lunes, 19 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 36

—¿Qué? ¿Dónde? —dijo Paula y tiró el papel manchado a la basura. Luego, tomó la cuchara y siguió poniendo pedazos de masa en la bandeja.

—Llegaste a Raíces después de tu trabajo y me dijiste hola a mí, pero a Pedro, no. Tú siempre saludas a todos. ¿Qué te pasó?

—¿Ah, sí? No me dí cuenta —negó ella y se frotó la mejilla con un nudillo.  Recordó lo que Pedro le había dicho acerca de mentir. ¿Le estaría creciendo la naríz?—. Seguro que a él no le importó.

—Le importó mucho. Se marchó justo después. Fue tenso. Y no me digas que fueron imaginaciones mías.

—No tienes que preocuparte por eso. La verdad es que su periodo de servicio a la comunidad terminará pronto. Se irá del pueblo enseguida.

Su intento de sonar indiferente fue fallido por completo. Incluso ella misma percibió la tristeza en su tono de voz. Y, al decir las palabras en voz alta, el pecho se le encogió.

—Creo que te gusta mucho —observó Augusto con seguridad.  No debía darle importancia, se dijo Haley. Debía ser tan ligera y sincera como fuera posible.

—Claro que me gusta. Me gusta todo el mundo. No deberías suponer nada más allá de eso.

—Me gustaría que dejaras de tratarme como a un niño.

—¿Por qué lo dices?

—Tengo ojos. He estado por ahí. Sé cosas. Casi tengo dieciocho años. Soy un hombre.

Paula dejó la cuchara sobre la mesa y lo miró.

—Llegar a los dieciocho años no significa que, automáticamente, te conviertas en un hombre o en una mujer. Son tus acciones en la vida diaria lo que te hacen adulto.

—¿Te refieres al tipo de cosas que tú hiciste? ¿A ocuparte de Delfina y Gonzalo después de que tu madre muriera?

—Eso es.

—¿Y qué pasa con tu padre? —preguntó Augusto—. ¿También estaba muerto?

Para ella, sí. Su marcha le había roto el corazón a Alejandra Chaves. Ella recordaba preguntarle a su madre por él de niña. Su madre le había contestado con una profunda tristeza que él no los había amado lo bastante. Aun mucho tiempo después de que su padre los hubiera dejado, su madre había seguido sola y triste. De niña había deseado que sus hermanos y ella hubieran sido bastante para su madre, pero la tristeza de Alejandra nunca había desaparecido.

—Mi padre nunca se portó como un hombre — afirmó ella, furiosa—. Los hombres de verdad no dejan a una mujer con tres hijos que lo necesitan.

—¿Te acuerdas de él?

—No —negó ella. Estuvo a punto de decir que se alegraba, pero hubiera sido muy infantil—. Eso me entristece y me hace sentir enfadada. Intento decirme que es él quien se lo ha perdido, pero la verdad es que Delfi, Gonza y yo salimosperdiendo al no conocer a nuestro padre. Él desapareció y huyó de sus responsabilidades.

Pensativo, Augusto se apoyó en la encimera.

—Así que crees que soy un chiquillo.

—No importa lo que yo crea. Sólo tú puedes decidir si quieres huir o no de los problemas.

—Pedro no está huyendo —dijo el chico, de pronto.

Estaba claro, pensó Paula. Pedro era el favorito de todo el mundo. Las mujeres querían estar con él y los hombres lo querían como amigo. Ella era la única que intentaba fingir indiferencia.

—No estoy segura de a qué te refieres —comentó Paula.

—Al servicio a la comunidad —respondió Augusto—. Está aquí haciendo lo que tiene que hacer. No ha huido del castigo. Se ha quedado para cumplir la sentencia. Eso lo convierte en un hombre.

Sí que era un hombre, sí, pensó Paula, sin poder evitar recordar su beso.

 —Está aceptando las consecuencias de sus acciones. Como un hombre. Eso no puedo discutirlo.

—Sigo diciendo que a tí te gusta —repitió Augusto, sonriendo.

Paula tampoco podía discutirle eso, por mucho que deseaba hacerlo. No se sentía capaz de pararle los pies a la atracción que bullía entre ellos. Pero, tal vez, Pedro podría hacerlo, pensó. Y tendría todo el derecho del mundo, después de la forma en que ella se había comportado. Hasta Augusto se había dado cuenta. Si Pedro fuera igual de frío con ella, era posible que eso frenara el galope de sus sentimientos.  Ella podría ser la mujer adecuada.


Desde el día anterior, cuando su hermano gemelo le había dicho eso sobre Paula, Pedro no había podido dejar de pensar en ello. Había ido a desayunar a The Hitching Post y había pedido un café, deseando que no fuera demasiado temprano para pedirse algo más fuerte. Seguía dándole vueltas a cómo Marcos le había comparado con su hermano mayor, Nicolás, que había jurado no ser de los que se casaban.  Sin embargo, su situación era por completo distinta. No vivía en Thunder Canyon. Tenía su vida en Los Ángeles y Paula no se había molestado en ocultar lo mucho que le desagradaba esa ciudad. Además, ella tampoco había negado que no lo respetaba demasiado. Hasta Augusto se había dado cuenta de lo fría que había sido con él.  ¿Cómo podía ser la mujer adecuada?, se preguntó. Para domar a un hombre indomable, como había dicho su hermano, al menos, ella tenía que mostrar algo de interés. Y, si estaba interesada, tenía una forma muy peculiar de demostrarlo, reflexionó.

—Estás en mi sitio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario