lunes, 26 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 60

—Esas cosas pasan.

—Pero yo no me lo esperaba. Nos habían votado la mejor pareja del año en el instituto —dijo Augusto con los ojos llenos de dolor—. Y ella ni siquiera me dió una explicación. Me dijo que no había sido culpa mía, pero que la relación había llegado a su fin. Sin más.

—Qué duro —comentó Pedro con sinceridad.

—Todo el mundo se enteró. Yo no quería seguir allí. Estaba hundido.

—Entiendo que te sintieras así —afirmó Pedro y se dispuso a sacar el tema que realmente le interesaba—. Pero Paula se va a sentir muy mal si te vuelves a escapar.

—No voy a escaparme —aseguró Augusto y levantó la vista—. Vuelvo a casa. Mi madre va a venir a buscarme. Sólo he vuelto para darle las gracias a Paula  por todo lo que ha hecho por mí. No sé si alguna vez podré pagarle por…

—Darle las gracias será suficiente —le interrumpió Pedro—. Lo único que ella quiere es que estés bien —señaló y le dió un apretón de ánimo en el hombro al muchacho—. ¿Estarás bien cuando vuelvas a casa? Tal vez, podrías hablar con Estefanía.

Augusto asintió, pensativo.

—Me gustaría mucho saber por qué me dejó. Y comprender lo que pasaba por su cabeza.

Pedro le deseó buena suerte con eso. Pero se contuvo de decirlo en voz alta.

 —Hablar es bueno. Pero no olvides que la mente femenina es un lugar oscuro y complicado.

 —Tío, estás hablando de Paula, ¿Verdad?

—Eso es un cambio de tema —señaló Pedro, aunque el chico tenía razón.

—No lo has negado, así que debo de haber acertado —dedujo Augusto y lo señaló con el dedo—. Te gusta.

 —Claro que me gusta. A todo el mundo le gusta.

—Eso mismo dijo Paula cuando le pregunté por tí.

—¿Qué? —quiso saber Pedro.

 —Quieres liarte con ella. Hasta un ciego se daría cuenta.

De ninguna manera Pedro pensaba confesarle a ese crío que ya se había liado con ella y que lo único que había conseguido había sido complicarlo todo más.

—No es tan sencillo.

—¿Por qué los adultos siempre dicen eso de sus relaciones? ¿Creen que para nosotros los adolescentes todo es mucho más fácil?

—Tienes razón —admitió Pedro.

—Sé que le gustas a Paula.

—¿De veras? ¿Te lo ha dicho ella?

  Parecía un chico más del instituto, reconoció Pedro para sus adentros. Sólo le faltaba escribirle una nota a Paula y pasársela en la hora del estudio.

—No exactamente —contestó Augusto y se encogió de hombros—. Pero, cuando le hablé de ello, me contestó lo mismo que tú. Que le gustas a todo el mundo. Fue una respuesta, pero evasiva. ¿Sabes a lo que me refiero? Igual que la tuya. Pero la delató su forma de decirlo. Igual que te ha pasado a tí ahora mismo.

¿Le gustaba a Paula?, se preguntó él. Claro que sí. Se había acostado con él. Le había elegido para ser el primero. Eso lo llenaba de orgullo y, al mismo tiempo, de humildad. ¿Pero significaría eso que tenían la oportunidad de compartir algo duradero? ¿Sería ella su media naranja?

—Mira, tío, no puedes huir. Llegar a cierta edad no te convierte en un hombre. Uno sólo es un hombre cuando se queda y le planta cara a las cosas.

Pedro suprimió una sonrisa. Augusto no le parecía ya tan cabeza de chorlito. Parecía que había aprendido algunas cosas. Y que estaba siguiendo el ejemplo de Paula. Cuando habían jugado al baloncesto, Pedro le había lanzado una burla o dos. Quizá había llegado el momento de mostrar humildad y alimentar un poco el ego del muchacho.

—¿Qué me sugieres que haga? —preguntó Pedro al chico y, en ese mismo instante, oyó que la puerta trasera se abría y se cerraba.

—Te gusta Paula, ¿Verdad?

—Sí.

Augusto sonrió con satisfacción por haber acertado.

—Tienes que decirle lo mucho que te importa.

Hubo un pequeño ruido a sus espaldas y Pedro se giró.  Paula estaba en la puerta.

—¿Te importo?

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