miércoles, 21 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 44

Paula se estremeció. Las palabras le habían hecho más daño que golpes físicos. ¿Por qué, de pronto, todos le gritaban a ella?  Bueno, si Gonzalo y Delfina necesitaban espacio, podían tenerlo. Sin embargo, Augusto necesitaba ayuda y ella no se la negaría. Las noches anteriores, el chico había estado durmiendo en un colchón de aire en la habitación de Gonzalo  pero, para ese momento, habría que buscar otra solución.

—Creo que sería mejor que durmieras en el sofá —señaló Paula y, cuando el muchacho la miró y se encogió de hombros, añadió—. Iré a por sábanas.

Sin esperar respuesta, salió del salón y se fue al armario de la ropa de cama que tenía en el pasillo. Pasó por delante de las puertas cerradas de sus hermanos y no pudo evitar sentirse herida. Y sola.  Entonces recordó la sensación de tener los brazos de Pedro rodeándola y quiso con desesperación ir a su lado. Pero no podía irse. Si la guerra mundial estallaba de nuevo, alguien debía hacer el papel de Suiza. Eso le hizo sentirse todavía más sola.


 La mañana después de haber besado a Paula, Pedro estaba arrepentido hasta la médula. Lo único que su cuerpo quería era pasar la noche con ella, tenerla entre sus brazos, besarla.  Al pensarlo, su cuerpo se puso tenso de nuevo. Recordó la forma en que ella había suspirado y sus pequeños gemidos. El corto camino entre Raíces y The Hitching Post no había conseguido calmar su deseo ni disminuir su erección.  No sabía cómo había conseguido reunir la fuerza de voluntad necesaria para rechazar su oferta de llevarlo a casa. Pero, de alguna manera, había conseguido resistirse a la tentación. Tal vez había sido porque había sabido que lo siguiente habría sido invitarla a su habitación.  Sería una locura, se dijo. Quizá no tanto como haberse enamorado de una timadora que le había quitado el dinero, pero era una locura de todas formas. Paula vivía en Thunder Canyon y él no. Iba a regresar a Los Ángeles. ¿Cómo había pasado de estar impaciente por recuperar su permiso de conducir a lamentar tener que alejarse de ella?  Dando vueltas en su habitación, se detuvo junto a su cama de matrimonio y no pudo evitar imaginarse allí a Paula. Pero eso no podía… no debía suceder. Sabía que, si se acostaba con ella, se le rompería el corazón al tener que marcharse.  Aquellos pensamientos tan poéticos resultaban ridículos en un hombre que nunca había sido demasiado sensible. Además, con tanto darle vueltas al asunto, no estaba haciendo más que posponer lo inevitable. Antes o después tenía que verla porque aún no había acabado su periodo de voluntariado.

 —Es mejor enfrentarse a ello —dijo él hablando solo.

Pedro se estaba preparando para la impactante sensación que se apoderaba de él cada vez que veía a Paula, cuando alguien llamó a su puerta. Sorprendido, abrió y se quedó petrificado un momento.

—Hola, Paula.

—Hola, Pedro. Siento molestarte.

—Nada de eso —repuso él—. Me alegro de que hayas venido. Quería que supieras que he mandado tus diseños a mi asistente a primera hora. Yo… — comenzó a decir y se interrumpió—. ¿Te pasa algo?

—¿Por casualidad está Augusto aquí? —preguntó ella con ansiedad.

—No. No lo he visto desde que se fue de Raíces anoche con Gonzalo.

—De acuerdo. Gracias —repuso ella con gesto de preocupación.

 —Espera —dijo él y le agarró el brazo cuando ella iba a irse—. ¿Por qué lo buscas?

—Se ha ido esta mañana.

—Entiendo —replicó Pedro y se apoyó en el marco de la puerta—. Tal vez se haya ido a su casa.

 —Creo que me habría avisado, ¿No te parece? Que se vaya sin decirme nada o dejar una nota me parece raro. Por eso pensé que podía estar contigo.

—¿Pasó algo antes de que desapareciera? —intuyó él.

—Anoche hubo una horrible pelea —contestó Paula tras un momento.

Pedro se enderezó. Aquello no parecía algo de lo que se debiera hablar en el pasillo.

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