viernes, 23 de junio de 2017

Enamorando Al Magnate: Capítulo 47

—Es una buena idea —señaló Paula—. Pero debería ayudarte.

 Él meneó la cabeza.

—Relájate un poco. Tómate una hora de descanso. Insisto.

 —De acuerdo.

Quince minutos después, Verónica y Paula estaban sentadas en una mesa redonda cubierta con un mantel de cuadros rojo. Tenían sándwiches y patatas fritas delante de ellas, con refrescos sin azúcar.

—Bueno, ¿Cómo estás? —preguntó Paula, limpiándose la boca con una servilleta.

—Bien. ¿Sabes que voy a ser tía? Gastón y su esposa Sofía están esperando un bebé.

—Es genial —dijo Paula—. No lo sabía.

—Pronto escucharás la noticia en el pueblo —comentó Verónica, sonriendo—. Nada pasa desapercibido en Thunder Canyon.

 —Esto está muy bueno —señaló Paula, tomando su segunda mitad de sándwich en la mano.

 —Y Pedro también —opinó Verónica , mirándola con gesto provocativo—. ¿Qué pasa con él?

 —¿Qué pasa de qué?

—No te hagas la tonta, Pau. Soy yo y no puedes engañarme. ¿Están saliendo?

—No estamos saliendo…

Paula se interrumpió de pronto. Estaba demasiado acostumbrada a ocultar sus sentimientos y a fingir que todo iba bien. Pero aquélla era su mejor amiga, la única persona a la que siempre le había abierto su corazón. La amiga a la que siempre había podido contarle sus penas. Debía aprovechar aquella inusual y preciosa oportunidad de hablar con su amiga cara a cara, se dijo.

—De acuerdo —dijo Paula y le dió un mordisco a una patata frita—. Yo no lo llamaría salir. Somos amigos.

—¿Y qué me dices de la forma en que se miran? Parece que hay chispa… — comentó Verónica, a la que no se le pasaba casi nada inadvertido.

—Está bien. Me besó.

—¿De verdad?

—Sí. Dos veces.

—¿Incluye la cuenta el beso que te dio en la fiesta del instituto hace seis años?

—Vale —admitió Paula—. Tres veces.

—¿Y?

 —Y nada.

Paula le explicó que le habían revocado a Pedro su permiso de conducir por acumular multas por velocidad y que el servicio a la comunidad que estaba prestando los obligaba a estar juntos todos los días. Pero sólo de forma temporal.

—Va a volver a Los Ángeles pronto.

—Y se te va a romper el corazón de nuevo —afirmó su amiga.

—Esta vez, no. No me ha prometido nada y yo sé que va a irse. Soy mayor y más sabia —aseguró Paula, se encogió de hombros y le dió un trago a su refresco.

—Sólo porque seas mayor eso no significa que puedas mantener a raya tus sentimientos. El corazón no obedece como si fuera un perro amaestrado, ya lo sabes.

—Lo sé —admitió Paula.

 —¿Te has acostado con él? —preguntó Verónica.

Si otra persona se lo hubiera preguntado, Paula se habría sentido avergonzada y aturdida. Pero su amiga sabía que era virgen.

  —No.

  —¿Quieres hacerlo?

—Sí —admitió Paula.

No tenía sentido mentir. Su amiga siempre adivinaba lo que pensaba.

—Así que te importa mucho —adivinó Verónica con tono suave y comprensivo.

 —¿Cómo lo sabes?

—Si no fuera así, ni siquiera considerarías acostarte con él —explicó Verónica con calidez—. Tal vez Pedro sea la razón por la que has esperado tanto.

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