han hecho algunas ofertas de compra y las estoy considerando.

 —¿La venderías?

—Estoy sopesando pros y contras.

—Pero tú la fundaste, empezaste exhibiendo tu mercancía en el asador del resort del pueblo —le recordó ella—. Siempre he pensado que las iniciales PA son por Pedro Alfonso y TC por Thunder Canyon.

—Así es —admitió él.

  —Tu empresa tiene raíces locales. Creo que merece la pena que la mantengas.

 Pedro se quedó cautivado por la pasión con que ella hablaba. Pero no podía dejar que los sentimientos guiaran su forma de actuar en los negocios.

—A PA/TC le vendría bien una nueva línea de diseños innovadores para darse un empujón y aumentar las ventas —comentó él—. Tus dibujos serían perfectos —añadió, pensando en voz alta.

—Sería maravilloso —repuso ella.

—Deja que una noche te invite a cenar. Hablaremos de ello —propuso él.

—No lo sé —dudó ella, metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones—. ¿Quién va a quedarse en Raíces?

—Tienes que comer. No pasará nada porque cierres durante una hora, ¿No crees?

Pedro quería llevarla a cenar y, sin duda, adentrarse en terreno personal. Él era un buen vendedor y, obviamente, se estaba vendiendo a sí mismo.

—Tal vez Gonzalo podría quedarse aquí mientras te tomas una noche libre — sugirió él.  —No me gusta pedirle favores. Trabaja en el centro vacacional y…

—¿Acaso tú no trabajas? Y mucho —afirmó él y le tendió el cuaderno de dibujo—. ¿No es Gonzalo quien inspiró este lugar?

Él pudo darse cuenta de su error con el apoyo de la comunidad. Y ha conseguido licenciarse en la universidad gracias a ello.

—Sí, pero…

—Si no se lo pides tú, lo haré yo —advirtió él—. Vas a tomarte una noche libre y no aceptaré un no por respuesta.

Paula no parecía contenta pero, por su mirada, Pedro adivinó que se había rendido.

—Hablaré con él.

—De acuerdo. Quedamos entonces mañana por la noche, a las siete en punto.

—Bien.

Pedro asintió y salió sin decir más. No quería arriesgarse a poner en peligro su logro después de haber conseguido lo que quería. Lo que sí se permitió fue sonreír, pues no había manera de quitarse la sonrisa de felicidad de la cara.  Era curioso cómo podían cambiar las cosas en un instante. De pronto,  estaba deseando pasar una noche más en Thunder Canyon.


 En el momento le había parecido una buena idea. Se había dejado llevar. Sin embargo, un simple «no, gracias» hubiera sido lo indicado, se dijo Paula. Pero no había sido capaz.  En ese momento, ella estaba cerrando la puerta de Raíces, mientras Pedro esperaba a su lado. Iban a ir a cenar a The Hitching Post.

—Ya está —dijo ella.

—Bien —dijo Pedro, titubeante, y la miró a los ojos—. ¿Te parece bien ir a The Hitching Post? Pasas allí casi todo el día.

—Está bien —repuso ella. Allí conocía a todo el mundo y se sentiría entre amigos. Le ayudaría a relajarse, aunque no estaba segura de poder conseguirlo, fueran a donde fueran—. Sé bien que la comida es buena.

—Cuando me devuelvan el permiso de conducir, te llevaré a un sitio donde no conozcas la cocina como la palma de tu mano.

—Sería mejor que no me hicieras promesas.

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