domingo, 25 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 56

Hablaron con Patricio, el conserje, que les cobró la cuenta en la tarjeta de crédito que Pedro le había dado la noche anterior. Él había insistido en pagar la habitación de Paula también y le había dicho que podía devolverle el dinero después. Sin embargo, ella había intuido que  no aceptaría el dinero de todas maneras.

—Gracias —dijo Pedro al conserje.

—De nada —repuso Patricio y los sonrió a los dos—. Vuelvan a vernos cuando quieran, señor y señora Alfonso.

Paula intentó digerir el hecho de que Patricio hubiera creído que estaban casados, a pesar de que habían pedido dos habitaciones. Lo más probable era que el conserje no se hubiera fijado en ese detalle, sino sólo en el total de su cuenta. Era un error comprensible. Pero lo que le sorprendió de verdad fue la reacción de Pedro.

—No estamos casados —se apresuró a aclarar él con tono firme.

 Podía haber dejado pasar el malentendido, pensó Paula. ¿Qué importaba que un hombre que nunca volverían a ver pensara que eran un matrimonio?  Era obvio que a Pedro le importaba. Había parecido muy incómodo. Haberle respondido así al conserje era el equivalente a distanciarse de ella y protegerse contra la posibilidad de que fuera su esposa.  Así eran las cosas, se dijo, y con tristeza. Hacía sólo unos momentos, ella había estado cegada por el amor, deseando acostarse con él una segunda vez. Pero la verdad era que él no quería asumir responsabilidades.  No quería atarse ni a un lugar ni a una persona.  Sobre todo a una persona.  Y se dió cuenta de una cosa más. Durante todo ese tiempo, había estado preocupada por lo que sentía por Pedro. Y por no cometer el mismo error. No se habría acostado con él si él no le hubiera importado. Y mucho. Por eso, a pesar de todo, había repetido la misma equivocación que hacía seis años. Y, para colmo, lo que sentía por él era mucho más que un enamoramiento de adolescente.  Lo amaba.


Era una tarde tranquila en Raíces. Pedro y Paula eran los únicos que estaban allí. Habían vuelto a Thunder Canyon hacía veinticuatro horas y seguían sin saber nada de Augusto. Pedro esperaba que ella estuviera ocupada pensando en el chico y no en lo que había pasado entre ellos.  Lo que habían compartido había sido sexo de primera calidad, pensó.  Él seguía sin poder creer que ella lo hubiera elegido para ser el primero. Y, si las circunstancias fueran diferentes, si él no tuviera que irse, le enseñaría todo lo que sabía sobre seducción y ternura.  Pero nada había cambiado y, por alguna razón, Paula se había vuelto más distante.  Primero le había dicho que su actitud hacia el sexo gozaba de buena salud. Y, al momento siguiente, cuando habían pagado la cuenta del hotel y habían emprendido el camino de regreso, ella se había encerrado en sí misma.  Había intentado en más de una ocasión que se abriera. Sin embargo, cada vez que le había preguntado si le preocupaba algo, ella le había respondido que todo iba bien. Él estaba empezando a odiar esa respuesta tan femenina.  Y allí estaban sentados, en Raíces. Sin hablar. Él estaba trabajando en su portátil en la pequeña mesa de ordenador y Paula estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas debajo de ella y un cuaderno de dibujo en el regazo. El único sonido que había en la habitación era el de su carboncillo moviéndose sobre el papel.  A él le gustaba el silencio para trabajar, pero el aire estaba impregnado de tensión y eso lo estaba volviendo loco. Justo cuando iba a preguntarle a Paula por qué no le hablaba, sonó su móvil.  Él se lo sacó del bolsillo. Después de mirar el identificador de llamadas, sonrió y respondió.

 —Diana. ¿Cómo está la mejor asistente del mundo?

—De mal humor. ¿Cuándo vas a salir de chirona?

  —Técnicamente, no estoy en chirona.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Terminaré mi sentencia de servicio a la comunidad dentro de una semana —contestó él.

Era demasiado pronto. El tiempo había pasado volando, pensó y se giró en su silla para mirar a Paula.  Ella no le devolvió la mirada.

—Bien. Necesito unas vacaciones —dijo Diana.

  —¿Y eso?

—Estoy dirigiendo PA/TC yo sola.

—Yo me he estado ocupando de mi parte desde aquí —protestó él.

—Oh, no me digas. Que estés lejos sólo me da más trabajo.

—Te recompensaré cuando vuelva.

—No intentes adularme con falsas promesas. Estoy furiosa contigo.

 Pedro se recostó en el asiento y le lanzó otra rápida mirada a Paula, que seguía pretendiendo no escuchar.

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