domingo, 11 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 13

Pedro lo apretó con un poco más de fuerza, para que el aspirante a delincuente pensara con más claridad.

—La señora te ha hecho una pregunta.

—Augusto—dijo el chico—. Robbins —añadió.

Pedro lo soltó y bajó las manos. Se acercó a su cara y lo miró bien. Paula tenía razón. Era sólo un muchacho, de unos dieciséis o diecisiete años.

—¿Cuál es tu problema, chico?

—No es asunto suyo.

—Ahí te equivocas. Desde que entraste aquí y asustaste a Paula, es asunto mío —afirmó Pedro y  la miró—. ¿Lo conoces?

Paula negó con la cabeza.

—Necesitas ayuda, ¿Verdad, Augusto?

No hubo respuesta, lo que decía mucho.

—No era necesario que rompieras la puerta. Pero has elegido el sitio correcto —señaló ella—. Raíces está para ayudar a chicos con problemas.

—No tengo problemas…

—Te equivocas otra vez, chico —dijo Pedro, vigilándolo de cerca por si intentaba escapar—. Sabes que romper una puerta para entrar en propiedad privada es un delito. Llama a la policía, Paula.

—No es necesario.

—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Pedro.

—Es sólo un niño. Lo más probable es que se haya escapado de casa. No es peligroso. La policía ya tiene bastante trabajo. Cuando mi hermano tenía la misma edad, se escapó de casa y yo me puse histérica —recordó ella y miró al joven—. Deja que llame a tus padres para que vengan a buscarte.

—Ni hablar —le espetó el chico con rabia.

—Lo más probable es que tu padre y tu madre estén muertos de preocupación, Roy. —A ellos no les importo —afirmó Augusto con amargura.

Paula frunció el ceño.

—¿Te han pegado?

 —No es eso —se apresuró a aclarar Augusto.

—Entonces, dime qué es —pidió ella.

—Tenía que irme de allí, eso es todo.

—¿Para aclararte las ideas? —quiso saber Paula.

 —Supongo que sí —repuso Augusto, encogiéndose de hombros.

Pedro se quedó impresionado al ver cómo ella parecía comprender al chico y su necesidad de estar solo.  Tal vez, ella también podría comprender su necesidad de velocidad, la multa y el servicio comunitario obligatorio que le había sido impuesto.

—Vamos. Llama a la policía —le retó Augusto con voz resignada.

Pedro se puso tenso, pero Paula sólo sonrió.

 —No creo que sea necesario —repitió ella—. Me alegro de que no estuvieras en la calle. Sólo necesitabas un sitio donde pasar la noche.

 —¿Y eso justifica romper la puerta y entrar aquí? —protestó Pedro.

—No ha robado nada.

—Eso es porque no tenías cerveza en la nevera — contestó Pedro con tono socarrón.

—No has actuado bien —le riñó Paula al chico.

—¿Puedo irme ya? —preguntó Augusto, encogiéndose de hombros.

—¿Tienes dónde dormir? —preguntó ella.

—¿A tí qué te importa?

—Eso no es una respuesta —replicó Paula, cruzándose de brazos—. Las reglas no permiten a ningún menor de edad estar aquí sin supervisión adulta.

—Entonces, me largo. Ya encontraré otro sitio donde pasar la noche.

Paula suspiró.

—Mira, es tarde. Estoy cansada. Y no podré dormir si estoy preocupada por tí.

—No tienes por qué preocuparte —dijo Augusto.

—Pero lo haré de todas maneras. Puedes venir a casa conmigo.

—¿Qué? —la increpó Pedro y la miró boquiabierto, preguntándose si habría perdido la cabeza—. Es una locura. ¿Qué sabes de él?

 —Tiene problemas. Es lo único que necesito saber —afirmó ella y levantó la mano para hacer callar a Augusto cuando el chico iba a empezar a negarlo—. Me recuerda a Gonzalo cuando tenía su edad. Por eso he creado este proyecto. ¿Cómo voy a dejar plantado al primer chico en apuros que se me presenta? ¿Dónde estaría mi hermano si hubiera sido rechazado cuando más lo necesitaba?

—Pero Paula… —comenzó a alegar Pedro, percibiendo la mirada de determinación de ella—. Es un extraño. Hay que tener cuidado, incluso en Thunder Canyon.

—Pedro, la verdad es que se me da bastante bien juzgar a la gente —insistió ella—. Y, si estás preocupado, puedes seguirme a casa.

No, no podía, pensó Pedro. Le habían quitado el permiso de conducir.

 —No tengo coche.

—¿No tienes coche? —preguntó el chico—. ¡Qué avaro!

—No pensé que fuera a necesitarlo —se defendió él—. Y, si lo necesito, puedo pedir una furgoneta prestada en la empresa de construcción de mi padre.

—Bueno, yo no pienso llevarte a mi casa para luego traerte de vuelta a la tuya sólo porque tengas problemas para confiar en la gente —dijo ella.

—Puedo dormir en tu sofá.

Paula  lo observó durante unos instantes y asintió.

—Augusto puede dormir en un colchón inflable en la habitación de Gonzalo— señaló ella.

 —Bien —dijo él.

 Pero nada estaba bien, pensó Pedro. No quería pasar la noche en su casa, pero tampoco quería dejarla ir sola a casa con un chico del que no sabían nada. Si no fuera por su maldito instinto protector… Le resultaba demasiado inconveniente. Tuvo la certeza de que no podría pegar ojo en el sofá… y no tenía nada que ver con la comodidad. Pasar la noche bajo el mismo techo que esa fascinante y generosa mujer le haría desear cosas que podían poner a prueba la paciencia de un santo.  Y él no era ningún santo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario