domingo, 25 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 53

No era posible describir una sensación así con palabras. Al fin, Paula comprendió por qué la gente le daba tanta importancia al sexo. Sin embargo, ella todavía era virgen. Antes de que pudiera formular las palabras para comunicárselo a su amante, él estaba agarrando el preservativo de la mesilla.  Después de ponérselo, Pedro la tomó entre sus brazos.

—Eres todavía más sensible y apasionada de lo que imaginaba —le susurró él.

  Paula se quedó atónita ante su declaración. ¡Él había pensado en ella de esa manera!

—¿Imaginaste cómo podía ser en la cama?

—Después del primer beso —admitió él y sonrió—. Me hizo preguntármelo. Eras muy callada y tímida en el colegio. Pero con ese primer beso intuí algo.

—Vaya.

La revelación le dio a Paula el coraje que necesitaba. Le rodeó el cuello con un brazo y le acarició la nuca. Lo atrajo a su lado y lo besó, notando cómo la respiración y el pulso de él se aceleraban. Pedro se colocó encima de ella, sujetando su peso con los brazos apoyados en la cama, y le separó los muslos con la rodilla.

—Rodéame con tus piernas —pidió él con voz ronca y tono de urgencia.

 Ella hizo lo que le pedía, ansiosa por dar el último paso, por conocer ese último secreto. Sintió que él entraba y se preparó. Cuando la penetraba, notó un agudo dolor. Al instante, la resistencia de su cuerpo desapareció. Pero Pedro se puso tenso y se quedó quieto.

—¿Paula? —llamó él, confuso.

 —No pares —susurró ella, apretándolo con fuerza—. Por favor.

 Paula lo apretó con sus piernas, haciendo que entrara en más profundidad. Pedro gimió y comenzó a mover las caderas. Momentos después, el cuerpo de él se paralizó, se tensó y él gritó de placer. Ella lo apretó mientras él la inundaba con su orgasmo. Ella sonrió, contenta por saber al fin lo que se sentía. Se alegró de poder darle ese placer a él.  A continuación, Pedro levantó la cabeza y ella dejó caer los brazos, dejando que se apartara. Él salió de la cama, agarró los pantalones del suelo y se fue al baño.  Paula tenía el cuerpo un poco dolorido, pero no le importaba. Entonces, pensó algo. El sexo no la convertía en mujer. Pero sí le hacía alegrarse de serlo.  Por desgracia, aquel momento de felicidad sólo duró un instante. Pedro salió del baño y le tendió el albornoz del hotel que estaba colgado en el armario.

—Tenemos que hablar.

 No era lo que ella había esperado oír. No podía ser buena señal.

—De acuerdo.

Paula se puso el albornoz y se lo ató con el cinturón. Pedro le dió la espalda cuando comenzó a hablar, pero ella no necesitaba verle la cara para saber que estaba disgustado.

—¿Eres virgen?

—Ya, no —contestó ella y encendió la luz de la mesilla.

 Pedro se giró de golpe.

—¿No se te ocurrió en ningún momento que deberías habérmelo dicho?

—No —repuso ella y se apoyó en el cabecero de la cama—. Es el pez que se muerde la cola. No sabía que tuvieras que saberlo porque nunca lo había hecho antes.

—Tienes veinticuatro años. ¿Cómo es posible?

—La vida me ha mantenido ocupada. Y mi madre siempre me dijo que no me apresurara, que sólo había una primera vez y que debía ser especial.

 —Si lo hubiera sabido, habría hecho que fuera especial —dijo él, encogiéndose.

—Lo ha sido —aseguró ella—. Me alegro de que fueras tú. De veras quería que tú fueras el primero.

  —¿Yo? —preguntó él, sorprendido.

—Tú mismo dijiste que había algo entre nosotros.

—Sí —contestó él a regañadientes—. Y fue una estupidez decir eso. Estaba esforzándome para resistirme a la tentación…

—Me alegro de que no pudieras —le interrumpió ella, intentando ponerle un poco de humor y disipar la tensión que lo atenazaba.

 Sin embargo, por cómo apretó Pedro la mandíbula, supo que no lo había conseguido.

—No tiene sentido, Paula. Tal vez, si yo fuera un hombre distinto…

—¿No debería ser yo quien dijera eso?

 —No sabes nada de esto. No tienes con quién compararme.

Paula se puso de pie y se acercó a él lo bastante como para percibir la rabia que irradiaba de él.

—El sexo es sólo un acto físico. Que haya sido mi primera vez no quiere decir que no sepa nada. Sé quién me gusta y quién no. No nací ayer.

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