miércoles, 28 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Epílogo

Paula había temido que nadie pudiera ir a la gran inauguración de Raíces y se alegraba de haberse equivocado. Una semana después de aceptar la proposición de Pedro, había conseguido terminar de decorar el local. Había colgado en la pared el cuadro bordado de su madre, con una placa conmemorativa que dedicaba el centro de adolescentes Raíces a la memoria de Alejandra Chaves.  Pedro y ella miraron a su alrededor en el local, donde gran parte de la comunidad de Thunder Canyon estaba disfrutando de las galletas, los bollos, el café y el ponche. Él la abrazó con orgullo.

 —La fiesta ha sido un éxito.

Paula conocía muchas caras. A otros acababa de conocerlos, como a Gustavo Torres. Era el apuesto médico que había sustituido en el trabajo al hermano de  Pedro, Nicolás, mientras éste estaba de vacaciones con su esposa Karina.

—Te amo —le susurró Paula.

—Claro que sí —repuso él con un guiño.

 El gemelo de Pedro, Marcos, se acercó a ellos.

—Se rumorea que vas a rechazar la oferta de compra, hermano.

—No es un rumor. Es un hecho —respondió Pedro y sonrió orgulloso a su prometida—. Voy a contratar a una nueva diseñadora para darle un poco de aire fresco a nuestros productos. ¿Te he mencionado que pienso casarme con la artista en cuestión, para tenerla encadenada a mí de por vida?

—Parecen felices —comentó Marcos.

 —Tenemos buenas razones para estarlo —señaló Paula, que estaba radiante de felicidad desde hacía una semana—. Pepe va a llevarme a Hawai. Quiere que la primera vez que vea el mar sea en el paraíso.

Pedro le lanzó a su hermano una mirada de advertencia.

—No te atrevas a decirlo.

—¿Que te lo dije? —preguntó Marcos, sonriendo.

—¿Qué le dijiste? —quiso saber Paula.

 —Que tú podías ser la mujer adecuada para mí.

—Bueno, tú eres el hombre adecuado para mí — señaló ella—. Pero no por lo de Hawai. Si me llevara a una lavandería de vacaciones, seguiría sintiéndome la mujer más afortunada y feliz del planeta.

 —¿No ibas a dar un discurso? —preguntó Pedro antes de que su hermano pudiera hacer ninguna broma respecto a él.

—Sí. Pero aquí hay mucho ruido. No sé si la gente podrá oírme —contestó Paula.

 Pedro la guió al otro extremo de la habitación y, entonces, se llevó los dedos a los labios. Silbó con todas sus fuerzas. Todo el mundo se quedó en silencio y los miró.

 —Atención —dijo él—. Paula tiene algo que decir.

Paula sonrió a su prometido y se aclaró la garganta un poco nerviosa.

 —Gracias por venir. Ha sido una fiesta fantástica. Muchos de ustedes sabían que este programa había sido mi sueño desde que mi madre murió. Sin la ayuda de la gente de Thunder Canyon, mis hermanos y yo no habríamos podido superar aquellos tiempos tan difíciles. Este centro es mi manera de daros las gracias.

Paula miró a los rostros sonrientes de los asistentes. Francisco Walters estaba allí con Ludmila Powell a su lado. Los padres de Pedro, Ana y Horacio Alfonso, asintieron con aprobación. Ellos se habían mostrado encantados con su compromiso con su hijo. Gonzalo y Delfina estaban aplaudiendo. Los dos habían seguido en contacto con Augusto, que no vivía tan lejos de allí. El chico había empezado su último año de instituto y le iba bien.  Miró a Pedro, que le daba ánimos con su sonrisa. Y se volvió hacia la multitud.

—Tengo buenas y malas noticias. Algunos ya lo saben, pero quiero hacer público que Pedro y yo vamos a casarnos.

 El anuncio fue recibido con vítores, silbidos y aplausos. Ella levantó la mano izquierda para mostrar su anillo de compromiso, con un enorme diamante. La noche anterior, Pedro se había arrodillado y le había pedido en matrimonio de manera formal. Luego, había sellado el trato con aquel impresionante diamante.

—Lo que pasa es que voy a mudarme a Los Ángeles —continuó Paula—. Y eso significa que no puedo seguir siendo directora de Raíces —añadió y, cuando los asistentes emitieron sonidos de desacuerdo, levantó una mano para acallarlos— . Se lo agradezco. Nunca sabrán cuánto. Pero el centro seguirá funcionando con un equipo de voluntarios. Mi hermano ha prometido dedicarle algo de tiempo antes de irse a hacer su doctorado, cortesía del fondo de becas Pedro Alfonso. Mi hermana también dedicará algunas horas. Igual que Ludmila Powell y Francisco Walters… —señaló y miró a Francisco, que asintió con aprobación. Respiró hondo—. Y Gabriela Benedict, de los servicios sociales de Thunder Canyon, va a ocupar el puesto de directora. Ella ha sido mi consejera, mi mentora y amiga y los chicos serán afortunados de tenerla aquí. Por favor, denle su apoyo también a ella.

  La hermosa rubia saludó con la mano y sonrió cuando la gente aplaudió con entusiasmo.

—Así me gusta —indicó Paula—. Para terminar, quiero decir que, con mucho gusto, se aceptan donaciones al programa. Es triste decir adiós, pero Pedro y yo vendremos de visita a menudo. Raíces está en buenas manos.

«Igual que yo», pensó Paula mientras el hombre de su vida la tomaba entre sus brazos.





FIN

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