viernes, 16 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 26

—¿Pero? —preguntó Gabriela, frunciendo el ceño.

—¿Por qué piensas que hay un pero?

—Lo adivino por tu mirada. ¿Qué pasa, Paula?

—Me gusta.

Gabriela dobló su servilleta.

—¿Y eso es malo? ¿Por qué?

—Porque no es buena idea —replicó Paula.

—¿Por qué? —insistió Gabriela.

—No va a quedarse. Y, aunque se quedara, tiene mucha experiencia con las mujeres.

—¿Y qué?

—Yo no tengo experiencia con los hombres —admitió Paula y miró a la otra mujer a los ojos—. En el instituto estaba demasiado ocupada con mis estudios como para salir con chicos. En la universidad empecé a salir con un compañero. Íbamos a hacerlo…

—¿Te refieres al sexo?

—Sí —afirmó Paula  y se sonrojó de nuevo—. Mi madre siempre me decía que debía esperar, asegurarme de que amaba a la persona antes de dar ese paso.

—¿Y lo amabas?

 Paula negó con la cabeza.

—Nunca tuve la oportunidad de averiguarlo. Mi madre murió en un accidente de coche y yo volví a casa para ocuparme de Delfina y Gonzalo. Así terminó mi experiencia universitaria.

Gabriela, que conocía la historia, la miró con compasión.

 —¿Y el sexo?

 Paula no podía responder. Se quedó mirándola, presa de la vergüenza.

—¿Nunca has tenido sexo? —preguntó Gabriela, esforzándose sin éxito en no hacer que Paula pareciera una marciana.

—Soy virgen, ése es el término técnico —dijo Paula y se encogió de hombros—. Me he dedicado a criar a mis hermanos y a trabajar. No he tenido tiempo, energía, ni ningún hombre me ha interesado.

—¿Hasta ahora? —preguntó Gabriela, arqueando las cejas.

Paula asintió, sintiéndose hundida.

—Mi falta de experiencia nunca me había preocupado hasta ahora. Pero, ¿Y si mi relación con Pedro me lleva ahí? ¿Y si se riera de mí?

Gabriela estaba haciendo pedacitos su servilleta de papel, mientras pensaba qué decir.

—Si te digo que se me da bastante bien juzgar a las personas, ¿Me creerás?

Paula sabía que Gabriela trataba con toda clase de personas y sabía valorarlas con agudeza.

—Sí.

 —De acuerdo. He observado a tu Pedro interactuando con esos chicos y no me ha parecido que fuera la clase de hombre que hiere los sentimientos de una mujer riéndose de ella. Me ha parecido sensible, listo y atento.

—De acuerdo.

Gabriela se miró el reloj de pulsera y suspiró.

 —Tengo que irme. Antes, déjame que te dé un consejo. La vida no es algo que se pueda contemplar sólo desde las gradas.

Era cierto, pensó Paula. Pero, si uno no se implicaba, había menos peligro de salir herido. Lo viejo conocido no ponía la vida de una persona cabeza abajo. Ella sabía lo que era eso y estaba decidida a no pasar por ello de nuevo.  Pedro tenía razón cuando la acusaba de negar la realidad, pero a ella no le importaba. Él ni era ni sería nunca su Pedro.

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