lunes, 12 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 18

 Había despedido a Pedro, pero seguía furiosa. Incluso horas después, durante el turno del almuerzo en The Hitching Post, seguía enfadada. La había tenido impresionada durante treinta segundos, antes de que ella hubiera averiguado que no podía confiar en él. Sin duda, era una clara advertencia de que no debía dejarse seducir por su encanto. No había cambiado en absoluto.

—Soy tan tonta… —murmuró ella, poniendo distraída un plato de hamburguesa con patatas delante de Francisco Walters.

—Eh.

—¿Necesitas algo más? —ofreció Paula, deteniéndose delante de Francisco.

—Sí —dijo Francisco y señaló la silla que había al otro lado de la mesa, frente a él—. Siéntate.

Paula se sentó. Ella nunca le decía que no a Francisco Walters, y no sólo porque le estaría eternamente agradecida por lo mucho que los había ayudado después de que muriera su madre. Era un hombre grande y fornido con ancho pecho, penetrantes ojos azules y pelo gris. Viudo, tenía unos cincuenta y pocos años, voz profunda y no toleraba la grosería. También era su amigo y ella lo quería mucho.  Solía ir a The Hitching Post casi todos los días para desayunar, para almorzar o para cenar. A veces, para las tres comidas. Y siempre se sentaba en el mismo sitio. De hecho, lo llamaban «la mesa de Francisco» y era la única que tenía una vista directa a la foto de Silvia Divine sobre la barra.  Él destapó la botella de ketchup, le vió la vuelta y le golpeó el extremo con la palma hasta que las patatas quedaron bañadas en un mar de tomate.

—Dime qué te preocupa.

—Nada.

Francisco la miró a los ojos.

—¿Entonces estás furiosa y te insultas a tí misma por nada? No sabía que fueras mentirosa.

Eso le dolió. No quería pecar de lo mismo que Pedro.

—De acuerdo. Tienes razón. Estoy enfadada con alguien.

 —¿Quién?

—Pedro Alfonso.

—He oído que estaba en el pueblo —comentó  Francisco, le dió un bocado a la hamburguesa y le sostuvo la mirada. Paula no había planeado aburrirlo con los detalles, pero no pudo contenerse.

—Me dijo que quería ayudarme con Raíces. Lo malo es que yo no pude adivinar por qué se estaba ofreciendo voluntario.

—Trabajar como voluntario no parece típico de él —observó Francisco.

—Resulta que le pusieron tres multas por exceso de velocidad y le revocaron el permiso de conducir. El juez lo sentenció a prestar servicio a la comunidad y lo está haciendo en Raíces. Pero él me lo ocultó, por eso lo he despedido.

Francisco enrojeció de rabia.

—Ese chico siempre ha sido un rebelde. Siempre se ha metido en problemas.

 —Ya lo sé.

—Nada de lo que ha hecho desde el instituto me ha hecho cambiar de opinión respecto a él —señaló Francisco y se limpió la boca con una servilleta—. Aunque parece que se le dan bien los negocios. Su empresa le va muy bien. Dicen que vale millones.

 —Eso dicen.

—¿Quién iba a decir que los pantalones y las camisetas con motivos vaqueros pudieran dar tanto dinero? —se preguntó Francisco y meneó la cabeza—. Siempre he pensado que Pedro  Alfonso tiene personalidad de vendedor y eso no es, necesariamente, un cumplido.

—Es bueno que tenga éxito —comentó ella—. Así puede pagar las multas que le ponen por exceso de velocidad.

Francisco asintió y terminó de masticar.

 —¿Te enteraste hace tiempo cuando Pedro y su hermano gemelo, Marcos, se hicieron novios de dos gemelas?

—Sí —admitió Paula.  Por mucho que quisiera ignorar las historias sobre Pedro, los rumores se extendían como la peste en un pueblo tan pequeño—. Oí que sus padres les obligaron a romper con ellas.

Francisco  sonrió.

—El escándalo persigue a ese chico. Desde que se abrió el complejo turístico de Thunder Canyon, siempre viene acompañado de alguna actríz de plástico de Hollywood. Has hecho bien al echarlo de tu proyecto.

  —Si soy honesta, tengo que reconocer que me ayudó con el trabajo pesado. No sé cómo habría podido llevar el frigorífico y los muebles sin él.

—Tiene una forma de hacer las cosas que…

Ludmila Powell, la encargada de The Hitching Post, se paró junto a su mesa.

—¿A quién estás poniendo verde ahora, Francisco Walters?

—A nadie que no se lo merezca —repuso Francisco y miró a la mujer morena con un brillo en los ojos.

Ludmila sonrió también con una inequívoca expresión de coquetería.  Paula se dió cuenta de que había una guapa joven de pelo rubio detrás de su jefa. La había visto en alguna ocasión, pero no habían sido presentadas todavía. Era obvio que eso iba a cambiar.

 —Paula —dijo Ludmila—. Me gustaría presentarte a Ailén Castro.

—Encantada, Ailén —saludó Paula y le estrechó la mano.

 Había algo raro en la desconocida que  no sabía definir. No tenía que ver con su aspecto, pues era muy bonita. Sus vaqueros y su camiseta blanca eran sencillos y no llamaban la atención, además llevaba el pelo recogido en una simple cola de caballo. Sin embargo, era chocante la expresión de sus ojos, como si estuviera en apuros.

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