miércoles, 7 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 2

Su programa para adolescentes, Raíces, dependía de las donaciones y, si la población sufría escasez, ella se vería perjudicada también. Ésa era una de las razones por las que iba a abrir el centro más tarde de lo esperado. Pero todavía faltaba un mes para que comenzaran las clases y quedaba algo de tiempo para que los chicos pudieran aprovechar lo que les ofrecía en Raíces.

—¿Qué tal va el negocio? —preguntó Paula.

—Más o menos.

Ella esperó a que hablara más, pero Pedro se centró en mirar a su alrededor. El local era pequeño y cuadrado. Y estaba vacío.

—Sé que no tiene muy buen aspecto todavía — señaló ella—. Pero voy a mejorarlo. Cuando le ponga los muebles de la tienda de segunda mano, será otra cosa —añadió y señaló hacia una puerta—. Tiene un baño y un pequeño almacén por allí, con una puerta que da al estacionamiento. El cuarto trasero es lo bastante grande como para poner una nevera, un microondas y un armario para guardar los platos y vasos y la comida. Si todos son como mi hermano, los adolescentes tienen un apetito insaciable.

—¿Cómo está Delfina?

—Bien —contestó ella—. Intentando pensar qué quiere ser de mayor. Va a comenzar las clases en la universidad y cambia de idea cada mes.

—¿Y Gonzalo?

—Acaba de terminar la universidad. Ha hecho ingeniería —respondió ella, llena de orgullo—. Hubo un tiempo en que yo dudé que fuera a terminar el instituto y, sobre todo, que fuera a licenciarse.

—¿Y eso por qué?

—Nunca ha tenido una figura paterna y tenía sólo dieciséis años cuando nuestra madre murió. Es una edad difícil en cualquier circunstancia y, además, los dos estaban muy unidos. Le afectó mucho.  No sólo había afectado a su hermano. Había sido, también, el peor momento de su vida y sospechaba que su hermana Delfina sentía lo mismo.

—Sí. Lo entiendo.

—Estoy convencida de que tener raíces aquí, en Thunder Canyon, ha jugado a nuestro favor.

 —¿Por qué?

—La gente de la comunidad nos acogió bajo sus alas. Los vecinos nos ayudaron mucho, sobre todo Fernando Walters.

—¿El ranchero que vive cerca de tu casa?

—Sí. Es viudo —comentó ella y suspiró—. Por eso, probablemente, ha pasado mucho tiempo con Gonzalo y se ha ocupado de llamarle la atención cuando ha sido necesario, pues Gonza a mí no me hacía mucho caso. Soy sólo su hermana mayor. Otras veces, Francisco era quien lo escuchaba cuando él necesitaba hablar de hombre a hombre.

—Francisco siempre ha sido un santo.

 El tono crítico de Pedro hizo que Paula se pusiera a la defensiva.

—Ha sido un padre para mi hermano y nunca lo olvidaré. De hecho, así fue como empezó la idea de Raíces.

—¿Eh?

 Paula asintió.

—Me contrataron en The Hitching Post cuando necesitaba un trabajo para sustentar a la familia. Los vecinos se turnaban para echarle un ojo a Delfina mientras yo trabajaba. Y Francisco se ocupaba de que Gonza no se metiera en problemas. Éramos adolescentes sin madre y Thunder Canyon nos acogió bajo sus alas. Por eso se me ocurrió abrir un centro comunitario donde los adolescentes pudieran reunirse y hablar de sus cosas. Quiero que sepan que no tienen por qué sentirse solos. Igual que me pasó a mí con las personas del pueblo.

—¿Por qué se llama Raíces?

—El nombre proviene de un bordado que hizo mi madre a punto de cruz y que tenemos colgado en un cuadrito en casa. Dice: Sólo hay dos legados imperecederos que podemos dar a nuestros hijos: raíces y alas. Yo quiero transmitir su mensaje.

—Me alegro por tí.

Paula lo miró con desconfianza. ¿Se estaba riendo de ella?

—No esperaba que un gran empresario como tú entendiera algo que no se basa en hacer dinero. Sobre todo, cuando el éxito te cayó del cielo…

Pedro alargó la mano y posó el dedo índice sobre los labios de ella para silenciarla.

—El éxito no me cayó del cielo. He trabajado mucho para conseguirlo y sigo haciéndolo. No te estaba criticando. Es obvio que estás hipersensible y, sin querer, he tocado tu punto débil.

—Lo siento —repuso ella. Era normal que estuviera sensible, cuando la presión que sentía era tan grande—. He estado luchando contra corriente para encontrar el dinero, para convencer al alcalde y al Ayuntamiento de que el programa es necesario… El equipo del instituto de Thunder Canyon y su director han sido de gran ayuda. Igual que mi consejera, Gabriela Benedict, de servicios sociales —explicó y tomó aliento—. Habrá horarios estrictos a la hora de cerrar. Y supervisión adulta cuando el local esté abierto. Quiero asegurarme de hacer todo bien.

Pedro bajó la vista un momento y, luego, la miró a los ojos.

—Parece un proyecto ambicioso. ¿No necesitas ayuda?

Aquello no podía ser un ofrecimiento personal, se dijo Paula.

—Claro que voy a necesitar voluntarios cuando se convierta en el lugar de moda para los chicos, como espero que suceda. Pero, por ahora, estoy yo sola.

—No lo preguntaba por curiosidad. Me estaba ofreciendo para echar una mano —explicó él con gesto socarrón.

—¿Quieres ayudar? —preguntó ella, escéptica.

 —No te sorprendas tanto —repuso él y sus ojos se oscurecieron.

¿Habría herido sus sentimientos?, se preguntó Paula. Aquello sería toda una novedad pues, que ella supiera, Pedro no tenía sentimientos.

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