domingo, 18 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 33

—Tu mirada da un poco de miedo —comentó Marcos.

—Tengo muchas cosas en la cabeza.

—¿Quieres hablar de ello?

—No.

Marcos lo conocía lo bastante bien como para dejarle a solas con sus pensamientos. Estuvieron en silencio hasta que llegaron a la obra. Era un sitio precioso, pensó Pedro cuando el camión aparcó en un claro. Leonardo McFarlane había elegido un gran pedazo de tierra a las afueras del pueblo, con unas excelentes vistas de las montañas. Salió del camión, agarró su cinturón de trabajo y se lo puso. Pedro lo siguió hasta un montón de maderos apilados.

—Va a ser una casa grande.

—Enorme —dijo Marcos y asintió con satisfacción—. Nos vendrá bien para el curriculum de Construcciones Alfonso.

—¿Dónde están el resto de tus hombres?

—Han terminado por hoy. No puedo permitirme pagarles de sol a sol, pero todavía quedan un par de horas de luz y no quiero malgastarlas —explicó Marcos, levantó la vista y sonrió—. Y he encontrado mano de obra gratis.

—De eso nada —advirtió Pedro—. No te diré cuándo ni cuánto, pero pienso cobrártelo.

  —Me das miedo —bromeó Marcos y agarró dos tablas, colocándolas en perpendicular—. Vamos a poner los cimientos enseguida y hay que hacer el marco primero.

—Sí. Lo imaginaba —comentó Pedro con tono socarrón—. No ha pasado tanto desde que trabajaba en Construcciones Alfonso.

 —Pero te has vuelto un blanducho, acostumbrado al trabajo delicado y suave detrás de tu cómodo escritorio en Los Ángeles —le provocó Marcos.

—Nunca juzgues a un hombre hasta que no hayas caminado un kilómetro con sus zapatos —dijo Pedro, sonriendo.

A diferencia del trato con Paula Chaves, aquellas bromas y pullas entre su hermano y él le resultaban terreno conocido. La obra todavía no tenía cimientos, pero no podía decirse lo mismo de su relación con Marcos. Se sentía a gusto con él. Y la verdad era que no había trabajado con las manos desde hacía mucho. Ni había hablado con alguien con tanta tranquilidad.

  —Dime, ¿Alguna novedad?

—Supongo que no te has enterado —dijo Marcos.

—¿De qué?

  —Gustavo Torres va a sustituir a Nicolás como instructor médico de deportes en el complejo turístico de Thunder Canyon.

Gustavo  era el primo de Lucas y Santiago Torres. Pedro lo había conocido por ellos y le caía muy bien. Era divertido, natural y seguro de sí mismo.

—¿Por qué va a sustituirlo? ¿Adónde va Nicolás?

Marcos lo miró con lástima, como si pensara que estuviera fuera de onda por completo.

 —Nico y Karina, que es su esposa, por si no lo sabías…

—Sé que está casado. Y conozco a Karina. Es estupenda. Lo que no sabía es que se fueran a ninguna parte.

—En septiembre, la va a acompañar a tomarse unas vacaciones de trabajo.

—¿Vacaciones de trabajo?

—Karina ha terminado su carrera de enfermera y, además de hacer turismo, quiere visitar algunos centros de apoyo psicológico a mujeres para que le sirvan de inspiración.

—No lo sabía.

 —Va a usar sus conocimientos para abrir un centro de apoyo a mujeres que han vivido una pérdida importante —explicó Marcos.

Pedro pensó en Paula y en la abrumadora angustia que debió haber sentido cuando su madre murió.

 —Suena muy interesante. A la familia Chaves le habría venido bien algo así.

Marcos se pasó el antebrazo por la frente sudorosa y asintió.

—Sí. No sé cómo Paula  ha podido hacer lo que ha hecho. Criar a Delfina y a Gonzalo y, al mismo tiempo, lidiar con la pérdida de su madre… y lo ha hecho muy bien.

—Sí —afirmó Pedro. Paula era una gran mujer, pensó. Igual que su cuñada—. Me alegro por Karina. Espero que los dos disfruten el viaje. Y no se me ocurre nadie mejor que Gustavo para sustituir a Nicolás.

 Pedro miró cómo su hermano colocaba más maderos y preparaba los clavos y lo imitó.

—¿A tí qué tal te va con lo tuyo? —preguntó Marcos.

—¿Te refieres a mi empresa?

—No, a tu servicio a la comunidad. Tu adicción a la velocidad te ha jugado una mala pasada, hermano. ¿Cómo te va en Raíces?

—Hace honor a su nombre —contestó Pedro, compungido—. Me tiene plantado en el sitio. Al menos, hasta finales de agosto.

—Tal vez estés plantado, pero al menos tienes buenas vistas. Paula es muy guapa. Podrías estar atrapado con una viejecita estirada de noventa años. ¿Se puede saber por qué tienes esa cara?

Respecto a eso, Pedro no tenía nada que alegar. Paula era tan bonita como un paisaje hermoso y dos veces más dulce. Hasta la noche anterior.

—Por nada.

—Soy yo, Pepe. Te conozco mejor que nadie —observó Marcos con gesto burlón.

 —No lo sabes todo de mí.

—Pues cuéntamelo.

—Durante la universidad, me prometí con una chica que se llevó todo mi dinero.

—Tengo que reconocer que tenías razón —admitió Marcos—. No lo sabía.

—Fingió ser una puritana. Dijo que no quería acostarse conmigo hasta que nos casáramos. Así que le pedí que se casara conmigo y fijamos una fecha.

 —No me lo digas. Ella no tenía ninguna prisa.

—Acertaste —repuso Pedro—. Me dijo que tenía muchas deudas a causa de los problemas de salud de su padre y que no quería cargarme con ellas.

—Y tú le diste un cheque —adivinó Marcos.

 —Con demasiados ceros. Luego, desapareció — confesó Pedro, que odiaba que se rieran de él—. No estoy orgulloso de ello.

 —Lo comprendo. Pero no dejes que eso te haga renunciar a las mujeres.

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