miércoles, 28 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 62

 —Bueno, gracias por tu ayuda de todos modos.

 Pedro se acercó con expresión de enfado. Se puso delante de ella.

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciendo adiós —repuso ella.

Era un milagro que no se le quebrara la voz, pensó. No quería mostrar ninguna debilidad ni delatar los sentimientos que la estaban destrozando por dentro.

—No voy a ninguna parte.

—Has completado tu tiempo de servicio a la comunidad.

 —Que firmes los papeles no quiere decir que vayas a deshacerte de mí.

 —Por si lo habías olvidado, Pedro, ya no vives aquí.

—Respecto a eso… —comenzó a decir él y se pasó la mano por la nuca—. Estoy considerando seriamente aceptar la oferta de compra de mi empresa.

¿Y romper para siempre con las raíces que lo unían a ese pueblo?, se dijo Paula,  inconforme, preguntándose si lo que le molestaba tanto sería perder esa última conexión con él.

—Pero tu empresa nació en Thunder Canyon — protestó —. Dejarás tu sueño en manos de otra persona. Será como entregar a tu propio hijo.

 —Hay cosas más importantes que los negocios.

—¿Cuáles?

—Tú —afirmó él con mirada intensa.

—No entiendo —repuso ella con el corazón latiéndole a mil por hora. No era posible que lo hubiera oído bien.

—Estoy pensando en meterme en el negocio de construcción de mi familia. Y en establecerme para siempre en Thunder Canyon.

¿Por ella? No era la clase de mujer por la que un hombre renunciaba a todo, se dijo Paula. No era posible. Por otra parte, tampoco era una mujer con la que se pudiera jugar.

—Mira, Pedro, no sé de qué va todo esto. No encaja con tu forma de ser.

 —Creo que conozco mi forma de ser bastante bien. Lo que me confunde es tu reacción —señaló él, mirándola con atención.

—Déjame que te lo explique. Cuando nos íbamos del hotel de Billings, el conserje nos llamó señor y señora Alfonso. Ese simple malentendido te puso nervioso. En cuanto el hombre dijo las palabras, tú te apresuraste a corregirlo. Eso demuestra que el compromiso sigue sin ser una de tus cualidades —indicó ella y levantó la barbilla—. Así que no sé qué pasará por tu cabeza, pero no esperes que me lance a tus brazos. No quiero que renuncies a nada por mí.

 Una multitud de emociones atravesó a Pedro como una tormenta de truenos hasta que la rabia tomó el mando.

—Supongo que debí habérmelo imaginado, viniendo de una reina de la estabilidad como tú.

Paula se encogió ante su tono helado.

 —¿Perdona?

—Se te presenta una oportunidad excitante, Paula, la de diseñar una gama de productos para mi compañía, una marca nacional. Es la oportunidad de conseguir tu sueño. ¿Te has emocionado? —preguntó él y meneó la cabeza—. Ni un poco.

—Porque tengo que tener muchas cosas en cuenta. ¿Cómo podría dejar a mi familia? Cuentan conmigo. ¿Y Raíces? ¿Quién se encargaría del centro? Es un programa importante —afirmó ella e inspiró deprisa—. Thunder Canyon es mi hogar.

—Ni siquiera has contemplado las distintas posibilidades. Puede que no fuera necesario que te mudaras y Thunder Canyon es sólo un punto en la geografía. Tu hogar estará donde estés tú. Y, si crees que te quedas aquí por lealtad a la comunidad, no sólo me estás mintiendo a mí. Te estás mintiendo a tí misma.

—¿Quién te crees que eres? —le espetó ella, furiosa.

—El único que tiene los pies en la tierra. Eres una cobarde, Paula Chaves— aseguró él, señalándola con el dedo—. Todo el mundo de por aquí piensa que eres un ángel, pero la verdad es que no tienes valor para irte.

Pedro se giró y su ancha espalda fue lo último que Paula vió antes de que él se fuera dando un portazo. Sus acusaciones reverberaron en la habitación vacía, despertando dolorosos recuerdos.  Había sido valiente en una ocasión. Se había ido de Thunder Canyon y la vida que había conocido hasta entonces se había hundido a su alrededor.  En el presente iba a sucederle de nuevo, aunque no fuera ella la que se marchara. En esa ocasión, Pedro iba a llevarse su corazón con él.  Nunca podría volver a recuperarse.

Alejandra Chaves. Amada madre.  Los ojos se le llenaron de lágrimas y sintió un nudo en la garganta mientras miraba la lápida en el cementerio de Thunder Canyon. Tenía el corazón encogido por la pérdida, pero se trataba de la pérdida de Pedro y no de la que había sufrido hacía años.  Amada madre.  Eran unas palabras sencillas.

—Te quiero, mamá. Y te echo de menos más que nunca —susurró Paula—. Me encantaría tener alguien con quien hablar.  El sol brillaba en el cielo azul de Montana. Dejó un ramo de margaritas amarillas y blancas sobre la hierba.

—Estoy enamorada de Pedro Alfonso. ¿Puedes creerlo? Yo, siempre tan práctica y tan prudente, enamorada del chico malo de Thunder Canyon.

Una brisa repentina la rodeó, como si la naturaleza estuviera respondiendo. Se sorprendió. En la carretera, detrás de ella, oyó la puerta de un coche cerrándose. Oyó pasos en la hierba y el pelo de la nuca se le puso de punta cuando adivinó que se trataba del chico malo en cuestión.

—¿Paula?

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